11 julio 2021
– Comencé el día despertándome de un mal sueño pero no recordando cual. Era como si hubiera llegado tarde a echar la toalla en algún lugar cerca del agua en la Playa, o como si hubiera encontrado cerrada la puerta de la Parroquia y me hubiese perdido mi café de puchero del norte con esas benditas pastas de Doña Virtudes que tan ricamente las sirve en esos desayunos de “Sacristía”.
– Esos crueles despertares ya llevan mucho tiempo conmigo, seguramente desde niño. Algo hice mal en algún momento de mi vida y hay algún espíritu maligno que está dispuesto a hacérmelo pagar.
– No tengo deudas, no tengo queridas, ya casi no tengo amigos por culpa de la pandemia y, además ya no fumo desde el 2001, no bebo desde… (no me acuerdo), y tampoco bailo rock and roll pues parece como si las piernas las hubiera dejado en el armario de los pecados, en prenda. ¿Entonces, por qué me acosan los malos sueños?
– No encontrando explicación decidí acercarme al espejo del baño y después de echarme un par de miradas sin llorar, cerré los ojos, acerqué mis labios al espejo y lo besé …
– De pronto oigo una voz angelical detrás de mi propia alma: “Cariño, ¿qué haces?”
– Abrí los ojos, me volví y le dije a mi amor santo: “Besando a un sueño, a un mal sueño, quiero saber si puedo deshacerme de él”.
– Lo sé, quedé como alguien que no está muy cuerdo, pero ante la situación creada recordé una brillante frase de Aristóteles, (que me sirvió para que, de momento, no me encierren en un manicomio). y con tono de profesor de latín de los cincuenta, dije, en justificación a mi acto ante el espejo: “Nada hay en la mente que no haya estado antes en los sentidos”.
– Esta noche sabré si la gesta sirvió para algo o si el espíritu maligno querrá más de eso, antes de desistir.
Fuente: etfreixes.blogspot.com