El 9 de abril de 1609 Felipe III firmó el decreto de expulsión de los moriscos, el mayor éxodo que ha sufrido España.
Alrededor de 300 000 españoles se vieron obligados a abandonarlo todo por el mero hecho de ser cristianos nuevos.
Algo que tan sólo un siglo más tarde, en el XVIII, los historiadores calificaron como "la ruina de España".
Fue una decisión política identitaria de representación del poder. No es una casualidad que ese mismo día, el 9 de abril de 1609, se firmara la tregua con los protestantes holandeses tras la Guerra de los Doce Años.
La expulsión de los moriscos fue una manera de mostrar que la monarquía española era la campeona del mundo cristiano.
La expulsión de estos antiguos musulmanes, oficialmente convertidos al catolicismo pero que en su mayoría seguían conservando sus costumbres, afectó especialmente a Sevilla que, con 7 000 moriscos, era la población española con mayor número de estos cristianos nuevos.
De Andalucía se vieron obligados a salir unos 32 000.
Para justificar el decreto, la monarquía los acusó de herejes y alegó que suponían un peligro para el país por la posibilidad de que se aliasen con los otomanos de Estambul o con los berberiscos del Norte de África.