Las paradojas de organizar la coyuntura generando más caos

 
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Las paradojas de organizar la coyuntura generando más caos

El caos proviene del modelo mental de quien administra y gestiona

Consta por la experiencia cotidiana que muchas organizaciones, desde las relativamente simples hasta las más complejas, presentan un rasgo crítico que afecta el rendimiento y desarrollo de sus funciones.

Ese rasgo configura un estado de improvisación por el que las decisiones a tomar y los problemas a resolver resultan cada vez más tortuosos, improductivos y onerosos. Si a ello se agrega la idiosincrasia de los administradores incapaces y la indecisión de los temerosos, la situación se vuelve incontrolable, con un costo que podría conducir a un estado de verdadero caos.

Una característica de la improvisación es la incapacidad para prever escenarios futuros y para abordar con inteligencia la asignación de recursos. De allí que el improvisado se rige por un modelo mental que lo impulsa a responder de manera lineal y reactiva ante las exigencias de una coyuntura adversa. Los riesgos de no comprender tales exigencias conducen a plantear planes de contingencia ineficaces, al punto de que las soluciones se encaran desde el mismo lugar en que se gestó el problema. Este criterio sintomático y lineal deja intactas las causas generadoras de desorden y entropía.

Por eso, las soluciones que surgen del mismo lugar del problema, crean nuevos problemas, pues ante la incapacidad y rigidez para comprender la dinámica cambiante de los sistemas sociales y organizacionales (sean públicos o privados) se opta por una excesiva e ingenua simplificación que oculta la ineficiencia y conduce a la persistencia de los focos que enquistan conflictos y encubren disfunciones.

Desde el punto de vista sistémico, el caos surge de los propios protagonistas, afectados por modelos mentales sustentados por paradigmas que conducen a la atomización y promueven medidas aisladas en detrimento de la organicidad del todo. Ello se observa en los circuitos administrativos engorrosos, en la yuxtaposición de medidas, en la superposición de funciones y en la falta de cohesión de los equipos para el abordaje de soluciones innovadoras.

El subdesarrollo planifica cómo apagar el incendio y omite cómo evitarlo

Observando el funcionamiento de un sistema, se vislumbran dos actitudes que responden a paradigmas opuestos. Por un lado, la posición reactiva, que asigna recursos para resolver la inmediatez de la coyuntura y que en términos habituales sería “apagar el incendio”. Pero apagar un incendio, aún con tecnologías de precisión, no es suficiente si no se indagan las causas del mismo. Por eso, se requiere un paradigma superador que, a la par de resolver los efectos coyunturales inmediatos, afianza un proceso promisorio e impide la aparición de nuevos problemas.

Si, por ejemplo, en las áreas educativas y de salud los respectivos “incendios” delatan efectos desalentadores, como la pérdida de la calidad pedagógica, la falta de creatividad docente, la deserción escolar, la desnutrición, la indigencia amenazante o el pacto resignado con la enfermedad, es de esperar que los administradores no caigan en la ilusión de proponer soluciones parciales ni circunscribirlas, a modo de anestesia, solamente al ámbito de los efectos.

Lamentablemente, los hechos muestran una respuesta a los problemas mediante planes o programas que configuran una forma prolija de organizar la solución de coyuntura y que, en definitiva, termina por conservar el caos. La organización para asistir a los afectados de una catástrofe evitable, debe tener como correlato necesario la vigencia de un plan estratégico que, por vía de reversión sistemática de las causas, impedirá nuevos percances.

En nuestros días, las medidas ante la emergencia energética son insuficientes si no cuentan con el respaldo de un programa que exceda la coyuntura y aborde eficientemente los futuros escenarios.

¿Acaso resuelven el problema de la calidad educativa las conocidas soluciones cosméticas, relacionadas con la agilización de ciertos procedimientos burocráticos?

¿Acaso un plan de emergencia para cubrir las necesidades alimentarias o de salud de un sector de la población podría generar la solución de fondo para erradicar, sin asistencialismo alguno, las causas profundas de la desnutrición y del analfabetismo?

Las “prolijidades” del subdesarrollo mental

Esta concepción y abordaje sintomático de los problemas conducen, por vía reactiva, a la paradoja de organizar prolijamente las soluciones parciales de la coyuntura, sin advertir que se está conservando el caos. Un sistema entra en estado de caos cuando carece de mecanismos de reserva para adecuarse a las condiciones adversas y a las fluctuaciones del entorno.

Esto tiene una explicación cognitiva. Trabajar con planes reactivos de coyuntura exime pensar con rigurosidad las posibles soluciones, dado que conduce al administrador a actuar por reacción mecánica ante los efectos del presente. Trabajar para el futuro, en cambio, requiere una estrategia que se nutre de un intelecto capaz de advertir las alternativas de los escenarios complejos.

La mente de un estratega y administrador eficiente reacciona a tiempo trabajando con rigor las causas y asignando inteligentemente los recursos. En esto consiste el arte de reaccionar a tiempo y de impedir las paradojas de resolver, muchas veces con confusa prolijidad distractora, los problemas de coyuntura que, en definitiva, terminan por mantener y profundizar el caos.

Frente a lo que hay que hacer, muchos prefieren hacerlo a medias y sin que se note, con la paradoja de que resulta más oneroso ocultar las causas de los problemas que resolverlos. Así, en los diferentes campos de la vida social está presente esa ingenua habilidad de simular y ocultar las causas reales de los problemas mediante “remiendos” costosos que, atenuando en apariencia los síntomas visibles, los perpetúan y/o anestesian.

Quien aplica el modelo sintomático en el terreno de las decisiones públicas termina despilfarrando recursos sin haber resuelto los problemas que afectan la vida social. De allí la hábil apelación a la “cosmética distractora”, con costos superiores a los de la prevención y el tratamiento causal que, en el caso del decisor político u organizacional, conduce a dilatar las soluciones y a empeorar cada vez más la situación a instancias de la comodidad y del camino fácil.

Augusto Barcaglioni

Fuente: cognitio.com.ar
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