Recuerdo cuando era niña. Se aproximaba Navidad, una fiesta familiar, en casa de los padres. Bajo el árbol, habían muchos, pero muchos regalos. Ninguno era ostentoso, eran pequeños obsequios donde aprendimos a valorar los gestitos de los papás, sin tomar en cuenta el valor pecuniario de cada uno. Sin embargo, hacían grandes esfuerzos porque uno, tan solo uno de esos regalos fuera el que le habíamos pedido al “Viejito Pascuero”. Ellos, con mucho esfuerzo cumplían.
Pero lo más importante era la cena de Navidad. Todos reunidos, en torno a una mesa preciosa, decorada. Los cinco decidíamos, democráticamente, qué haríamos para Noche Buena. Nunca en mi casa hubo el tradicional pavo. Éramos una antítesis de lo que el resto de las familias hacían.
Hoy, la Navidad no representa en las familias el nacimiento del niño Jesús, la llegada de nuestro Salvador, en un pesebre pobre, sin lujo, sin comodidades. El rey de Reyes nacía en la más absoluta pobreza y sencillez, que hemos olvidado por un consumismo que ahoga su sentido y alcance
El sentido de Noche Buena es la espera ansiosa de ese nacimiento, del vientre de María, es un invitado a nuestra mesa que, sin embargo, pocos citan, muchos omiten.
Llegadas las 12 de la noche, todos se saludan, pero ¿Quién saluda al que ha nacido? Una familia reunida en torno a un árbol navideño, más o menos decorado, saludos efusivos, sin embargo quien es celebrado es olvidado.
El consumismo se comió a la Navidad, reemplazó el nacimiento de Cristo, por regalos ostentosos, donde el centro de ese 25 de Diciembre son los regalos, no Dios hecho hombre.
Familias enteras endeudadas para dar los regalos que hijos tiranos exigen a sus padres. No es culpa de los niños: es culpa de una sociedad que ha caído en las fauces de un mundo materialista y consumista. Nadie les ha enseñado a estos pequeños que Navidad no es sinónimo de regalos, nadie les ha dicho que el "cumpleañero" es Cristo, que es a Él a quien celebramos, que Él es el invitado de honor a nuestra cena, que las primeras palabras deben ser dirigidas a quien dio la vida por nosotros.
La Misa del Gallo, una tradición cada día más abandonada, es la única que nos recuerda que estamos celebrando el natalicio de nuestro Salvador, que no es una fiesta para hacer regalos porque debemos celebrar algo nuestro, sino el mejor cumpleaños de quien dio la vida por nosotros, por amor, abandonándose a si mismo, tanto así nos ama.
Cada niño que nace nos recuerda el milagro de la Vida, nos recuerda que Cristo vive. Al mismo tiempo, cada niño que muere a manos de abortistas, nos señala que Jesús es anulado, despreciado y muerto antes de nacer. Pero esos mismos celebran “Navidad” con decenas de regalos fastuosos, sintiéndose orgullosos de los gastos generados. ¿Quién les recuerda que es Cristo el que nace y que es ese mismo Cristo a quien matan con cada niño a los que no les permiten nacer? Cada aborto es Cristo en la Cruz, antes de nacer.
Por mi parte, pasaré Noche Buena y Navidad en una pequeña cabañita de la quinta región, acompañada de mi esperanza en Cristo, a las espera de las 00.00 hrs para saludar al amor de mis amores: El niño Jesús. Y ofrecer mi único regalo: mi amor incondicional a Él y un “Hágase Tu Voluntad en mi”
Andrea Balbontín Nesvara
Chile.