El valor de la prudencia

 
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El valor de la prudencia


Por: Capitán (ra) César Castaño *

08/05/2020

«No hay sabiduría sin prudencia; no hay filosofía sin cordura. Existe en el fondo de nuestra alma una luz divina que nos conduce con indudable acierto si no nos obstinamos en apagarla». Jaime Balmes


Una vez, en un pueblecito, un hombre que envidiaba a su párroco lanzó un malicioso rumor acerca de él. No obstante, angustiado por el remordimiento y seguro de sus mentiras, de inmediato fue a ver al sacerdote para implorar su perdón y cumplir la penitencia que él le impusiera. El Padre le ordenó que al llegar a su casa, tomara un almohadón de plumas, saliera al patio, lo cortara y dejara que el viento esparciera las plumas. Tras hacer lo que el Sacerdote le había indicado, el hombre regresó a la iglesia y preguntó:


- ¿Padre estoy perdonado?

- Casi lo estás - respondió el buen sacerdote- ahora sólo te resta hacer una cosa para ser totalmente perdonado.

- ¿De qué se trata? - inquirió el hombre.

- Trata de reunir de nuevo las plumas que el viento ha esparcido por todas partes, si lo logras alcanzarás el perdón y vivirás en paz.

- ¡Pero eso es imposible! - exclamó el hombre.

- Ciertamente - respondió el sacerdote - aunque desees reparar el daño que has causado con tu rumor, al igual que no puedes reunir las plumas esparcidas por el viento... ya no hay forma de remediarlo. (Adaptación, cuento popular)

Los seres humanos, en ocasiones cometemos imprudencias que pueden afectar la vida de los demás. Se ha convertido en costumbre, lanzar palabras al aire cargadas de veneno y comentarios tendenciosos sin medir las consecuencias. En ese arte de la injuria, en el que algunos se han hecho expertos, se emplean argumentos retóricos convirtiendo lo verdadero en reprobable e insípido; y, lo falso, en atractivo y creíble.

Contadas excepciones, hay quienes en un acto de lucidez tardío buscan resarcir el daño causado por su impertinencia; otros, simplemente reafirman su soberbia disfrutando el goce que les provoca el mal que siembran a su paso. Los primeros, deben saber que una vez puesta a rodar una bola de nieve esta no se detendrá. Los segundos, están condenados irremediablemente a hacerse más daño a sí mismos que a los demás.

Por ello, es necesario mantener nuestra atención centrada en lo que realmente debe ocuparnos, sólo así, podremos darle sentido y propósito a nuestra existencia evitando vivir vidas ajenas. Sin embargo, no debemos olvidar que la imprudencia y la hipocresía han sido una práctica corriente en la humanidad. La cizaña de los fariseos no se extinguirá jamás, pues siempre ha tenido una fecundidad prodigiosa. Quizá Dios, permite que ella crezca - en boca ajena - para poner a prueba la prudencia en otros.

Pero la prudencia también tiene matices. Existe una falsa prudencia – que más bien deberíamos llamar malicia – que está al servicio del egoísmo, que aprovecha los medios más sanos para alcanzar fines torcidos. La verdadera prudencia, nos exige el reconocimiento de nuestras propias limitaciones. No es prudente el que no se equivoca nunca, sino el que rectifica y procura reparar sus errores.

En la vida, encontramos a nuestro paso seres humanos ponderados, que no murmuran tras bambalinas, que dedican su tiempo a lo esencial, que escuchan con empatía, que aprenden y desaprenden, que facilitan encuentros, que empoderar a otros para crecer, que transforman su entorno, que inspiran y animan; pero, que también ejercen su capacidad crítica para luchar por aquellos cambios que consideren necesarios.

De esas personas, instintivamente nos fiamos; porque, sin presunción, sin ruidos, ni alharacas, proceden siempre con lealtad, confianza y rectitud. Tal vez, si el imprudente en vez de dejarse aconsejar por los miedos propios y ajenos que le agobian se guiara por el respeto, la sinceridad y la escucha al otro, le iría mejor.

Tratemos entonces de evitar que nuestras emociones se enciendan y se conviertan en palabras necias. Pero además, procuremos forjar en nuestros hijos el carácter necesario para enfrentar la imprudencia y fortalecer el dominio de sí mismos. Tomemos distancia de aquellas situaciones que al final, son contingentes y pasajeras; adoptemos una visión mucho más amplia de la vida, en últimas... serenémonos.


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