El mundo comenzó con The Beatles

 
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Si me preguntaran, y si a alguien le importara ese pequeño detalle de mi vida, sobre en qué momento me habría gustado nacer, diría, sin duda alguna, que en el mismo instante en que nacieron John, Paul, George y Ringo, los inolvidables cuatro fantásticos que estremecieron el mundo con sus simpáticas melenas y su capul. Para mi desgracia nací en fecha equivocada y para entonces The Beatles ya eran famosos y Liverpool ya figuraba en el mapa de millones de quinceañeros que se identificaban con sus canciones simples, sencillas, desafiantes y profundas.



Cumplo justamente en este año 50 años de vida, los mismos que cumplen The Beatles de presencia musical en nuestro planeta. Creo que desde entonces no ha ocurrido nada tan fascinante, ni siquiera la llegada del hombre a la luna o el brillante discurso de Martin Luther King en el que nos puso a todos a soñar. Me disculpan pero creo que muchos nacimos en el lugar y en el tiempo equivocado y que nos habría encantado hacer parte de esa generación que vibró con la irrupción de estos cuatro muchachos en sus vidas hasta entonces frías y cocacoleras. Pero así es la vida y de alguna manera compensa sus desaciertos y errores, en mi caso puedo afirmar, como algo paradójico y hasta cierto punto irónico, que empecé a vivir cuando en el año 1980 el planeta se enteraba del asesinato de John Lennon. Las estaciones de radio empezaron a hacer sonar una y otra vez esa música que nos llenó el alma y nos iluminó nuestros rostros por cuanto alcanzamos tardíamente a percibir que ahí, en esas guitarras, en esa batería y en esas voces encontraríamos razones válidas para vivir y soñar. Fue entonces cuando desempolvamos los viejos acetatos de nuestros hermanos mayores y los hicimos nuestros; también empezamos a cantar con esos yeah, yeah que nos hicieron sentir por vez primera que la vida tenía un sentido y que era posible agradecer a la existencia por estar aquí y en ese ahora.
Y aunque hoy es difícil imaginarlo, comenzamos a imitar su forma de vestir, de sentir y de experimentar el mundo. Nos adentramos en experiencias que hoy nos hacen sonreír y nos arrancan una rara sensación de haber despertado a un mundo nuevo después de permanecer mucho tiempo insensible a sus gritos y llamados. Fue una rara experiencia, inexplicable e inentendible, de pronto nos vimos hablando de Vietnam, de la Paz, de los movimientos pacifistas, de Gandhy y del Che, de la revolución cubana, de Martin Luther King y de movimientos juveniles que nos parecían mitologías de unas generaciones distantes y ya pérdidas para siempre. Confieso, descubriendo en ello mi irreverencia literaria, que nos hicimos también a esos viejos libros que permanecían extraviados en las pequeñas bibliotecas de nuestros padres y hermanos, Jean Paul Sartre, Albert Camus, Simón de Beauvoir, Gonzalo Arango, Fernando González y todo cuanto oliera a rebeldía y rebelión empezó a parecernos cercanos y viejos conocidos. Fumamos por primera vez mientras en la vieja radiola sonaba una tonadilla de The Beatles.
Inevitablemente llegamos a la rebeldía juvenil, a las primeras protestas contra nuestros padres que ahora se escandalizaban de esos gritos surgidos de los acetatos y de esa ramplona moda de usar pantalones angostos y coronados por un par de botas puntudas y algo escandalosas. Confieso que intentamos con la marihuana pero fuimos vencidos en los primeros rounds y no alcanzamos a superar el túnel largo y tortuoso de A day in the life que parecía arrastrarnos hacia agujeros negros de nuestra mente para arrojarnos inmisericordemente hacia nuestra propia conciencia emocional.
Una y otra vez nos embriagamos con Penny Lane, Yesterday, Hey Jude, Help, Michelle o Eleanor Rigby. Nuestro lenguaje se estremeció al límite de sentirnos otros, unos seres renacidos que descubrían nuevos colores en el cielo mientras su mundo se desmoronaba en mil pedazos. Definitivamente el mundo nació con The Beatles, con esos cuatro melenudos que generaban histeria en quinceañeras y en cocacolos irreverentes. En Colombia se combinaba una forma extraña de revolución social por los años de 1964 pues mientras camilo Torres criticaba al sistema y se unía posteriormente a la guerrilla, nuestros jóvenes abrazaban a Marx bajo el calor de una botella de Vodka y el sonido estridente de The Beatles.
Con la aparición de estos ídolos juveniles ya nada fue igual… Se impone la minifalda y la pildorita mágica que te permitía sexo sin hijos, el amor libre, la libre determinación y la unión libre. Más que un fenómeno netamente musical (la música Beatle) fue la reafirmación de una juventud que cansada de un mundo desgastado y opresor buscó nuevos caminos en su experiencia existencial. Tengo la certeza que muchos adelantos científicos y los grandes cambios sociales que se dieron en esta maravillosa década hubieran sido imposibles sin la irrupción de The Beatles y su mensaje de amor y paz.
Hoy, después de cincuenta años de su presencia continúan generando sentimientos que difícilmente pueden experimentar quienes no se han detenido a escuchar sus acordes, cómo describir, por ejemplo, cómo se siente en el alma cuando el aíre lleva hasta nosotros el sonido de All my loving o Norwegiad Wood y se agolpan entonces esas imágenes de unos cuatro adolescentes brincando y gritando en un escenario mientras otros tantos muchachitos gritan histéricos ante su sola presencia. Nada es tan parecido a levitar como escucharlos en una vieja radiola mientras ese ser querido nos sonríe al vernos bailar con sus tonadillas frescas, ingenuas y espontaneas. Mi única envidia sincera y verdadera está ante aquellos que vivieron estos felices y radiantes días, ante aquellos que arrastraban su melena desafiante por cuanto sabían que ahí estaban ellos para protegerlos de los acosos de esos viejos caducos y prostáticos que creían que esa música era un estornudo del diablo.
He visto (y, confieso, una vez más, envidiado), a sesentones entonando una canción de The Beatles mientras en su garganta se esconde el humo de su tabaco. Y los he visto humedecer sus ojos ante la sola evocación de los muchachos de Liverpool; nada es como antes ni nada lo será, difícilmente veremos aparecer una pasión similar… Me tocó nacer en una época en que solo los recuerdos son válidos y merecen la pena, heredar la nostalgia de unos días cubiertos de memoria y de sonidos que simbolizan días de risas, luchas y cambios.
A menudo me detengo en este mundo ante la tristeza repentina de saber que me será imposible tras la cortina escuchar esas baladas que me suscitan imágenes y sensaciones. Se me hace imposible imaginar una dimensión donde no podré escuchar una vez más su música y entonces siento que es un imperativo aguantar en el aliento de sus canciones. Quizá sí estuve ahí, en las piernas mojadas de esa quinceañera que gritaba incesantemente o en la melena despeinada de ese hippie que se evaporaba con cada bocanada de humo; o en los brincos frenéticos de tantos adolescentes que sentían que era necesario brincar estruendosamente antes de que ese sueño termine. Quizá fui uno de ellos y tuve que nacer una vez más para reclamar lo que siempre nos perteneció como generación.
Sin duda alguno el mundo nació con The Beatles, en John, Paul, Ringo y George. Y en medio de todo podemos decir que también hicimos parte de su revolución, de su música y sus sueños. Solo puedo decir que este 7 de febrero llamaré a mis mejores amigos para embriagarme en una velada de música y nostalgia Beatle, recordando ese 7 de febrero de 1964 en que este grupo llega a Norteamérica para cambiar el mundo y sacudir de su marasmo al planeta entero, no en vano y como una rara premonición ese día contemplaba por primera vez la vida mientras, seguramente, sonaba en un viejo radio la voz de Lennon, las guitarras de Paul y George y la pandereta de Ringo. Días aquellos en que los sueños empezaron a pintarse de colores y las cabezas a cubrirse de cabello; días en que la tela se hacía escasa para permitirle a los sentidos un triunfo contundente sobre la imaginación. Días en los cuales sentimos por única vez que la vida es un acto de magia y lucidez. Luego del sueño apareció una vez más la sombra y solo despertamos para sabernos ciudadanos encerrados entre cuatro paredes compensadas por el salario irrisorio de la muerte.
Gracias John, Paul, George y Ringo… El mundo no habría sido el mismo sin ustedes, en un rincón del universo el espectáculo continúa y otros átomos gritan, cantan y bailan mientras en el escenario brilla su inigualable presencia. Quizá ahí estemos contemplando una vez más la posibilidad de su presencia.

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