En el Tiempo y a Tiempo

 
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“Vinieron mis hermanos por juntar con mi sueño,

En el Tiempo y a Tiempo

Espigas de sus sueños…”
Aurelio Arturo





Jaime Jurado Calvache ingresa con letras de oro a las páginas de la literatura nariñense con su libro de memorias y recuerdos “En el tiempo y a tiempo”, escrito como una catarsis de pensamientos, añoranzas, nostalgias y vivencias de su niñez, infancia, juventud y adultez.

Desde siempre las memorias se han constituido en una forma de reencontrarse con ese pasado que anida en la añoranza; es, quizá, la única forma posible de atrapar los instantes, los momentos y los días vividos en compañía de seres queridos que hicieron de nuestros ciclos existenciales una experiencia única, irrepetible y maravillosa. Citemos solamente dos autores, consagrados con el premio Nobel de Literatura, que encontraron en sus memorias la posibilidad de explicar y entender su ser, Isaac Bashevis Singer -1978- que con su libro “En la corte de mi padre” trae a mente su niñez en los barrios de Varsovia donde su padre era rabino. En las habitaciones de la calle Krochmalna, Singer vio y oyó cosas que lo sorprendieron, lo divirtieron y lo impresionaron. Esta es la materia prima de su libro memorable. Otro grande y más próximo a nosotros es el español Camilo José Cela -1989- quien con su libro “La Colmena” logra recoger y recopilar la experiencia propia en torno a doscientos sesenta personajes que a lo largo de su larga vida se encontraron en algún momento permitiéndole reflexionar y pensar sobre la vida y sus extrañas circunstancias que nos envuelven. En este último caso es la guerra la que mueve la pluma, la que le permite analizar el mundo y vislumbrar la posibilidad de momentos nuevos y mejores para la humanidad y para sí mismo. En el caso de Isaac Bashevis Singer es la niñez en toda su perplejidad el hecho que le permite escribir la historia desde su propia óptica. Pero en ambos casos se produce un hecho sanador y reparador, quizá reconciliador, brindándoles la calma tan necesaria para afrontar el producto de aquello que somos y tal vez de aquello que nunca fuimos y nunca seremos.

Fue justamente Goethe, otro gran escritor de memorias, quien expresó que “está fuera todo lo que está dentro”, expresando con ello y en ello que los hombres somos por excelencia portadores de recuerdos, memorias y vivencias; no hay hecho alguno que no se grabe en nuestra piel, en nuestra sangre, en nuestra memoria; somos todo aquello que consciente o inconscientemente experimentamos a lo largo de nuestra vida.

En el caso que nos ocupa, el texto de Jaime Jurado Calvache “En el tiempo y a tiempo”, bien vale traer a memoria el poema “Vinieron mis hermanos” del escritor nariñense Aurelio Arturo por cuanto nos permite abordar la necesidad que tenemos como especie de recordar a nuestros seres queridos, rescatándolos muchas veces de la muerte o de la misma vida; “Vinieron mis hermanos por juntar con mi sueño, espigas de sueño…/ Cuéntame tu, Vicente, tú que amaste las velas y el viento gemidor, cántame las canciones de la espuma marina, cuéntame las leyendas de la islas de Or…./. Seguramente y en este episodio de la historia que nos ocupa será Bernardo, o Ricardo, o Hugo o José quien cante las canciones de la espuma marina; de ese mar proceloso que son los recuerdos y los tiempos idos y perdidos… Y en vez de la isla de Or se contarán las leyendas soñadas entre las calles de la carrera 22 No. 12 – 54, bitácora requerida para iniciar el recorrido de unas memorias surgidas de una mente sensible y afectuosa con su propio pasado y sus memorias familiares.

El texto “En el tiempo y a tiempo” se constituye en un diario de a bordo que recopila los instantes de la familia Jurado Calvache, en él discurre la vida de Hermógenes Alfredo, tronco y semilla, y de Delia del Socorro, madre buena, generosa y una infinita cantera de amor. Y junto a ellos discurre la existencia de Betty, Bernardo Antonio, Ricardo, Gloria del Carmen, Hugo Alfredo, José Alberto, María del Rosario, Martha Lucia, Alicia del Pilar y Álvaro Javier. Por supuesto que sus miradas son posibles gracias a la labor tesonera y constante de Jaime Jurado Calvache en su homérico papel de cantor y labrador de vidas e historias; que las entreteje para armar una sola historia mientras los días pasan y los instantes se dibujan nuevamente mediante la palabra.

No se crea que en este texto se circunscriben únicamente escenas familiares, que de por sí ya es un mérito; también aflora la historia de la ciudad, de las cosas, de las casas, de los acontecimientos en apariencia más nimios que rodean a su familia. Número de actas, escrituras, folios, direcciones, colores, sensaciones y hasta impresiones: “poseíamos un comedor cuya mesa era inmensa, las sillas eran amarillas con forro en hule rojo, además se contaba con unos bancos largos. Las camas eran metálicas y tubulares. Los muebles de la sala eran tallados en madera y forrados con hule rojo de grabado brillante…”. Y cómo no deleitarse con aquel relato en que se nos cuenta con minucias y acuciosidad el origen de la primera casa familiar: “Una vez casados su primera vivienda la radican en la Avenida Colombia en donde vivía mi padre…”, “…la casa que hoy habitan ubicada en la carrera 22 No. 12 – 54. Este fue un lote de terreno de 10,50 x 23 metros el cual fue adquirido por valor de $ 12.000 en el año 1957. Los recursos los consiguieron por medio de un préstamo con el Banco Central Hipotecario…”.

En otro de los apartes de su texto Jaime Jurado Calvache da rienda suelta a su nostalgia, rememorando épocas ya idas pero que se grabaron para siempre en su memoria y en sus recuerdos. Su hermana Martha Lucia recoge los sentimientos de cada uno de sus hermanos: “Si tuviera la oportunidad de regresar en el tiempo, volvería a la época de las novenas, en los años ochenta, era de diversión con muchos amigos, de reunirnos, de preparar alimentos para brindarles a los invitados y de bailar…”.

No nos queda duda que las pretensiones de Jaime Jurado Calvache cuando pensó en escribir este libro se quedaron cortas ante su verdadero resultado. Logra en verdad cautivar, emocionar, percibir también momentos familiares que siempre nos habitarán. Y, por otro lado, alcanza la inmortalidad de los suyos mediante su sola evocación; justo homenaje a la memoria, a sus padres, a sus hermanos, a la vida misma que transcurre en detalles pequeños y sencillos, pero que unidos o entretejidos dejan entrever la grandeza de una estirpe y la consagración de un ser en su ánimo de preservar y para siempre a los suyos.

Aurelio Arturo en su poema “vinieron mis hermanos” se anticipó a la percepción que después de leer “En el tiempo y a tiempo” se dibuja en la mente sobre su autor, quizá estaban destinadas a su alta sensibilidad familiar y humana para retratarlo en el verdadero sentido que nos permite la nostalgia: “Y yo, que amé las nubes anhelantes y vagas/ y el polvo de oro de los días y el són/ del bosque, diré cantos en los que até los júbilos/ de mil vidas al tenue hilo de la emoción”. “Vinieron mis hermanos por juntar con mi sueño, / espigas de sus sueños como en un resplandor, / venía el viento y curvaba la dorada gavilla, / venía el viento de lejos, turbio como una voz…”. Y esa, Jaime, es tu voz, tenue y próxima tejiendo y atando sus vidas para que ni el tiempo, ni la ausencia, ni la distancia rompan esa comunión que discurre en cada página donde el padre y la madre y los hijos y los hermanos se saludan mientras el viento se deja escuchar turbio y cálido como tu voz…

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