En los amaneceres de cada día salen a la luz todo tipo de obscenidades que se esconden tras los tragaluces ubicados en medio de unos muros levantados por una especie oscura, confusa, perdida y parapetada entre los laberintos enmarañados de brillos manchados por las imperfecciones deslumbrantes que emanan desde una especie que en su esencia se considera y cree intimidante, mostrando luego a sus especímenes orgullosamente desfilando y cuestionando, a cada instante, el papel que han llegado a desarrollar al saberse y reconocer que le están incumpliendo a la madre naturaleza desde el mismo momento en que ésta les pare, pues como toda madre termina ignorando de antemano la función que los hijos llegan a cumplir una vez estén fuera del vientre, teniendo que experimentar en carne propia la sorpresiva y violenta injerencia de unos organismos omnívoros y antropófagos, quienes no encuentra límites a sus ansias de saciar con mañas una particular vanidad de ver al mundo, que es alimentada a través de sustancias y elementos germinados a partir de los excrementos materiales y mentales expulsados por parte de personajes que han perdido todo vestigio de moral, ética, sociabilidad, razón y pulcritud, considerándose aun así fértiles para poder semillar entre la realidad los frutos de una ambigua ambición.