BUSCANDO LA FELICIDAD PERDIDA

 
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Crónica Participante del “Concurso de Periodismo Silvio León España”,
de la Alcaldía del Municipio de Pasto, Nariño, Colombia, año 2013

***BUSCANDO LA FELICIDAD PERDIDA***

Esta historia, basada en hechos reales, cuenta la vida de una valiente mujer que, con altivez, enfrentó todas las adversidades de su destino
y siempre salió adelante

Narración: Lucio Marino Jurado
[email protected] – Celular: 310 466 6990


Su nombre es ALEJANDRA ESPAÑA GARZÓN*, nacida el 13 de julio de 1971, y para información de algunos de sus familiares que no lo saben, porque no tenían cómo saberlo, ya que nadie les comunicaba o contaba nada, la verdadera historia de Alejandra comenzó en una finca llamada “Hato Viejo,” de propiedad de su padre, situada por allá en el corregimiento de Chachagüí (hoy convertido en municipio del departamento de Nariño).
Recuerda Alejandra que “Con apenas 6 añitos de edad o menos, por decisión de mis padres Delfín Roberto España y Myriam Carmenza Garzón, me tocó realizar en aquella finca, durante unos cuatro o cinco años, labores de hogar que sólo estarían reservadas para una muchacha con experiencia en todos los oficios domésticos y que contara por lo menos 15 ó 20 años de edad para que, adicional a todo, ayudara también en la crianza de mis hermanos menores que ya vivían conmigo. Como no fue posible variar la conducta de mis padres, me tocó, por fuerza mayor, hacerle frente a todas las labores hogareñas, dando todo de mí para evitar ser castigada con severidad, como era la costumbre, cuando por olvido o por cansancio yo dejaba de hacer alguna labor especial de la casa”.
Así transcurrió el tiempo en medio de las expectativas por un mejor mañana para Alejandra, pero todo parecía indicar que el destino de esta niña ya estaba marcado de antemano porque la soledad que la acompañaba a ella y a sus dos o tres hermanos menores era total y sin esperanza alguna de remediar.
Sin embargo, a veces la vida que llevaba Alejandra con sus hermanos en la finca era placentera, porque nada hay tan hermoso como despertar en las mañanas con el trinar de las aves que habitan en la región o con el canto despertador de los gallos que llega desde los corrales propios o de los vecinos. De igual manera, contar para sí con un extenso terreno de altibajos para recorrer en plena competencia desde las primeras horas de la mañana hasta el ocaso del día, eran cosas o situaciones que no se cambiaban por nada.
Travesuras de la niñez
Y más divertida era la vida de los niños por las travesuras y diabluras que hacían por estar precisamente en la edad de la niñez. Por ejemplo, alguna vez alguien le dijo a Alejandra que para que los niños se durmieran rápido había que bañarlos. Como su hermano Ramiro era el que más pereque ponía para dormirse, ella lo bañaba dos o tres veces en el día, pero esto no era suficiente para que él se durmiera. Sin embargo, el rato menos pensado Ramiro quedaba profundo por allí en algún asiento o butaca, pero no era porque Alejandra lo hubiera bañado tantas veces sino porque caía rendido de tanto jugar y hacer algo de oficio.
También recuerda Alejandra que “Como mi mamá trabajaba como profesora en una vereda de Chachagüí, nos dejaba cocinando una paila inmensa de arroz con papas para que nos alimentáramos durante todo el día. Cuando calentábamos este menú, nos dábamos nuestros modos y bajábamos la paila al suelo y entonces empezaba la batalla campal para tratar de comer unos más que los otros. Pero cuando no nos alcanzaba la ración, la complementábamos con frutas de la época que se daban en la finca. No nos faltaban las naranjas, guabas, aguacates, limas, limones, etc., que todos consumíamos a manos llenas hasta quedar saciada el hambre, y en medio de nuestra soledad terminábamos todos por ahí rendidos por el juego o los oficios y nos quedábamos dormidos. Recuerdo también que cómo consumíamos limones, que allá se daban por montones”.
La primera tienda
Durante su vida de niña montaraz, a Alejandra le tocó soportar sin motivo alguno muchos castigos y maltratos por parte de sus padres y ellos no le reconocían el trabajo hogareño que desempeñaba en la finca y en la atención de la primera tienda que su papá montó en “Hato Viejo”, donde le tocaba acarrear, desde la cima de la carretera hasta la casa, toda la mercancía que llegaba desde Pasto para el surtido del negocio, que se componía de gaseosas, yogures de diversos sabores, dulces, galletas y toda clase de mecatos. Dice Alejandra que en esta época “Tendría entonces una edad de diez años. Cuando cumplí los 13 me tocó ir a vivir a Chachagüí, en la primera casa que mi papá compró ya en el pueblo, donde continuó el régimen de terror que ya venía desde la finca porque mi papá nos maltrataba mucho y nos castigaba a veces sin razón alguna y sin mirar que siempre permanecíamos en la casa y no salíamos a la calle para nada porque nos tenían prohibido. Por esa misma época recuerdo también que empezó a funcionar la tercena que yo la manejaba hasta el día que me fui de la casa para casarme a escondidas”.
“En esta casa de Chachagüí fui confinada, por ser la hermana mayor, dice Alejandra, para que ayudara en la crianza de mis hermanos menores que llegaron con una diferencia de edad de un año y medio cuando mucho. Hay que aclarar que nunca se me tuvo en cuenta para que yo ocupara el puesto de hermana mayor en actos sociales de la familia, pues por esta razón tal parecía que hubiese sido nada más que una hija adoptiva. Y esta actitud de mi familia no ha cambiado hasta la presente, porque cuando de pronto me da por visitarlos en Chachagüí, en el semblante de todos se nota que no soy bien bienvenida o bien llegada a la casa de mis padres”.
“También recuerdo que no tuve la oportunidad de estudiar como una niña normal, porque el tiempo no me alcanzaba para nada ya que mi trabajo sobrepasaba las 12 horas diarias y fue así como a la edad de 16 años, con mucha dificultad por el abandono total de mi mamá, escasamente alcancé a terminar el primer año de bachillerato, que hoy en día se conoce como grado 6. Y nunca tuve derecho a continuar con mis estudios superiores hasta terminar la secundaria como sucedió con otras hermanas y hermanos. No se me ha olvidado que mi papá me botaba a la basura mis cuadernos escolares dizque porque estudiar no servía para nada y que era mejor quedarme haciendo oficio en la casa y ayudando a criar a mis hermanos menores y así me tocó hacerlo”.
Un imperio que Alejandra inició
“Quiero recalcar entonces que con mi trabajo, mis sufrimientos y maltratos, por parte de mis padres durante más de 12 años, fui artífice y principal pionera en la formación de ese imperio económico que ahora posee la familia con activos y pasivos representados en fincas, dos casas, un lote cerca a Comfamiliar y tercena con puesto de sacrificio del ganado propio, haberes que nos pertenecen a todos por igual, incluida lógicamente mi persona por ser la hija mayor. Claro que todos estos bienes ahora los disfrutan a sus anchas quienes ya tuvieron mejores oportunidades en la familia, como son algunos de mis hermanos y hermanas menores. Excluyo de todo esto a mi hermano Ramiro, quien corrió la misma mala suerte que yo en las relaciones con la familia. En estos momentos, continúa Alejandra, este hermano está trabajando de sol a sol en tierras del Putumayo y olvidado por mis padres. Vale la pena aclarar que en Chachagüí se dificulta conseguir trabajo por parte de los miembros de mi familia porque la gente los conoce que son adinerados y piensan que ninguno de ellos necesita trabajar”.
“En el negocio que instaló mi papá en Chachagüí cuando yo era niña, y que me tocó manejar a mí por ser la hija mayor, funcionaba una miscelánea donde se vendía toda clase de productos lácteos y helados caseros de frutas, de kumis y de leche con maracuyá. Recuerdo que yo preparaba una cantidad de doscientos o trescientos helados diarios, tanto así que al final de la jornada terminaba con mis manos maltratadas al punto de que casi sangraban por el contacto directo con el frío intenso que producían los enfriadores eléctricos”. “Pero de acuerdo con lo anterior, continúa Alejandra, viene de nuevo a mi mente, como si fuera hoy, que mi jornada de trabajo sin sueldo alguno empezaba en las primeras horas de la mañana y finalizaba en las primeras horas de la noche. Después de quedar rendida por mis labores diarias, buscaba por allí un rinconcito dónde descansar y cuando lo encontraba me quedaba dormida en forma profunda hasta que un grito de mi padre me despertaba para ordenarme que pasara a recibir un bocado de alimento, que era por lo único que yo trabajaba y que además él me lo echaba en cara como si no hubiese sido su obligación, por ser hija suya, brindarme bienestar en todo sentido. También recuerdo que desde ese entonces, y durante toda la vida que estuve en la casa de mis padres, sufrí maltratos tanto físicos como sicológicos. Cómo ansiaba en esa época recibir una muestra de cariño tanto de mi mamá como de mi papá, y nunca supe qué era un abrazo, unos buenos días, un cómo amaneciste hija mía, o cualquier palabra de amor, pero eso nunca fue así. Yo no he podido recordar hasta ahora que algún día mi padre me haya dado un abrazo y me haya apapachado como lo hacen todos los papás con sus hijos e hijas”.
Sin niñez, sin juventud y sin fiesta de 15 años
Así pasaron más de 12 años en la vida de Alejandra, sin conocer la niñez ni la juventud, sin tener juguete alguno, sin conocer amiguitas para poder jugar como cualquier muchacha normal, pero no fue así y se quedó sola. Agrega Alejandra que “Tampoco tuve la felicidad de que me celebraran mi fiesta de 15 años, donde se cambia el zapato de niña por la zapatilla de mujer, bailando el vals con mis edecanes como ha sido la costumbre en las familias donde ronda el cariño hacia sus hijos. O también partiendo una gigantesca torta para mí y mis invitados especiales y, sobre todo, considerando de manera especial que yo era la primogénita, es decir, la primera hija que había llegado al seno del hogar. Pero eso no fue así, dizque porque no había dinero para esas tonterías sin importancia. Sin embargo, en mi casa el dinero siempre alcanzaba para patrocinar a políticos a manos llenas, con candidatos que unas veces ganaban y otras también perdían”, menciona Alejandra.
Más adelante dice: “Con todo lo narrado en las anteriores líneas, ¿será que tengo motivos suficientes para albergar resentimientos en mi corazón en contra de mi familia? No lo sé. Todo eso lo sabe Dios en su infinita sabiduría, quien algún día les hará comprender a todos cuánto amé a mis padres a pesar de los sufrimientos que me causaron y cuyas conductas dieron pie para que yo con el dolor en el alma y apenas con 17 años de edad y sin un solo centavo en el bolsillo, saliera a buscar y encontrar otra vida que a la postre también estuvo llena de sinsabores y desengaños”.
Un paso hacia la libertad, pero…
“Ahora, con 17 años de edad a cuestas y más de 10 años de trabajo en la finca primero y en la casa años después, y cuando estaba ya cansada de la triste vida que llevaba sin aliciente alguno en la casa de mis padres, y sin haber aceptado antes oportunidades de trabajo que me ofrecían varias personas, sobre todo cuando estaba atendiendo una de las tiendas de mi familia, se presentó la oportunidad de conocer al que sería el único pretendiente amoroso que tendría en mi vida, de nombre Silvio Manrique, y cuál no sería mi desesperación, que a la primera proposición matrimonial que me hiciera Silvio lo acepté sin vacilación alguna y sin noviazgo normal nos casamos a escondidas sin el ajuar de novia, como el que había de pronto soñado en mis tiempos de niñez. Cómo me maldijo mi madre por este acto de mi vida y hasta se atrevió a decir que a partir de ese momento dejaba de ser su hija. Pero esta actitud no me extrañó, porque desde mucho antes sufrí sus discriminaciones hacía mí en todo sentido, pues yo no pasaba de ser en la casa una Cenicienta, como la niña del cuento”.
“Claro que al casarme esperaba tener una vida apacible de pareja y rodeada del cariño de mi esposo, pero qué equivocada estaba yo, pues el destino me tenía reservada otra mala jugada, porque dejé de servir a unos para llegar a servir a otros con más deberes que derechos en mi vida matrimonial. Desde el mismo momento en que me uní en matrimonio con Silvio pasé a ser una trabajadora más para él y en vez de dejarme ocupar el puesto de ama de casa, como hubiera sido lo normal, fui destinada a trabajar igualmente como cualquier empleada en una finca cafetera y ganadera que mi esposo tenía en Chachagüí y en la casa en Pasto haciendo los oficios caseros, donde lo atendía no sólo a él sino también a uno de sus hijos, de nombre Martín, que mi esposo había tenido de relaciones anteriores. De igual manera me tocaba ayudar en los cuidados de mis suegros que por ese tiempo ya empezaban a sufrir las enfermedades de la vejez como es natural en todo ser humano, especialmente mi suegra, quien sufría de paranoia y desprecio hacia mi persona”, recuerda bien Alejandra.
Café y algo más…
“En la finca de mi esposo, que era similar a una granja, teníamos toda clase de cultivos como café, plátano, caña de azúcar, árboles frutales, también montamos un criadero de cuyes, gallinas y conejos, donde llegamos a tener más o menos unos 800 cuyes. En la casa de Pasto atendía en un principio todas las obligaciones hogareñas y un poco más tarde manejaba de igual manera un depósito de maderas que mi esposo montó sobre la Avenida Boyacá aquí en Pasto. También en la casa yo ofrecía el servicio de entrega a domicilio de cuyes y conejos asados. Resignada ya a mi nueva vida, continúa Alejandra, empecé por dedicarme de lleno al trabajo, preferiblemente en la finca, donde comenzamos a cosechar buenos productos agrícolas, especialmente café que se daba de buena calidad. En el campo ganadero, especialmente ganado de engorde, teníamos entre una a diez cabezas, las cuales nos proporcionaban una ganancia más. En esta época no nos faltaban la leche y los alimentos, porque cuando no teníamos otros productos del mercado aprovechábamos los de la finca y nos dábamos buenos banquetes con cuyes y gallinas, porque para eso trabajábamos duro con amor y dedicación mis hijos y yo. Cabe aclarar que yo era la que trabajaba y mi esposo era quien recibía el dinero de todo lo que yo producía y él lo disfrutaba a sus anchas con sus hijos Martín y Vilma. Y el dicho de mi esposo era: -Alejandra es la que trabaja duro y yo soy quien percibe todas las ganancias-”.
“Hasta aquí todo parecía que andaba sobre ruedas, pero qué lejos estaba yo de pensar lo que me esperaba más adelante, pues como nunca tuve en mis manos dinero alguno de todo lo que producíamos en la finca, mis hijos pasaban necesidades económicas en todo sentido, por la mala voluntad que mi esposo tenía con nuestros propios hijos, ya que para Silvio tal parecía que sólo tenía obligación con sus otros dos hijos que tuvo antes de nuestro matrimonio”.
Primer asalto a nuestra buena fe
“Con el paso del tiempo, Silvio se convirtió en constructor y ebanista y también realizaba varios negocios en la compraventa de carros. Compraba lotes, que los vendía una vez había construido en ellos casas. Así pasaron varios años sin que sucediera algo en especial, hasta que un día mi esposo realizó un mal negocio que lo llevaría a la bancarrota irreversible. Por este motivo y otros tantos, nuestra situación económica se tornó insostenible”.
“Un día cualquiera, confiando en la buena fe de las personas, Silvio compró una casa en el Barrio Obrero y como es lógico se firmó con la dueña de dicha casa, la señora Blanca Mosquera Robin, una promesa de compraventa por valor de 30 millones de pesos que se le entregó a ella. Pero dicha señora a la vez había hipotecado la misma casa por la suma de $ 10.000.000 a la señora Clara Alicia Sapuyes de Benavides, y por lo tanto al no cumplir con el pago de la hipoteca la casa entró en remate ante lo cual nosotros tuvimos las de perder, porque con la hipoteca la casa se fue a demanda y juicio que significó para nosotros tener que desalojar so pena de ser lanzados a la calle sin salvación alguna. Para este tiempo mi esposo ya había fallecido”, recuerda Alejandra con tristeza. “Hay que aclarar que en este caso pesó más el embargo de la hipoteca que cualquier otro documento que se hubiera firmado. Por desagracia, y tal vez por no tener experiencia, fuimos también víctimas de los abogados que contratamos, quienes en vez de ayudarnos a salvar contribuyeron a hundirnos más”.
“Perdida la casa y perdido también el dinero, estos sucesos significaron un golpe mortal en la economía de mi esposo, lo cual asimismo lo afectó en su salud, pues debido a esto le dio un derrame cerebral que, aunque en un principio se salvó, años más tarde se repitieron varios de estos percances que lo llevarían a la tumba, a pesar de los diferentes tratamientos especializados que recibió para tales enfermedades”.
Cuando el dinero se esfumó
“Fallecido mi esposo, la situación para nosotros fue demasiado difícil porque el dinero que teníamos se esfumó en los procesos judiciales que se presentaron en todos los campos y como no quedó recurso económico alguno, nos vimos precisados a vender lo poco que teníamos para conseguir algo de alimentos. Atrás quedaron los tiempos de abundancia y llegaron momentos en que no contábamos con un solo centavo. La pequeña finca que teníamos en Chachagüí prácticamente quedó abandonada porque no tenía quién la cuidara y para mí era imposible vivir allá ya que mis hijos habidos en el matrimonio estaban estudiando y tenía ya muchos problemas. Entre ellos la pérdida de la misma finca, la casa, el carro, es decir, casi quedamos con nada y en medio del abandono por parte de mis padres. A mi mamá, lo único que se le ocurrió fue decirme un día que debería acudir donde el alcalde de Pasto para que él me diera alojamiento en algún sitio como si fuera una desplazada. ¡Qué ironías de la vida!”.
Más adelante, menciona Alejandra que “fue entonces cuando una persona les aconsejó a mis padres que sería justo que me ayudaran al menos con unos 200 mil pesos durante unos meses y así lo hicieron pero ellos ocuparon la finca con su ganado y disfrutaron todo lo que había en ella. Es decir, ese dinero que me enviaban prácticamente correspondía a un arriendo mensual que cualquier persona habría pagado por explotar la finca en todo sentido como ellos lo hicieron. Ya en mi vida actual todo fue demasiado difícil, pues con los 200 mil pesos que me enviaban de la casa de mis padres durante unos meses sólo me alcanzaba para pagar el arriendo de unas dos habitaciones donde nos hacinábamos mis hijos y yo”.
“Mis hijos, la mejor bendición que recibí en mi vida”
“La dueña de la casa donde vivíamos también se convirtió en nuestro tormento porque a veces nos atrasábamos en el pago del agua y la luz, ya que de mi casa no nos enviaban los dineros cumplidamente. Había veces que esta señora me humillaba diciéndome dizque porque había tenido tantos hijos, cuando en realidad esta era la única bendición que Dios me había dado y que por fortuna nadie me podía quitar. Sicológicamente estos casos nos afectaban a mí y a mis hijos, pero lo único que hacíamos era encomendarnos a Dios para que nos ayudara en todo sentido y nos enviara resignación ante tanto sufrimiento. Sinceramente nunca llegué a imaginarme que mi familia me abandonara totalmente ante esta situación tan trágica y me dolía que cualquier ayuda que me brindara lo hiciera sin amor de verdad y con sentimientos de mala voluntad. En estos momentos recuerdo que en vida de mi esposo yo di albergue a dos de mis hermanas por más de tres años sin cobrarles un solo centavo”. “Aquí es mi deber destacar las buenas acciones de don Pedro Castillo, oriundo de La Florida, pensionado por Bavaria aquí en Pasto, y su esposa Berta Acosta, oriunda de El Tambo, quienes fueron como mis padres desde que llegué a la vida de mi esposo Silvio, a quien consideraban y trataban como un hijo. Cuando Silvio falleció, estas personas, que tenían su finca en Chachagüí junto a la nuestra, me destinaron casi durante un año la suma de 50 mil pesos mensuales para ayudarme con lo del arriendo. En el Barrio Villa Lucía aquí en Pasto, quiero mencionar con agradecimiento a las familias Araújo-Ruiz, Guerrero-Ordóñez y Castillo-Túquerres. Todos ellos fueron muy especiales conmigo”.
El rosario de sinsabores
“Así transcurrió el tiempo y los años pasaron en medio de las carencias más apremiantes porque los recursos económicos se agotaron por completo. Fue entonces, cuando ante las necesidades que pasábamos, mis hijos mayores tuvieron que salir a laborar por algún dinero para cubrir ciertos gastos de la casa. Claro que ante la escasez de trabajo, a ellos les tocó ocupar cargos temporales de poca importancia, especialmente por los sueldos que les pagaban y que en ningún momento alcanzaban ni siquiera el 50% de un salario mínimo”.
“Ya sin casa y sin dinero disponible, con lo que mis hijos mayores ganaban escasamente alcanzábamos a pagar el arriendo de una habitación en una casa de inquilinato donde nos amontonamos mis hijos y yo. Pero el calvario del verdadero sufrimiento llegaba cuando nos tocaba sólo probar un bocado de alimento al día. Cómo recordaba yo la abundancia que había en mi casa paterna, donde mis hermanos nunca pasaron necesidades de ninguna especie porque el dinero llegaba de cualquier parte por la cantidad de negocios que tenía mi padre”.
“Tal vez, cuando se enteraron mis padres de las necesidades que estábamos pasando mis hijos y yo, esporádicamente empezaron a enviarnos pequeñas remesas de víveres de algunas de las tiendas que tienen pero sin tener en cuenta que ciertos artículos habían pasado ya la fecha de vencimiento y que a la hora de la verdad no servían para nada. Vale mencionar que en vez de aceite para preparar el arroz me enviaban sebo de res, como se procede con cualquier menesteroso y no con una hija y sus nietos o una hermana y sus sobrinos. Lo mismo sucedía con la carne que nos enviaban de la tercena, que aunque a veces nos enviaban aceptable, mi hermano que manejaba ahora este negocio lo hacía con muy mala voluntad y con mucho dolor. Hasta en una ocasión tuvieron la desfachatez de remitirnos las criadillas de un toro y sus demás anexos reproductivos, lo cual lógicamente me tocó botar a la basura. Cuando mi hermano que manejaba la tercena se enteró de lo que me habían enviado dizque se reía a carcajadas. Así son ellos, inconscientes a morir”.
La ingratitud ante todo
“Pero hay una situación que es más dolorosa que ninguna otra cosa como es la ingratitud. Qué tristeza siento cuando recuerdo que siempre fui una persona sola, abandonada de toda mi familia, en especial de mis propios padres y hermanos, quienes nunca dieron señales de vida cuando más los necesitaba, pues nunca me llamaron para saber si estábamos bien o mal, o si teníamos dinero para pagar los servicios como la luz y el agua, que muchas veces nos cortaban por no haber cancelado las facturas a tiempo. Eso de que los servicios públicos vitales, especialmente el agua, no pueden suspenderse por falta de pago a tiempo, es una mentira así de grande”.
“Nunca mi familia se preocupó por saber si mis hijos tenían alimentos para su manutención diaria, porque en más de una ocasión los niños tuvieron que irse a estudiar esperanzados solamente al menú que les daban en el colegio. Nunca se preguntaron si mis hijos tenían ropita para cambiarse a diario. Tampoco se preguntaron si teníamos para pagar el arriendo cuando anduvimos como gitanos de un lado para otro. Nada les interesaba de nuestra situación y tal parece que a mi familia le daba lo mismo que nosotros existiéramos o no. Cuando de repente vamos a la casa de mis padres en Chachagüí, a leguas se nota que no les satisface nuestra presencia, especialmente a mi madre”, menciona con mucha tristeza Alejandra. “Que tristeza me da todo esto, porque los únicos familiares directos que tienen mis hijos son por mi parte, porque por parte de su padre todos ya fallecieron. Pero en estos tiempos de final de estudios de este año 2011, qué orgullo siento yo al ver que mis hijos han ocupado los primeros lugares como estudiantes, especialmente las mujercitas y uno de los varones. En nuestras manos están los certificados que les han dado en sus colegios por su buen rendimiento, los cuales no nos dejan mentir acerca de lo buenos estudiantes que han sido”.
Cuando todo se fue a pique
“Después que todo se perdió por la mala actuación en vida de de mi esposo, en relación con la legalización de los bienes habidos en nuestro matrimonio y las malas inversiones que él hizo con personas que resultaron ladrones de cuello blanco con título de abogados, todo se fue a pique. Un abogado de la Personería que miró el proceso de la casa del Barrio Obrero, dijo que éste representaba la biblia de la maldad y que me presentaba disculpas y pedía perdón por tener colegas tan corruptos. No cito los nombres de estos abogados en este relato porque no vale la pena mencionarlos. Después mi situación fue tan desastrosa, en relación con la parte económica, que llegaron ciertos días en que no teníamos un solo centavo, ya que los trabajos terminaron y fue difícil la consecución de nuevos empleos por parte de mis hijos mayores”.
“No me da pena decirlo, pero había días en que no teníamos nada qué comer, porque acostarse sin cenar y levantarse sin tener algo para desayunar, representa una vida muy dura, pero ya nos habíamos habituado. Y pensar que tal vez en mi casa paterna tenían de todo y nunca fueron capaces de enviarnos algo representativo porque pensaban que al haber fallecido mi esposo había heredado grandes fortunas y hasta ahora creen ellos que sigo teniendo plata. Pero nadie sabe lo de nadie y mis sufrimientos todos se los ofrendé al Divino Creador que era el único que me alentaba para seguir adelante”.
“Por último, para tratar de conseguir algún dinero decidimos vender la pequeña finca que teníamos en Chachagüí, pero como tenía problemas de sucesión tocó venderla a precios bajos para tratar de que se haga la venta de forma más o menos rápida. Cuando apareció una compradora se hicieron todos los trámites de la sucesión y los gastos sinceramente fueron enormes porque tocó adelantar las diligencias por intermedio de abogados que a la larga resultaron demasiado costosos”.
Una vez vendida la finca se hizo la repartición de los dineros, incluyendo a los dos hijos que tuvo mi esposo antes de nuestro matrimonio. Con el poco dinero que sobró compré una pequeña casa en el Barrio Altamira aquí en Pasto, dando una cuota inicial y quedando con una deuda con hipoteca de primer grado, la cual se cancelaría en corto tiempo.
Último fracaso económico
“Por último, como no tuvimos dinero para pagar la hipoteca de la casa que habíamos adquirido en el Barrio Altamira de Pasto, fue necesario ir al remate del inmueble y una vez que se consumaron todos estos actos me entregaron un saldo en dinero que no pasó de los 3 millones de pesos, los mismos que se invirtieron durante unos meses en alimentación y otros gastos del hogar como algo de vestuario”.
“Al comenzar el año 2010 se puede decir que mis hijos y yo quedamos prácticamente en la pobreza absoluta y sólo Dios sabe cómo llevábamos nuestra situación, mientras mis hijos mayores recorrían la ciudad en busca de algún trabajo para traer al hogar un poco de dinero y así solventar en parte nuestras necesidades. Es que alimentar siete bocas es una cosa muy dura. Pero con todo y eso, mis hijos y yo sacábamos fuerzas de cualquier lado para seguir adelante aunque sea con carencias económicas. Y quiero que sepa mi familia que nosotros no somos cobardes para el trabajo y prueba de esto lo constituyen las conductas laborales que han observado mis hijos mayores y mi persona. Y a Dios le doy gracias que todos mis hijos, del mayor al menor, han sido unos muchachos sanos y ninguno tiene vicio alguno, ya que ni siquiera fuman cigarrillos o consumen alcohol y nadie puede levantar un dedo para señalarlos de nada malo”.
Un ángel en el camino
“Y ya para concluir mi relato, dice Alejandra, quiero mencionar que después de soportar tanto sufrimiento mis siete hijos y yo, inclusive el hambre físico como ya lo mencioné en líneas anteriores, parece que Dios al fin se apiadó de nosotros y nos envió a nuestro camino, desde un lugar en el infinito, a un ángel, a quien por ahora sólo lo llamaremos en esta historia el hermano Izaguirre”.
“Dicha persona también estaba atravesando una situación de soledad y aquel 16 de febrero del 2010 quiso el destino que con cálculos casi matemáticos e infalibles nos encontráramos en el camino y comenzara así una amistad que con el tiempo se constituiría en una relación amorosa que terminaría con una unión de todos nosotros para luchar juntos en la vida”.
“Con una carrera profesional brillante y diáfana, dicho hermano recorrió el país en gran parte y posteriormente se radicó en Bogotá donde permaneció por más de 25 años en cumplimiento de su deber como comunicador. Ahora, radicado de nuevo en San Juan de Pasto, la ciudad que lo vio crecer, pero ya en nuestro campo familiar, cabe destacar que el hermano Izaguirre se ganó el afecto de todos nosotros y mis siete hijos, principalmente, le han tomado mucho cariño ya que lo consideran como si fuera su verdadero padre”.
“Pensionado ya por el Seguro Social en sus labores y alejado un poco del ajetreo en su profesión, ahora está dedicado un poco también a la literatura y en eso pasa los meses, sacando ya un libro, ya preparando otro, y tomando la vida como si fuera el más agradable de los deportes y con ese carisma de hombre bueno y sencillo en todos sus actos. Con una tranquilidad pasmosa, no le para bolas a las novedades que por ahí pregonan de que se va a acabar el mundo el día 21 del mes 12 del año 12, y que es hora ya de arrepentirse para ganar la gloria eterna”.
“Ese es verdaderamente nuestro estado actual de mi persona y de mis siete hijos, donde con el cariño de todos, nuestra vida dio un vuelco completo y disfrutamos ahora de una felicidad que había sido tan esquiva en tiempos que ya se fueron. Por fortuna, mis dos hijos mayores ya están trabajando, el mayor como asesor comercial en una empresa de telefonía celular recorriendo el departamento de Nariño, y el segundo, como ebanista, en una fábrica de muebles. Y de verdad que les ha ido muy bien económicamente gracias al Padre Celestial. Los demás niños están estudiando como Dios manda. Y ahora, entre todos le buscamos el lado bueno a la vida y entre todos también buscamos el centavo diario para el sustento ya que adicional al trabajo de mis hijos, yo, igualmente, desde la casa atiendo una micropanadería y bizcochería, donde se trabaja por pedidos, y despacho asimismo cuyes y conejos asados al horno con servicio a domicilio, también por pedidos”.
“Y ya para dar por terminada esta corta historia, dice Alejandra, recuerdo que hay una frase de una canción ranchera mexicana que es muy diciente para aplicar en ciertos casos y que dice así: -Cuánto me debía el destino que contigo me pagó-. Eso puedo decir yo: Cuánto me debían la vida y mi destino, que tuvieron que pagarme con el ser más maravilloso que ha llegado a mi vida y a la de mis hijos, a quien en esta historia hemos llamado simplemente el hermano Izaguirre”.

FIN
*Por obvias razones de publicación, se han cambiado todos los nombres de pila de los protagonistas en la vida real. Los nombres de los sitios sí son auténticos.
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