Los colombianos durante más de sesenta años hemos tenido víctimas de la violencia, se habla de más de cinco millones de ellas. Los victimarios pasearon o pasean tranquilos en palacios de gobierno, congreso o entidades públicas, la opinión pública los eligió o elige sin que en ello medie reflexión alguna o el deseo de una justicia social. Hasta hace pocos años el congreso de la república estuvo integrado por más del treinta y cinco por ciento de paramilitares que hicieron las leyes a su medida, es decir para la impunidad. Muchos de ellos se pasean tranquilos por las calles colombianas sin que autoridad alguna tome cartas en el asunto. Y para nadie es un secreto que uno de los personajes más señalados por los actos criminales perpetrados por los paramilitares ejerce como senador de la república y es jefe de bancada.
Todos queremos una paz con justicia, pero, al no poder alcanzarla por motivos y circunstancias ya ampliamente debatidos, ¿tendremos que conformarnos con una impunidad sin paz que es lo que hoy acontece en Colombia? ¿Tendremos que continuar mirando el espectáculo de la guerra y su consecuente ola de muertes y violencia? ¿Es preferible la perpetuación de los muertos y el creciente número de víctimas en medio de la impunidad? O intentar alcanzar la paz en medio de imperfecciones pero acabando de una buena vez con todas sus secuelas y padecimientos.
Hemos comprobado una y otra vez que la paz no se alcanza con la guerra o mucho menos con la violencia, eso es como imitar el ejemplo de Simón el bobito en el balde de mamá Leonor. En varios intentos descabellados y desesperados, movidos por la consternación, vimos la muerte de nuestros muchachos bachilleres o de campesinos inocentes e ingenuos, en campos de batalla en los que a punta de bala se pretendía acabar con los actores de la guerra que no están del lado del establecimiento. El resultado por tonto y obvio no se hace necesario comentarlo en detalle, pero vimos y sentimos el llanto de sus padres, sus hermanos o sus novias. La guerra, llena de dólares y cadáveres, es un fracaso estúpido en nuestro intento por alcanzar la paz.
Para algunos la paz con impunidad no es posible. Se olvidan de lo alcanzado por otros países en iguales o peores circunstancias que la nuestra que prefirieron el perdón a la venganza, el olvido al odio y la paz a la guerra. Y por qué no aceptarlo si ya las víctimas, en su gran mayoría, lo hicieron y encontraron en la reconciliación y el perdón la paz que tanto anhelaban. Oponerse a la paz, ponerle talanqueras y obstrucciones, es hacerle el juego a la muerte, a la eterna e inconsecuente aparición de víctimas y victimarios. Si entendiéramos que es mejor un poco, o mucho, de impunidad, en la búsqueda de la paz, nos ahorraríamos nuevos y tal vez cientos y miles de víctimas y victimarios. Y ese ahorro de muertos justifica la aceptación de una paz con impunidad ante el atroz dilema de una impunidad sin paz, que es lo que tenemos y padecemos.
Prefiero a un Timochenko sentado en la banca de un parque disfrutando de un helado o un copo de nieve que imaginarlo en las selvas y montes empuñando un fusil. Prefiero imaginarlo y verlo en la plaza pública conquistando electores y seguidores mediante el uso civilizado y culto de la palabra que obligarlo a ocultarse en la manigua en espera de su enemigo natural que es el uniformado salido del vientre de una campesina colombiana, dispuesto a matar o morir para alcanzar un ideal. Quiero a un Timochenko en el congreso de Colombia debatiendo con tantos corruptos que se han hecho elegir y que matan con su pezuña del diablo cuando le roban el dinero a los niños de Colombia, lo quiero enamorándonos con sus palabras y no con sus balas, lo prefiero vestido de corbata y no de traje militar. Y si ese es el precio que debemos pagar por alcanzar la paz pues habremos sido inteligentes al elegir la vida y no la muerte.
¿Acaso son menos criminales los congresistas que se apoderaron de las entidades públicas convirtiéndolas en sus fortines políticos o, lo que es lo mismo, en sus nidos de corrupción y podredumbre? ¿No son, por ventura, los mismos que se oponen a la paz pero que hicieron todo tipo de trapisondas para alcanzar el poder en Colombia? Y esos son otros actos de guerra que producen muertos sin que medien las balas o las bombas. Y las víctimas son los niños, los ancianos y los miserables que son utilizados en plazas públicas y escenarios politiqueros para oponerse a la paz.
No podemos caer en el error de jugarle a una impunidad sin paz que es en últimas lo que nos proponen los voceros de la guerra en Colombia. En medio de sus defectos y limitaciones prefiero una paz con impunidad que una impunidad sin paz que tantos estragos y muertos nos ha costado. Y con gusto votaría por Timochenko o Iván Márquez que por ciertos congresistas que todos sabemos corruptos e incompetentes pero que conocen la baraja política para ponerla a su favor en las elecciones para así ser elegidos por las mismas victimas que su corrupción produce.
Para terminar: ¿Quién mata a los niños de hambre en Colombia? ¿Quién se roba el dinero de los programas sociales? ¿Quién o quienes se apoderan de los recursos públicos? Y ¿Quiénes los eligen…? Seguramente usted o yo que somos actores civiles de la guerra en un Estado donde la impunidad campea y los corruptos son elegibles o nombrables. Ahorrémonos muertos y démosle cabida a la paz pues los cientos de víctimas son el testimonio trágico de lo errado y equivocado de la guerra. Hagamos de Colombia una patria viable .
[email protected]