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Determinando nuestra verdadera naturaleza dietética

EDUCACION: SOMOS DE NATURALEZA FRUGIVORA, NO CARNIVORO NI RUMIENTE

Por: Dr. Douglas N. Graham

comiendo frutas
¿Cómo determina uno el alimento correcto para cualquier criatura dada? Supongamos que se te entregara un animal bebé y tú no tuvieras idea qué es o qué se supone que coma. Tal vez fue un regalo de alguna tierra lejana. ¿Cómo sabrías tu qué se le debe dar de comer?

La respuesta es relativamente simple. Todo lo que tendrías que hacer es ofrecer a la criatura diferentes tipos de alimentos en un estado entero y natural. Aquello a lo cual fue diseñado para consumir, lo comerá. Seguro ignorará todos los otros artículos, ni siquiera considerándolos como comida. Yo he hecho esto exitosamente con animales huérfanos que he salvado.

La misma técnica funcionaría con un niño humano. Pon al niño en un cuarto con un cordero y un plátano. Siéntate y observa con cuál decide jugar y cuál decide comer. Podemos estar bastante seguros del resultado. Intenta de nuevo con grasas contra frutas ofreciendo una variedad de nueces (naturales, crudas, sin sal), semillas, aguacates o aceitunas por un lado y cualquier variedad de fruta dulce y fresca por el otro. De nuevo, podemos predecir de forma segura que el niño escogerá la fruta dulce.

¿No somos carnívoros?

Tanto nuestra anatomía como nuestra fisiología, bioquímica y psicología indican que no somos carnívoros. Decir que los carnívoros comen carne no es una descripción precisa de estas criaturas. Los animales que viven de otros animales usualmente comen carne cruda, directamente del cadáver, con gozo. Los carnívoros consumen la mayor parte del animal, no solamente su carne, consumiendo tanto el tejido muscular como también los órganos y bebiendo gustosamente la sangre fresca y tibia a lengüetadas junto con otros fluidos corporales. Se deleitan en las entrañas y sus contenidos parcialmente digeridos. Inclusive aplastan, rajan y consumen los huesos más pequeños, sus médulas y cartílagos.

Los perros, por ejemplo, requieren mucho más calcio que los seres humanos, pues la carne animal es extremadamente formadora de ácido. El calcio (un mineral alcalino) en la sangre y los huesos compensan las sustancias ácidas de las carnes. También tienen requerimientos mucho mayores de proteína que los seres humanos12. Cuando notas el vigor con el cual los perros devoran los animales enteros, puedes estar seguro que lo que los carnívoros requieren para su nutrición es bastante delicioso para ellos.

La mayoría de nosotros amamos a los animales como acompañantes en la Tierra. No salivamos ante la idea de aplastar la vida de un conejo con nuestras manos desnudas y dientes, y el pensamiento de comer uno en un estado recién muerto es bastante repugnante. Ciertamente no disfrutamos masticar huesos, cartílagos, entrañas o trozos de grasa cruda y carne, junto con el cabello y bichos que inevitablemente los acompañan. No podemos imaginar estar sorbiendo sangre cálida, y llenarnos de ella en nuestros rostros, manos y cuerpos. Estos comportamientos son ajenos a nuestra disposición natural y son de hecho enfermizos.

Las imágenes y olores que llegan a nosotros de los mataderos y de las carnicerías son aquellas de la muerte. Muchas personas las encuentran innombrables y repugnantes. Los mataderos son tan ofensivos para la mayoría de las personas que a nadie le es permitido visitarlos. Inclusive los empleados encuentran que es imposible hacer las paces con las condiciones de los mataderos. Los mataderos tienen la tasa de cambio de empleados más alta de cualquier industria. Comer carne no cabe en nuestros conceptos de amabilidad o compasión. No existe forma amable de matar a otra criatura.

Matamos a nuestros animales por mandato, encontrando al cadáver como algo que nos da asco. La vasta mayoría de los adultos está de acuerdo en que si ellos tuvieran que matar a los animales para poder comerlos, ellos no consumirían carne de nuevo. Disfrazamos la carne animal comiendo sólo algunos cortes pequeños de los músculos y algunos órganos. Inclusive entonces, preferimos cocinarlos y camuflarlos con condimentos.

Disfrazamos la realidad de la carne cambiando los nombres de las comidas de lo que realmente son a algo más aceptable. No comemos vacas, cerdos u ovejas, sino que comemos res, puerco, jamón, roast beef, filete y terneras. No hablamos de comer sangre o linfa, pero salivamos ante la idea de un filete “jugoso”. Distorsionamos la realidad aún más dándole cualidades animales a nuestras comidas naturales. Así pues, nos referimos a la “piel” de las frutas, comer su “carne” o inclusive partir los “cachetes” u “hombros” de la fruta cuando separamos dos lados del “hueso”. Estas alusiones animales minimizan el horror de comer verdadera carne, pero aquellos de nosotros que no hemos sido desensibilizados todavía estamos conscientes de ello.

La evidencia

Cuando pesamos la evidencia, observamos que existen demasiadas consideraciones en fisiología, anatomía, disposición estética y psicología para que nosotros empecemos a considerar seriamente la noción de que fuimos diseñados para consumir carne. Para cuando termines de leer este capítulo (sustancialmente derivado de los escritos de T.C. Fry), yo pienso que estarás de acuerdo de que los seres humanos simplemente no están equipados para ser carnívoros.

Humanos vs. carnívoros

La siguiente es una lista incompleta de las diferencias mayores entre las criaturas humanas y carnívoras.

Caminado: Tenemos dos manos y dos pies y caminamos erectos. Todos los carnívoros tienen 4 pies y realizan su locomoción utilizando 4 patas.

Colas: Los carnívoros tienen colas.

Lenguas: Sólo los animales verdaderamente carnívoros tienen lenguas rasposas. Todas las otras criaturas tienen lenguas lisas.

Garras: Nuestra carencia de garras hace que rasgar la piel o la carne dura sea extremadamente difícil. Poseemos uñas mucho más débiles y planas en vez de garras.

Pulgares opuestos: Nuestros dedos opuestos nos hacen extremadamente bien equipados para recoger una comida de fruta en cuestión de unos pocos segundos. La mayoría de las personas considera que hacer esto no requiere esfuerzo. Todo lo que tenemos que hacer es recoger. Las garras de carnívoros les permiten atrapar su presa en cuestión de segundos también. No podríamos atrapar ni rasgar la piel y dura carne de un venado u oso a mano desnuda tanto como un león no podría recoger mangos o plátanos.

Nacimientos: Los humanos usualmente tienen hijos de uno a la vez. Los carnívoros tienen típicamente camadas.

Formación del colon: La forma retorcida de este órgano en el hombre es bastante diferente del diseño liso de los animales carnívoros.

Largo intestinal: Nuestros tractos intestinales miden aproximadamente 12 veces el largo de nuestros torsos (alrededor de 9 metros). Esto permite la lenta absorción de azúcares y otros nutrientes solubles en agua de la fruta. En contraste, el tracto digestivo de un carnívoro es sólo 3 veces la longitud de su torso. Esto es necesario para evitar la putrefacción o descomposición de la carne adentro del animal. El carnívoro depende de secreciones altamente ácidas para facilitar la rápida digestión y absorción en su muy corto tubo. Aún así, la putrefacción de proteínas y la rancidez de grasas son evidentes en sus heces.

Glándulas mamarias: Las múltiples tetillas en el abdomen de carnívoros no coinciden con el par de glándulas mamarias en el pecho de los humanos.

Sueño: Los seres humanos pasan aproximadamente dos terceras partes de cada ciclo de 24-horas despiertos y activos. Los carnívoros duermen y descansan típicamente de 18 a 20 horas al día y algunas veces más.

Tolerancia microbiana: La mayoría de los carnívoros pueden digerir microbios que serían mortales para los humanos, tal como aquellos que causan botulismo.

Perspiración: Los humanos sudan a través de poros en todo su cuerpo. Los carnívoros sudan por la lengua solamente.

Visión: Nuestro sentido de visión responde al espectro completo de color, haciendo posible distinguir la fruta madura de la inmadura a distancia. Los carnívoros típicamente no ven a todo color.

Tamaño de la porción: La fruta está a escala con nuestros requerimientos alimenticios. Cabe en nuestras manos. Unas pocas piezas de fruta son suficientes para hacer una comida, sin dejar desperdicios. Los carnívoros comen típicamente al animal entero cuando lo matan.

Beber: Si necesitamos tomar agua, podemos succionarla con nuestros labios, pero no podemos beberla a lengüetadas. Las lenguas de los carnívoros sobresalen para que puedan lengüetear agua cuando necesiten beber.

Placenta: Nosotros tenemos una placenta de estilo discoide, mientras que los carnívoros tienen placentas zonales.

Vitamina C: Los carnívoros manufacturan su propia vitamina C. Para nosotros, la vitamina C es un nutriente esencial que debemos obtener de nuestros alimentos.

Movimiento de la quijada: Nuestra habilidad para moler nuestra comida es única de los consumidores de plantas. Los carnívoros no tienen movimientos laterales en sus mandíbulas.

Fórmula dental: La mamalogía (estudio de los mamíferos) utiliza un sistema llamado la “fórmula dental” para describir el arreglo de dientes en cada cuadrante de las mandíbulas de la boca de un animal. Esto se refiere al número de incisivos, caninos y molares en cada uno de los cuatro cuadrantes. Empezando desde el centro y moviéndose hacia afuera, nuestra fórmula, y la de la mayoría de antropoides, es 2/1/5. La fórmula dental para los carnívoros es 3/1/5-a-8.

Dentadura: Los molares de un carnívoro son puntiagudos y filosos. Los nuestros son primordialmente planos, para moler comida. Nuestros dientes “caninos” no tienen similitud con los verdaderos colmillos. Ni tampoco tenemos una boca llena de ellos, como la tienen los verdaderos carnívoros. Esto me recuerda a una de las favoritas respuestas sagaces de Abraham Lincoln: “Si contaras la cola de una oveja como una pierna, ¿cuántas piernas tendría?” Invariablemente, las personas responderían, “cinco.” A lo cual Lincoln respondería: “Sólo cuatro. Contar la cola como una pierna no la convierte en una.”

Tolerancia a la grasa: No manejamos adecuadamente más que pequeñas cantidades de grasa. Los consumidores de carne prosperan en una dieta alta en grasa.

pH de la saliva y orina: Todas las criaturas consumidoras de plantas (incluyendo a humanos sanos) mantienen su saliva y orina en un pH alcalino la mayor parte del tiempo. La saliva y orina de los animales consumidores de carne, son fluidos de pH ácido.

pH de la dieta: Los carnívoros prosperan en una dieta de alimentos que producen residuos ácidos, mientras que tal dieta es mortal para los humanos, propiciando el escenario para una amplia variedad de estados de enfermedad. Nuestros alimentos preferidos producen residuos alcalinos.

pH del ácido estomacal: El nivel de pH del ácido clorhídrico que los humanos
producen en sus estómagos generalmente va de un rango de entre 3 a 4 o superior pero puede ser tan bajo como de 2.0. (0 = más ácido, 7 = neutral, 14 = más alcalino). El ácido estomacal de los gatos y de otros consumidores de carne puede estar en un rango de 1+ y usualmente está alrededor o un poco arriba de 2. Debido que la escala de pH es logarítmica, esto significa que el ácido estomacal de un carnívoro es al menos 10 veces más fuerte que aquel de un humano y puede ser 100 o hasta 1.000 veces más fuerte.

Uricasa: Los verdaderos carnívoros secretan una enzima llamada uricasa para metabolizar el ácido úrico en la carne. Nosotros no la secretamos y por tanto tenemos que neutralizar este ácido fuerte con nuestros minerales alcalinos, primordialmente calcio. Los cristales resultantes de urato de calcio son uno de los muchos patógenos del consumo de carne, en este caso elevando o contribuyendo a padecer de gota, artritis, reumatismo y bursitis.

Enzimas digestivas: Nuestras enzimas digestivas están diseñadas para una fácil digestión de fruta. Producimos tialina—también conocida como la amilasa de la saliva—para iniciar la digestión de fruta. Los animales carnívoros no producen tialina y tienen proporciones de enzimas digestivas completamente diferentes.

Metabolismo del azúcar: La glucosa y fructosa en las frutas sirven de combustible para nuestras células sin agobiar nuestro páncreas (a menos que consumamos una dieta alta en grasa).

Los carnívoros no manejan bien los azúcares. Son susceptibles a diabetes si consumen una dieta donde la fruta predomina.

Flora intestinal: Los humanos tienen colonias bacterianas diferentes (flora) viviendo en sus intestinos que aquellos encontrados en los animales carnívoros. Aquellos que son similares, tal como los lactobacilos y e. coli se encuentran en proporciones diferentes en los intestinos de los consumidores de plantas comparados con aquellos que son carnívoros.

Tamaño de hígado: Los carnívoros tienen hígados proporcionalmente más grandes que los humanos en comparación al tamaño de sus cuerpos.

Limpieza: Somos la más particular de entre todas las criaturas cuando hablamos de la limpieza de nuestros alimentos. Los carnívoros son los menos quisquillosos, y consumirán tierra, bichos, materia orgánica y otras cosas junto con sus alimentos.

Apetito natural: Nuestras bocas salivan al ver y oler los productos del campo en los mercados. Estas son comidas vivientes, la fuente de nuestro sustento. Pero el olor de los animales usualmente nos desagrada. Las bocas de los carnívoros salivan al ver una presa, y reaccionan al olor de otros animales como si hubieran detectado alimento.

Así que … ¿Qué tipo de “voros” somos nosotros?

A pesar de la tremenda perversión de nuestros instintos, ellos todavía están vivos y en buen estado en la mayoría de las personas y se harían valer nuevamente si fuéramos relegados de nuevo a la naturaleza. Así pues, esta búsqueda es para determinar qué comeríamos en la naturaleza.

Nuestros alimentos instintivos, los alimentos que nos ayudaron a desarrollarnos a nuestra magnificencia, contienen todo lo que necesitamos para prosperar. En esta sección, nos preguntamos acerca de los varios tipos de alimentos que los humanos consumimos en el presente. Evaluaremos si cada tipo es un alimento apropiado para nosotros basado en cómo ese alimento ocurre en la naturaleza sin beneficio de equipo de cocina, herramientas y contenedores. Recuerda, tus instintos van a rechazar o abrazar cada alimento por sus propios méritos—esto es, su atractivo a nuestros sentidos y paladar—el único criterio que guiaba nuestra selección de alimentos en épocas pasadas.

Nuestra premisa es que la Naturaleza nos sirvió correctamente desde un inicio. Reconocemos que prosperamos y logramos nuestra alta posición, y que lo que era adecuado para nosotros entonces es todavía adecuado para nosotros ahora, dado que somos estructuralmente y fisiológicamente los mismos que fuimos durante la mayor parte de nuestro viaje como humanos en la naturaleza. Es lógico que, en nuestro contexto más moderno, podamos abastecernos a nosotros mismos con alimentos naturales.

¿Somos herbívoros?

Los herbívoros, o vegetarianos, son consumidores naturales de productos verdes tales como pasto, hierba, hojas y tallos. Una definición más amplia de “vegetariano” incluye a cualquier persona que consume sólo alimentos derivados de plantas. Los alimentos vegetarianos típicos pueden incluir una preponderancia de frutas y verduras pero, en la práctica, la designación de vegetariano significa que uno come cualquier cosa y todo aquello aparte de carne animal.

¿Buscar en la naturaleza pasto, hierbas y hojas te parece atractivo? ¿Estos artículos te atraen a la vista, te son sugerentes a tu sentido del olfato y te excitan el paladar? Por supuesto que no, por la simple razón de que no pueden satisfacer tus necesidades. No secretas celulasa u otras enzimas que puedan romper estas plantas como lo hacen los herbívoros. Así pues tú no puedes derivar tu necesidad más apremiante de ellas—poniéndole nombre, azúcares simples—los cuales son el combustible primario del cuerpo. En vez de eso, el procesamiento y problemas causados por su ingestión ocasionan una pérdida neta de energía.

Los humanos sí consumen plantas del tipo de hojas verdes tales como lechuga, apio, espinaca y similares, así como también vegetales crucíferos más fibrosos (betabeles, brócoli, coliflor, repollo, acelgas, berza, y otras). Consumidas por si solas, como son presentadas por la naturaleza, estos vegetales duros son altos en fibra insoluble y así pues difíciles para que podamos digerirlos. A pesar de que podemos cultivar un gusto por ellos, en realidad sólo pueden tener un agrado moderado para nosotros.

Todos los vegetales proveen (en el grado que son digeridos) proteínas, algunos ácidos grasos esenciales, materia mineral, vitaminas, y algunos azúcares simples. Pero si obtenemos suficientes de estos nutrientes de nuestros alimentos naturales, entonces estos no son necesarios de plantas que no comemos crudas con un gozo entusiasta.

Así que la respuesta es sí—los humanos están equipados biológicamente para suplementar sus dietas con una amplia variedad de sustancias “vegetarianas” basadas en plantas. Aunque incluyamos vegetales en nuestras dietas, no somos primordialmente consumidores de vegetales por naturaleza. Y el amplio y divergente número de alimentos que comúnmente clasificamos como tales no son, ni aunque estiremos nuestra imaginación, nuestra fuente natural primaria e ideal de combustible o de otros nutrientes. Obviamente, nosotros no somos herbívoros.

¿Somos consumidores de almidones?

Los almidones pueden ser divididos en tres categorías generales: granos (semillas de pastos), raíces y tubérculos, y legumbres.

• Granos.

Las criaturas que consumen granos de forma natural, las cuales son las semillas de los pastos, son llamadas “granívoras.” Un término similar,“graminívoro,” se refiere a especies cuya dieta primaria consiste de pastos. Muchos pájaros en la naturaleza viven de las semillas de los pastos y hierbas. Incluidas entre las miles de semillas de pasto que existen en la naturaleza están el trigo, el arroz, la avena, el centeno y la cebada—todas las cuales los seres humanos desarrollaron como resultado de su maestría de la naturaleza sólo los últimos 10.000 años.

Por supuesto, en la naturaleza nosotros rechazaríamos todas las semillas de pasto como alimento. Primero, ellas crecen en una forma que no podemos ni masticar ni digerir. Los pájaros que consumen granos poseen un “buche,” un saco en sus gargantas, donde los granos que tragan enteros pueden germinar, así pues volviéndose digeribles. Los granos son indigeribles crudos, pero inclusive cocinados, los carbohidratos complejos en ellos requieren un gran esfuerzo digestivo para que puedan romperse.

Pesadas en almidones, las semillas de los pastos tal como el trigo nos atragantaría si intentáramos consumir el equivalente de una a dos cucharadas (asumiendo que pudiéramos recolectarlas, y recordando que ellas tendrían sus cascarillas intactas, como tendríamos que comerlas en la naturaleza.) Además, comer una cucharada de harina cruda hecha de las semillas de cualquier grano de cereal también produciría una respuesta de atragantamiento debido a que es tan seco.

Así pues, a pesar de que la mayoría de la raza humana en el presente consume granos y almidones, podemos rechazarlos como el alimento humano natural. El hecho que las semillas de pasto ni nos atraen, ni nos son atractivas, ni nos despiertan algo en su estado natural crudo debería ampliamente indicarte que nosotros no éramos granívoros en la naturaleza antes de haber dominado al fuego. En vez de ser un deleite al paladar, estos alimentos de carbohidratos complejos en su estado natural son un lío tortuoso.

• Raíces y tubérculos ricos en almidón.

Los animales que escarban y desentierran raíces y tubérculos están anatómicamente diseñados para esa tarea: tienen hocicos; los humanos no. Sin herramientas, los humanos son pobres excavadores. Además, no tenemos motivación para hacerlo, pues no hay alimentos bajo la tierra, en su estado natural, que agraden al paladar, y muy pocos existen que nuestros sistemas digestivos puedan siquiera manejar. Algunas raíces, especialmente los nabos, rutabagas, papas dulces, camotes, betabeles, zanahorias, chiviría y salsifí pueden ser consumidas crudas, aunque en la práctica hoy día, casi ninguna se come de esta forma.

Los humanos generalmente aborrecen la tierra y rechazan comer cualquier cosa cubierta o con matices de suciedad. Por su parte, los cerdos o chanchos pasan grandes cantidades de tierra a través de sus cuerpos.

En la naturaleza, sin herramientas hechas a mano y sin aparatos de cocina, tendríamos que consumir raíces crudas o no comerlas en absoluto. En nuestro hábitat natural, abundante en nuestros alimentos preferidos, podemos estar seguros de que las raíces que el hombre pudo haber manejado sin herramientas recibieron poca atención como comida. En vista de estas consideraciones, puedes tachar a los humanos como escarbadores naturales de raíces.

• Legumbres.

Muy pocas criaturas aparte de pájaros y cerdos consumen legumbres de buena gana, dado que las legumbres en su estado maduro son indigeribles y/o tóxicas para la mayoría de los mamíferos. Para los humanos, las legumbres maduras crudas no son solamente desagradables al gusto, sino que bastante tóxicas. Simplemente no tenemos capacidad para consumirlas en su estado natural. Muchas criaturas consumen legumbres tiernas con gozo. Los pichones y otras aves de hecho consumen toda la planta de legumbre entera, mucho antes de que ha tenido oportunidad de florecer. Mientras que las legumbres tiernas son comestibles y no-tóxicas, uno debe cuestionar su contenido nutricional.

Se ha hecho fama a las legumbres de ser excelentes fuentes de proteína, y su contenido proteínico es generalmente bastante alto. Los niveles altos de proteína no son necesariamente algo bueno, especialmente para los humanos, quienes parecen prosperar mejor en una dieta compuesta de menos de 10% de calorías provenientes de proteína. Tal como es en la carne, lácteos y huevos, la proteína en las leguminosas es rica en el aminoácido metionina, el cual contiene altas cantidades del mineral acídico sulfuro.

Los niveles de carbohidratos en las legumbres son también suficientemente altos para hacerlos difíciles de digerir debido a los altos niveles de proteína. Invariablemente, cuando se consumen legumbres, los humanos padecen gases, un indicativo de que sus procesos digestivos han sido comprometidos. La falta de vitamina C, un nutriente esencial para los humanos, también hace a las legumbres una muy pobre elección alimenticia.

Desde el punto de vista de sabor, nutrición, digestión y toxicidad, las legumbres simplemente no son una opción viable como alimento para los humanos.

Para digerir por completo los alimentos ricos en almidón—granos, raíces y tubérculos, y legumbres—un animal debe producir grandes cantidades de amilasas, enzimas encargadas de la digestión del almidón. Los granívoros, los excavadores de raíces, y los consumidores de legumbres secretan suficiente amilasa para digerir grandes cantidades de almidón. Si tú observas una vaca masticando heno, la amilasa de la saliva está goteando sobre el suelo. En contraste, el cuerpo humano produce la amilasa de la saliva (también llamada tialina) de fuerza extremadamente limitada y en cantidades relativamente pequeñas, es sólo suficiente para romper pequeñas cantidades de almidón, tales como las que se encontrarían en frutas que no están completamente maduras. El cuerpo también produce pequeñas cantidades de amilasa pancreática para una digestión del almidón algo limitada en los intestinos.

Cuando los humanos puedan comer libremente de granos ricos en almidón, raíces, tubérculos y legumbres tales como trigo, papas y lentejas en su estado crudo hasta saciarse y proclamen que su experiencia fue un auténtico placer gourmet, entonces tanto tú como yo podemos estar de acuerdo en que se somos consumidores de almidón.

¿Somos consumidores de alimentos fermentados?

En esencia, todos los americanos consumen fermentados y otras sustancias descompuestas que son llamadas alimentos. La mayoría son derivadas de la leche. Algunas son hechas de granos (especialmente los alcoholes), frutas (vinos y ciertos vinagres), legumbres (especialmente el frijol de soya y su variedad de productos pútridos), y carnes descompuestas.

Los carbohidratos fermentan cuando hongos y bacteria los descomponen. Los carbohidratos fermentados producen alcohol, ácido acético (vinagre), y ácido láctico, así como metano y dióxido de carbono.
Las proteínas se putrifican (pudren) cuando se descomponen. Descompuestos primariamente por bacteria anaeróbica pero también por hongos (levadura) y bacteria aeróbica, las proteínas generan productos de desecho llamadas ptomaínas (cadaverina, muscarina, neurina, ptomatropina, putresceína, y otras), indoles, leucomainas, escatoles, mercaptanos, amoniaco, metano, sulfuro de hidrógeno y otros compuestos tóxicos.
Las grasas se vuelven rancias y repulsivas cuando se oxidan y descomponen. Cosa rara, descartamos las uvas fermentadas, sin embargo bebemos el producto final de la fermentación (vino). Aún más extraño, la mayoría de los americanos consumen con abandono algo que nunca ocurrió en la naturaleza —un producto de putrefacción patogénico llamado queso. Hacemos queso tomando la porción de caseína de la leche y pudriéndola con tipos de bacteria que dejan sub-productos que muchos paladares han llegado a apreciar. El queso representa todos los productos de descomposición en un solo paquete: proteínas putrefactas, carbohidratos fermentados y grasas rancias.
Sólo necesitas referirte a un buen diccionario para aprender qué tan venenosas son en realidad estas sustancias. Sin embargo, los americanos consumen billones y billones de libras de queso anualmente. Asegurar que todos estos venenos que entran al sistema causan cualquier cosa menos que enfermedad, malestares y debilidad es una tergiversación o una exposición fraudulenta. Tumores y cáncer son frecuentemente el resultado.

Dado que los seres humanos no consumirían estos tipos de productos descompuestos en la naturaleza sin herramientas y contenedores, podemos categorizar de forma segura que son artificiales y ciertamente no están entre los alimentos que utilizaríamos primordialmente para nuestro sustento.

¿Somos lactantes de animales?

Yo dudo que los humanos hayan jamás mamado directamente del ganado, cabras, yeguas, camellos, ovejas y otros animales. Y, por supuesto, la idea de hacerlo es detestable y repugnante a nuestra disposición.

La práctica de beber leche animal como una parte regular de nuestra dieta adulta tiene solamente unos cuantos cientos de años de antigüedad. Antes de la llegada del motor de combustión, no era posible arar, sembrar y cosechar suficiente grano para que la mayoría de las familias pudieran sostener más de una vaca o dos. Dar leche de vaca a los niños en lugar de la leche materna es también una práctica relativamente nueva que data atrás sólo unos doscientos años.

Ciertos pueblos árabes y africanos han utilizado la leche animal por milenios, pero la cantidad utilizada era extremadamente pequeña. Es cierto que algunos pueblos, como los Masai, viven sustancialmente de leche y sangre, pero estos no son bajo ninguna circunstancia nuestros alimentos naturales. Ellos lo hacen principalmente por falta de otros alimentos fácilmente obtenibles.

Ningún otro animal en la naturaleza bebe la leche de otra especie; ellos saben instintivamente que la leche de sus madres es un alimento perfecto que sostiene el rápido crecimiento y provee la mezcla de nutrientes exacta que sus cuerpos en desarrollo requieren. No estamos más diseñados para la leche de vaca que para leche de cerdo, la de rata, la de jirafa…. o viceversa.

Beber leche es patogénico. Si la leche y los productos lácteos fueran descontinuados hoy, millones de personas cesarían de sufrir enfermedades y patologías en un corto período13. De hecho, si esta sola práctica dietética fuera descontinuada, los hospitales virtualmente se vaciarían y las salas de espera de los médicos estarían en su mayoría desalojadas.

Los humanos están ciertamente diseñados por naturaleza como lactantes —pero sólo por el primer par de años de vida, y sólo de la leche de su propia madre. Nos haríamos a nosotros mismos un favor astronómico si tuviéramos el buen sentido común de parar el consumo de lácteos después de la edad del destete, como lo hace toda otra criatura bebedora de leche en la Tierra.

¿Somos consumidores de nueces, semillas y otras plantas altas en grasa?

No hay duda de que los primeros humanos en la naturaleza consumían algunas nueces y semillas, a pesar de que ciertamente las plantas las crean con fines reproductivos, no de consumo. Los varios tipos de semillas, prominentemente granos, hierbas, semillas frutales y nueces (todas las nueces son semillas) tienen cubiertas externas protectoras que varían en textura de fibrosas a duras y de madera. No tenemos dientes filosos como navajas ni poder de mandíbula masivo como el que usan las ardillas para extraer las nueces de sus cáscaras.

Tanto semillas como nueces son provistas con nutrientes suficientes para iniciar y sostener un crecimiento mínimo de sus plantas. Como con todos los alimentos, nosotros derivamos nuestro más grande beneficio nutricional de nueces y semillas cuando las consumimos en su estado crudo Las grasas y proteínas calentadas son bastante patogénicas—inclusive carcinogénicas. Deberíamos consumir nueces crudas o no consumirlas en absoluto.

La mayoría de las personas en la sociedad moderna, sin embargo, nunca han probado nueces y semillas verdaderamente crudas. Altas en contenido de agua, las nueces genuinamente crudas tienen una textura más como de manzanas (en el caso de las almendras) o mantequillas de nuez (en el caso de las macadamias). Virtualmente todas las nueces y semillas disponibles comercialmente han sido sobre-deshidratadas a “bajas” temperaturas, (tal vez 70C) frecuentemente por días, para prevenir que se vuelvan mohosas, así pues extendiendo su vida de anaquel.

Desafortunadamente, nuestra habilidad para digerir nueces y semillas —ya sea que estén crudas, deshidratadaso calentadas—es bastante pobre. Variando desde 55 hasta 90% de grasa, las nueces y semillas es mejor consumirlas infrecuentemente y en muy pequeñas cantidades. Inclusive entonces, su ruptura en ácidos grasos, aminoácidos y glucosa requiere un proceso más largo del deseado, tomando horas. Las grasas pueden permanecer en el intestino delgado por varias horas antes de que la vesícula secrete bilis con la cual pueda emulsificarlas (romperlas y licuarlas).

En contraste, las frutas altas en grasa como aguacates, durianes, akees, fruta de pan y aceitunas son ricas en grasas fácilmente digeribles (cuando están maduras). Estas frutas varían en contenido graso desde 30% de calorías (durian) a 77% (aguacate). La carne de coco, también alta en grasa (variando entre 20 a 80%, dependiendo de su madurez), es fácilmente digerible en su estado como de jalea pero casi imposible de digerir cuando está maduro y endurecido.

Las hojas verdes y otros vegetales, cuando se consumen crudos y frescos, contienen una pequeña cantidad de ácidos grasos en un estado fácilmente utilizable. Sin embargo, algunos (principalmente los vegetales crucíferos) contienen compuestos tóxicos e indeseables de azufre. Nosotros obtenemos nuestras mejores grasas predigeridas y suficientes para satisfacer las necesidades de ácidos grasos del cuerpo de frutas y hojas tiernas.

Biológicamente, no somos una especie de consumidores de grasa, sino consumidores de grasa meramente incidentales. A pesar de que un aguacate ocasional y un puñado pequeño de nueces y semillas son bastante satisfactorios y complementa nuestra dieta natural, somos en principio consumidores de carbohidratos.

¿Somos Nosotros Omnívoros—Esto Es, Todo lo Anterior?

Por supuesto, los humanos son omnívoros en práctica, con la ayuda de estufas, condimentos, estimulantes del paladar, sazonadores que camuflan, especias y demás. Pero, en la naturaleza, no podríamos más que consumir alimentos de temporada y tendríamos que comerlos en su estado crudo basados en su efecto en nuestro paladar. Sin herramientas, tecnología, empaquetamiento ni contenedores, y sin agentes que enmascaran el sabor, pronto perderíamos todas nuestras tendencias omnívoras en el mundo natural real… y la fruta jugosa y dulce nos parecería mejor y mejor cada día.

¡Somos frugívoros!

En la naturaleza, los humanos serían frugívoros solamente. Un frugívoro es una criatura que vive principalmente de frutas, incorporando también verdes tiernos. (Esto incluye las frutas no dulces con semilla que generalmente llamamos vegetales, tales como tomates, pepinos, pimientos, okra, zucchini y otras calabazas, y berenjenas.) Como todos los animales, podemos en efecto sobrevivir (aunque menos exitosamente) con una amplia variedad de comidas. No obstante, nuestros cuerpos fueron diseñados para prosperar en una dieta de frutas principalmente.

Algunas personas adoptan una dieta totalmente frutariana, que significa que intentan vivir exclusivamente de frutas, pero yo no recomiendo esta práctica. Los vegetales de hoja verde-oscura proveen minerales y otros nutrientes esenciales para la salud y una nutrición óptima.

Nutricionalmente, la fruta se acerca más a satisfacer todas nuestras necesidades (incluyendo, por supuesto, nuestro deseo de alimento sustancial, exaltante y delicioso) que cualquier otra comida, tal como la carne para un carnívoro. Las frutas están repletas con los nutrientes que nuestros cuerpos requieren—en las proporciones que los necesitamos. Sí, algunos vegetales y otras comidas pueden tener “más” de un nutriente particular o clase de nutrientes, pero las frutas tienden a contener los tipos y cantidades de nutrientes que nuestros cuerpos requieren.

Más no significa mejor.

Los humanos buscan lo dulce por naturaleza, diseñados para consumir frutas dulces. Las papilas gustativas en las puntas de nuestras lenguas reconocen sabores dulces. La mayoría de nosotros estamos atraídos a frutas dulces en su estado crudo, sin importar qué más nuestra cultura y circunstancias nos dispongan a consumir.

Cuando están maduras, las frutas convierten sus componentes de carbohidratos en glucosa y fructosa, azúcares simples que podemos utilizar sin digestión adicional. Las enzimas en la fruta convierten las proteínas en aminoácidos y las grasas en ácidos grasos y gliceroles. Así, cuando comemos frutas, todo lo que necesitamos hacer es saborear sus bondades.

¿Frutas y hojas verdes tiernas?

Habrás notado que yo he descrito la dieta frugívora como una que consiste primariamente de frutas, con la adición de hojas verdes tiernas. ¿Dónde quedan el resto de los vegetales en este cuadro?

Esto puede impactarte, pero por todo indicio, nuestra fisiología digestiva fue diseñada para procesar las suaves fibras solubles en agua de las frutas y hojas tiernas, casi exclusivamente.

Es verdad que los vegetales crucíferos como el brócoli, coliflor, berza, acelgas, colecitas de Bruselas y repollo están cargadas de nutrientes, incluyendo fibra soluble. Pero también contienen celulosa y otras fibras difíciles de digerir o inclusive indigeribles.

Por “fibras indigeribles,” me refiero que nuestro sistema digestivo no puede romper estos materiales y debe por lo tanto eliminarlos. Y a diferencia de las fibras solubles, estas fibras indigeribles son rígidas y pueden raspar y arañar nuestra delicada membrana digestiva conforme pasan. (La fibra en granos enteros también lo hace, sólo que hasta un punto todavía mayor; véase “Fibra” en el Capítulo 5 para más información.) Estos vegetales son mejor digeridos cuando se consumen en su estado más joven y tierno. Para los mejores resultados, deben ser masticados minuciosamente o predigeridos mecánicamente a través del uso de una licuadora o un aparato que pueda rallarlo.

Para asimilar completamente, necesitamos digerir completamente, y cada vez que comemos alimentos que son más difíciles de digerir, comprometemos nuestra digestión y, con el tiempo, nuestra salud. Somos capaces de tragar vegetación que contiene celulosa y otras fibras duras e insolubles, pero tales comidas ponen una carga grande sobre nuestros órganos digestivos y de eliminación.

Hasta donde la salud concierne, queremos derivar los mayores beneficios mientras minimizamos los detrimentos o el daño por completo. Cuando aplicamos esta idea a nutrición, estamos buscando “suficientes” de los nutrientes que necesitamos, no necesariamente los más que podamos obtener. Las fibras indigeribles en los vegetales de textura más dura son muy difíciles para que nuestros cuerpos los digieran, en comparación con las fibras suaves y solubles de las frutas y las hojas verdes tiernas. Así pues, estos no pertenecen al grupo de nuestros alimentos ideales.

Nuestros sentidos lo confirman

Imagina por un momento que tú estás a punto de comer alguna deliciosa pieza de fruta—tal vez una uva, durazno, melón, plátano, manzana, ciruela, naranja, mango, higo, o mora… tu escoge la variedad. Imagina sostener la fruta en tu mano, admirando su belleza. La acercas a tu nariz y hueles su dulce y distintiva fragancia. Te tienta dar una mordida, pero primero aprecias la fruta en tu mente sólo un poco más, incrementando el placer. En este punto, debe estar haciéndose agua la boca (salivando). La fruta no requiere preparación; es un producto terminado, listo para ser consumido exactamente tal como la naturaleza lo preparó. Para los humanos, las frutas atraen la vista, agradan nuestro sentido del olfato, y saben divino en su estado maduro, natural y crudo.

Ahora, intenta lo mismo nuevamente, esta vez imagina un campo de trigo, o un rebaño de ganado, o aves en vuelo. ¿Se te hace agua la boca? Cuando están obligados a imaginar por ellos mismos el acto de recolectar alimentos en la naturaleza, inclusive aquellos que vehementemente cuestionan la disposición frugívora del hombre tienen que admitir que ellos escogerían pocas cosas que no fueran frutas. Esto no significa que nosotros debamos comer frutas total y exclusivamente en nuestras circunstancias presentes, pero sí significa que, en la naturaleza, las frutas serían una mayoría abrumadora de nuestras elecciones alimenticias.

Permitir que la fruta predomine en tu dieta hace que tener éxito en el plan 80/10/10 sea más fácil que cualquier otro acercamiento hacia la alimentación, ya sea una cruda o cocida. Para desarrollar la relación más saludable, sana y sensata con la comida, y para poder vivir con un plan dietético que te funcione por el resto de tu vida, consume toda la fruta que desees durante el desayuno y la comida. Inclusive tus comidas de verduras debieran empezar con fruta, tanta como gustes, hasta que estés seguro que no se te va a antojar algo dulce al final de la comida.
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