Cuando conoci Mayabalam II asentado en el Estado de Quintana Roo en México, la asamblea general de la iglesia presbiteriana de México, mantenía, con gastos propios de la organización, a un doctor que atendía las necesidades básicas de consultas y medicinas de los refugiados guatemaltecos. En aquel entonces, COMAR, la comisión mexicana de ayuda a refugiados era quien atendía los asuntos legales de estos desplazados de su país de origen. Participé en viajes misioneros que se organizaban para el apoyo espiritual de nuestros hermanos guatemaltecos. Hoy en día, la congregación de Mayabalam ya ha sido constituida como iglesia con la posibilidad de elegir un pastor de tiempo completo, y está formada en gran parte por los hijos de los refugiados ya nacidos en México y por quienes decidieron quedarse en México y naturalizarse como mexicanos.
Sin duda, el apoyo de la iglesia presbiteriana en este proceso de adaptación a este país, ha sido pieza fundamental. De hecho, el proyecto Living waters for the world, como un programa de apoyo de Iglesias de Estados unidos, dotó de plantas purificadoras de agua a la región usando como punto de apoyo a comunidades como Blanca Flor y Mayabalam para llevar agua potable de calidad microbiológica a los habitantes de la zona, muchos de ellos refugiados que ya viven de forma permanente en México.
La labor evangélica va más allá del apoyo espiritual y se ofrece educación, salud y acciones concretas para mejorar las condiciones de vida de comunidades que surgieron de los desplazados por las guerras que, en su condición de refugiados guatemaltecos, encontraron un nuevo hogar en México y el cobijo de organizaciones religiosas como la iglesia Presbiteriana de México, estrechando sus lazos de hermandad, en medio del conflicto emocional que era vivir en otro país.
Nuestra fe común, nos ayudó a entenderlos y a apoyarlos, aunque muchas veces no compartíamos el mismo idioma.