De milagros y olvidos con la otra Colombia

 
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De milagros y olvidos con la otra Colombia


"Sin embargo, en el tercer viaje, ya de vuelta y con un paciente a bordo, tras 10 minutos de recorrido, el piloto comenzó a notar que la avioneta emanaba un olor fuerte a aceite quemado sin presencia de humo. “El Piloto elevó su alerta situacional y al inspeccionar los parámetros del motor, encontró que la temperatura de aceite y de cabeza de cilindros empezaban a aumentar sustancialmente mientras la presión de aceite disminuía”, reporta el informe.

"En este momento el piloto recordó el protocolo a los ocupantes y aplicó el procedimiento de emergencia, tratando de encontrar una pista de aterrizaje, pero no la encontró, por lo que decidió volver a la pista San Miguel en Sonaña. “No obstante, el motor comenzó a perder potencia gradualmente hasta el punto de no poder mantenerse la altura de la aeronave; y, poco después, el motor se apagó por completo”, reza el documento".

Este es un informe de uno de los vuelos siniestrados en Guaviare hace poco tiempo. Son muchos los reportes e informes de esta naturaleza. En Caquetá, Guaviare y zonas próximas ante la ausencia de unas vías terrestres, la presencia de bosques, selvas y una geografía difícil y dura obliga a la utilización de avionetas que permitan un desplazamiento tanto de personas como de mercancías.

Basta mirar los registros de múltiples páginas web en las cuales ofrecen tarifas de diferentes precios por un vuelo en condiciones, muchas veces, peligroso y difícil. Pero la pelea por los clientes obliga a su captura sin importar la calidad del servicio. Todo indica que las autoridades no cumplen su deber de velar por el mantenimiento de estas aeronaves que, según testimonios, ya deben estar en proceso de "chatarrizacion". El milagro es que vuelen y que se mantengan en el aire.

A los colombianos, concretamente a nuestros gobernantes, nos debe mover el deseo de vincular a estas ricas e importantes regiones a la economía nacional. Pensar en carreteras dignas o por lo menos con alguna facilidad para su recorrido. Tanto olvido es injustificable y oprobioso.

El caso de los niños caídos en una zona que no era precisamente selvatica y que sobrevivieron al impacto ha sido catalogado como milagroso. Pura novela a la colombiana que no tardará en ser llevada a la pantalla chica o a la cartelera de alguna multinacional del celuloide. Servirá para alimentar el morbo de unos espectadores, ávidos de milagros, sangre y distracción al tiempo que se estimula la miseria como una virtud no sólo teologal sino social. Desde el año 2016 la Defensoria del Pueblo viene denunciando casos de desnutrición infantil en la zona y la muerte de infantes por causas relacionadas: "La misión enviada a terreno visitó el resguardo San José de Lipa de la comunidad indígena Hitnü, donde fue encontrado el padre del menor, quien dijo que no hay médicos en la zona y que pese a la construcción de dos puestos de salud en el área, estos no funcionan".

En el mismo informe se deja constancia de hechos que afectan gravemente la vida y la integridad de cientos de niños de la region: "Pero además del panorama de por sí complejo para estos niños, llama la atención de la Defensoría el caso de las madres, pues se trata de jóvenes de 13 y 16 años, quienes también presentan problemas en su salud por la falta de acceso a una nutrición adecuada, a los servicios públicos fundamentales y de manera particular al sistema de salud. En el caso de estos pacientes, la Defensoría del Pueblo verifica información según la cual la asistencia médica fue inicialmente negada debido a la falta de un documento de identidad para establecer la EPS a la cual estaban afiliados los pacientes".

Lo ocurrido también debe obligarnos a una nueva y fresca mirada por estas olvidadas regiones de Colombia. Distantes, ricas, vírgenes, exuberantes y místicas por todo cuanto encierran y significan. Nadie nos ha contado el motivo del viaje de estos niños, su grado de escolaridad, su preparación académica o tan solo su condición económica, mucho menos sus lamentables condiciones de vida. Lo primero que a estos niños se les vino a la mente fue huir de los castigos y tratar de evitar tanto desmán sufrido en carne propia.

El caso de Lesly, la niña mayor, debe llevarnos a muchos replanteamientos: educativos, formativos, instruccionales y pedagógicos, entre otros. Pero la novela se vende más si nos dedicamos a repetir como loros que fue un milagro. Hecho que no corresponde a la verdad ni nos lleva a un análisis serio y sesudo, producto de la razón y la inteligencia.

En realidad estos siniestros ya han dejado muchos muertos como producto de una negligencia de las autoridades correspondientes, del mal de los colombianos de acostumbrarnos a tantos males y de la explotación de nuestros goberbantes de hechos tan lamentable como este para tratar de usufructuar votos y popularidad.

Quisiéramos ver anuncios de inversión, de proyecciones viales y la Integración definitiva de estas regiones a Colombia y su economía. De nada sirven los abrazos si estos no se acompañan de buenos anuncios. Guaviare, Arauca, Putumayo, Meta, Vichada, Guainía y Casanare han resistido en silencio tanto olvido. Sus riquezas han contribuido a la economía de unos pocos que se han alimentado del dolor y la explotación de su gente.

En muchas de estas regiones la Casa Arana, las comunidades religiosas o las multinacionales han hecho presencia para acrecentar su riqueza en detrimento del desarrollo y armonía de los pueblos. Desde el petróleo, el oro y el caucho hasta la ingenuidad de la riqueza cultural de sus pobladores únicamente ha servido para sembrar pobreza y miseria entre sus fronteras ancestrales y mágicas.

Toda la violencia se dibuja en sus bosques, ríos y selvas como una verdadera maldición en la que entre más se posea más se padece. Envidiable biodiversidad, unos verdaderos santuarios de flora y fauna y la exuberancia de unas culturas que poco a poco se van extinguiendo al vaiven de los vientos de una modernidad que se empeña en tumbar árboles y memoria, en un acto de inconciencia y olvido ancestral.

Que ocurra un verdadero milagro. Que los colombianos valoremos de una vez por todas estas regiones que pueden constituirse en un remanso de desarrollo y paz. Como hermanos mayores no podemos continuar dando la espalda a su constante clamor.
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