Como larvas de moscas desaforadas, entre un cadáver en descomposición,
la especie humana se multiplica sobre el planeta, al cual devora sin conmiseración,
provocándole un aumento de temperatura,
al mismo tiempo que le retira de sus huesos los últimos trozos de tejidos naturales,
convencida que tiene el total derecho de hacerlo.
Tomándose muy a pecho el despecho que se siente después,
cada habitante humano se convierte en un mutante del tiempo,
porque éste lo obliga a ser la larva que transmuta la materia del espacio que ocupa,
haciéndole expeler su excremento sobre la pequeña parte del universo que modifica,
y a través de ella convencerlo de creer que es capaz de controlar
sus efectos perniciosos sobre los fundamentos de la vida en general,
ignorante que son sus propios hechos los desechos de una fuerza superior a él,
por lo que al final, la ecuación que provoca, con su fórmula empírica,
ha sido, hasta hoy, la descomposición del posible imperio que ha podido crear.