Crónicas del Matamoros Tercera Edición

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 Crónicas del Matamoros Tercera Edición


Un oficial de la reserva del Ejército Nacional de Colombia relata sus experiencias como miembro de este curso

*Por: Carlos Eduardo Lagos Campos

La mañana del 20 de enero de 1982 era soleada en la fría y lejana Bogotá, cuando con dos tulas en la mano que contenían no solo camisas y uniformes sino también todo un bagaje de sueños e ilusiones me dispuse a cruzar por la guardia de la Escuela Militar General José María Córdova. Había sido uno de los trescientos veinte jóvenes colombianos seleccionados en todo el país para cursar los grados quinto y sexto de bachillerato como cadete del Ejército Nacional.

Se trataba de zagalas, en la etapa más ferviente de nuestra adolescencia, provenientes de todos los rincones de Colombia, con una marcada representación de cachacos, vallunos, costeños, boyacenses, santandereanos y pastusos. De este último grupo recuerdo con mucho aprecio a Luis Carlos López Cárdenas, Oswaldo Montenegro Hidalgo (q.e.p.d.) y Juan Ramón Moreno Ponce.

Todo fue muy rápido en menos de media hora ya estábamos marchando e ingresando por el campo de paradas Batalla de Boyacá, sin dimensionar aun lo que vendría en cuatro años en esa universidad que recibía a lo más acendrado de nuestra sociedad. Fue una ceremonia tan solemne que se nos hacía difícil asimilar que ya éramos parte de la Escuela Militar. Entonando el himno que dice “A Colombia la patria querida tan hermosa cual Dios la formó consagremos con alma aguerrida vida sangre dicha y amor, vida sangre dicha y amor; ser cadete es magnífico nombre que demanda luchar y vencer, libremente escógelo el hombre que en su orgullo no supo temer" formalmente iniciamos ese camino de fe y devoción que significa ser oficial del Ejército de Colombia.

Al principio, siendo yo un provinciano (de esa región andina, pacífica y amazónica como es el departamento de Nariño) debo confesar que me abrumaban los costeños; esto porque cantaban el vallenato a cappella mañana, tarde y noche, a esa hora en que iniciaba mis oraciones (rezando religiosamente como era costumbre en mi casa el padre nuestro y los tres aves marías). Luego aprendí a quererlos y a cantar vallenatos junto con ellos; algo de lo que aún disfruto mucho. De esta región recuerdo a Eliseo Cerchiaro Figueroa, Jorge Lezama, Jhan Carlo Ojeda, Tonino Mebarak (hermano de Shakira), Jesús María Lorduy Dales, Rafael Insignares, Darío Jack Mejía Araujo, Gustavo Lindo De Armas (campeón nacional de básquetbol) y a Niño Flores (a quien el cantor de las Estrellas Vallenatas menciona en su canción Obsesión: “Teniente, Gustavo Niño Flores, ¡¡Gracias!!! Laura Natali, mi niña bonita”), entre muchos otros de alma libre y parrandera.

Los cachacos me parecían muy chirriados, entre ellos se encontraban Camilo Jiménez, Oscar Currea Pombo, German Jaramillo, Álvaro Lema Arcila (sobrino del general Lema Henao), Gustavo Medina, Humberto Martínez Gallo y mi amigo del alma el ahora coronel (Rva) Juan Pablo Jerez Cuellar, de quien tímidamente aprendí a moverme en esos caminos tan diversos que confluían en nuestra Escuela Militar.

Con los boyacenses nos entendíamos muy bien éramos parecidos dadas nuestras similares topografías, gastronomía y costumbres; en mi pelotón estaba Luis Carlos Moreno Peñaloza, con quien conservo una gran amistad, respeto y admiración.

Los santandereanos eran un poco bravos pero firmes, entre ellos estaba Eduardo Uribe Eslava a quien muchos años después me lo encontraría como comandante del Batallón Boyacá en la muy noble y leal San Juan de Pasto y revivimos esa camaradería de Escuela toda vez que en mi calidad de Presidente de Fenalco en Nariño compartimos muchos eventos y mesas de trabajo, así como el apoyo a los comerciantes y empresarios cuando las situaciones de orden público lo exigieron.

Este fue el primer grupo que conforma el curso Gustavo Matamoros en el grado segundo militar al que coloquialmente se denominaban los ovejos, dada su juventud haciendo alusión a que aún no les salían las barbas, sino algunas lanas en la cara; por ello también existían los Recabros que eran ya bachilleres y por ello más adultos con barbas junto con los Macabros que eran soldados bachilleres provenientes del MAC, el Guardia Presidencial y otra unidades militares donde prestaban servicio militar y finamente los Camberras que provenían de otras escuelas de la armada y la fuerza aérea, pero estos renombres se hacían de manera jocosa por esta razón no se debe tomar en forma peyorativa ni debe generar fricciones o divisiones. Entre los ovejos había cadetes muy jóvenes como Harold Hernández que ingresó con catorce años de edad y a quien aún le llamamos el “Caguetas” y no precisamente por su ortodoxia; recuerdo también a Reyes Abisambra quien era hermano de la señorita Colombia María Elena Reyes.

A los dos meses recibimos nuestra Daga que es el símbolo que caracteriza a los cadetes de la Escuela Militar. “La Ceremonia de Entrega de Dagas es una evocación de la época caballeresca, ya que se le otorgaba el título de Caballero a la persona que se había distinguido de manera especial en acciones de armas y hechos nobles, significa la confianza que la República deposita en los alumnos que se están preparando para defensa de la Patria, dentro del sabio proceso de transformación y fortalecimiento del carácter del hombre y la mujer de armas, para ejercer más adelante el mando con prudencia, justicia y sabiduría” (1).

Pero más allá de todo este ritual, estaba la alegría de que por primera vez, tras esos dos largos e intensos primeros meses de entrenamiento militar por fin tendríamos nuestro primer permiso de salida para visitar a nuestras familias; recuerdo con cariño a mis primas Vicky y Elisa Aya quienes siempre me ayudaron con los preparativos que implican el alistamiento para atender los rigurosos deberes y compromisos de la Escuela; así como a Gloria, Janeth, Sonia y Elena Gaitán quien se casaría con mi compañero de intercambio en la Escuela Militar de EE.UU, West Point. Mario Villa Arcila; junto a todas ellas se encontraba mi tía Sixta quien con tesón se abrogó la difícil tarea de hospedar y cuidar a mis dos hermanos: el Alférez Silvio Enrique y el cadete Iván Arturo Lagos Campos y cómo si esto fuera poco también recibió a otro paisano el cadete Jairo López Colungue y a cuanto cadete abandonado pasaba por ahí; su casa se convirtió en hogar de paso pero también un punto de encuentro de muchos cadetes y oficiales. Las rumbas en su casa fueron épicas y de alguna forma mitigaban la crudeza del entrenamiento y la rutina militar lo que me recuerda a esas heroínas de Boyacá que como Matlide Anaray, una de las mujeres más reconocidas durante la época de la independencia, por su valentía empeño y amor por la causa patriota, en la búsqueda de la libertad y a muchas otras mujeres que como ella, dieron sus vidas por la patria en el telar de la independencia como se conoce a Boyacá; pero no todas lo hicieron necesariamente en el campo de batalla, sino a través de oficios y actos valor fueron cruciales en la búsqueda de la independencia.

El ritmo de las actividades de la escuela es muy rápido no hay sosiego, no hay espacios entre una y otra actividad; de una instrucción militar sigue una de gimnasia, posteriormente instrucción de armamento, de ahí a las aulas para continuar con los estudios de bachillerato, luego pasamos a el almuerzo de ahí nuevamente a instrucción y nunca faltan las flexiones de pecho, los ejercicios de piernas y la vueltas; luego en la noche nuevamente a la aulas, hasta que por fin a las nueve de la noche formamos para la recogida y cae uno fundido hasta las cinco de la mañana cuando suena el fatídico toque de corneta (la diana) y comienza nuevamente otro día intenso lleno de cosas nuevas que forman no solamente al soldado en lo técnico sino también en su carácter.

Si no hubiese sido por la ayuda que me dieron mis dos hermanos Enrique quien ya era Alférez y Arturo cadete de segundo general, no creo que hubiese podido soportar este trajín, porque cuando uno es nuevo ni siquiera puede comprar en la tienda, ni hacer llamadas en los dos únicos teléfonos que existían en ese entonces en la escuela, tampoco habían en época los celulares; todo era con filas y los cadetes de cursos superiores siempre pasaban adelante así uno estuviera haciendo la fila antes, esa era una vieja costumbre heredada de la doctrina alemana de nuestra escuela; entonces mis hermanos me colaboraban comprándome las cosas en la tienda o permitiéndome llamar por teléfono, cuando se me acaba la plata que era casi siempre ellos me la prestaban, confieso que de esta manera fui un privilegiado situación que no tenían mis demás compañeros.

Mi hermano Arturo (hoy en día Teniente Coronel Rva.) se convirtió en mi apoyo, mi defensor y mi pañuelo de lágrimas, en la escuela nos volvimos más unidos, siempre me ayudaba y me defendía de los grandulones que nunca faltan en toda fraternidad, por ello cuando él se graduó en junio de 1984 sentí una gran tristeza y una gran soledad, afortunadamente para esa época ya contaba con mis grandes amigos (Lanzas). Mi hermano Enrique se convertiría en un gran combatiente que haría historia por su coraje y valentía en el campo de combate.

JURAMENTO DE BANDERA

Cada año todos los primeros de junio se celebra la ceremonia de juramento de bandera donde los cadetes se comprometen a defender la vida honra, bienes y creencias de los colombianos; pero ese año fue muy especial, pues bajo la dirección del general Nelson Mejía Henao; se propuso realizar una ceremonia espectacular con bloques de 36 cadetes de fondo cuando lo usual era de 12 y con una forma de marchar al estilo prusiano que se llamaba paso redoblado, lo cual implicaba rozar el césped con la punta de los zapatos de una manera muy elegante pero difícil de realizar; sin embargo las cosas se complicaron porque a pesar de ser comienzos del verano, cayó en Bogotá una lluvia torrencial muy intensa, lo que ocasionó que tuviéramos que hacer muchos esfuerzos para poder secar a mano el campo de paradas. El cadete Camilo Jiménez Calderón nos recuerda este episodio: “Fue una temporada de invierno, de aquellas en las que la ciudad se ve desdibujada por una niebla constante, lluvias torrenciales en las tardes y una precipitación pertinaz que dura toda la noche. Los habitantes, ya acostumbrados a esta inclemencia, saben que deben utilizar gabardinas, chaquetas de invierno y sombrillas constantemente.

En la Escuela Militar la situación era muy similar. Pero los proyectos, las celebraciones y las actividades militares estaban programadas y no había forma de cambiar las fechas. Era una ceremonia que queríamos que fuera memorable, los cadetes estábamos listos; ensayábamos noche y día, la gran sorpresa para nuestros superiores: íbamos a desfilar por escuadras de a 36 hombres. ¡Todo un pelotón en fila! Es algo que nunca se había visto en la historia de la Escuela.

Dos o tres días antes de la ceremonia la lluvia no se detenía. Y así fue durante muchas horas. El resultado fue fatal: el campo de paradas, por donde íbamos a desfilar con nuestros pantalones color crema casi blancos, se había convertido en un pantano. Los pies se hundían en una mezcla de pasto, tierra y agua. Estábamos apenas a 24 horas del desfile y se avecinaba una catástrofe.

Sin embargo, siempre hay un visionario, siempre hay uno con ideas innovadoras: la solución: ordéneles a los cadetes que salgan armados de sus toallas y cascos de guerra. En hilera, todos los cadetes fuimos “secando” el campo de paradas con las toallas y las escurríamos en los cascos…

Fue una verdadera locura. ¿Así la cosa funcionaría? ¿Alcanzaríamos a secar el campo de paradas? ¿Lo haríamos a tiempo? Hora tras hora, fuimos sacándole el agua. Lo que al comienzo se veía como algo improbable, fue dando resultados poco a poco. Si, metro a metro fuimos secando el pasto. Los cascos llenos de agua fueron desocupándose en las alcantarillas. Las toallas, completamente negras, fueron las armas que utilizamos para poder cumplir la orden de llevar a cabo el desfile.

Y como por arte de magia, al día siguiente el sol brilló sobre nuestros cascos y penachos, mientras logramos una parada memorable, que jamás se borrará de nuestra memoria y de quienes asistieron a tan magno evento”.

Y solo entonces pudimos entonar la oración patria, esa que nos pone la piel gallina y refrenda cada año nuestro compromiso por una Colombia mejor: “Colombia patria mía, te llevo con amor en mi corazón. Creo en tu destino y espero verte siempre grande, respetada y libre. En tí amo todo lo que me es querido; tus glorias, tu hermosura, mi hogar, las tumbas de mis mayores, mis creencias, el fruto de mis esfuerzos, la realización de mis sueños. Ser soldado tuyo, es la mayor de mis glorias. Mi ambición más grande es la de llevar con honor el título de Colombiano, y llegado el caso, morir por defenderte”. Wow, cuando escribo estas letras se vienen a mi mente toda una serie de recuerdos, de momentos, de vivencias que solo los soldados de Colombia podemos entender.

En este tipo de ceremonias era usual presencia de los presidentes de la república y de los ministros de defensa que para aquella época era Belisario Betancur Cuartas y el general Zamudio Medina respectivamente, El presidente nos tenía acostumbrados a sus poco ortodoxos discursos, dónde nos paseaba por una serie de hechos cotidianos como el triunfo de Lucho Herrera y Fabio Parra en una etapa de montaña en el tour de Francia, todo para significar el esfuerzo que se requería para lograr la metas propuestas. Eso en esa época nos parecía un poco chistoso porque estábamos acostumbrados a los discursos tediosos de otros políticos y en especial de los comandantes militares; durante nuestra estadía en la escuela seríamos testigos de muchos eventos y hechos históricos como la entrega de la presidencia de Turbay a Belisario, el sesquicentenario natalicio de Bolívar en Santa Marta y también hechos dolorosos como la toma del palacio de Justicia y la avalancha de armero entre muchos otros.

Pasado un año ascendimos al grado primero militar entonando el célebre himno de los ovejos, que dice: “A luchar y a triunfar por Colombia van, buscan la paz con afán, a estudiar y aprender con dedicación, para siempre vencer con valor, hay que estar orgullosos en la escuela militar, los alumnos del segundo general…” y entonces ingresaron a la compañía Girardot los bachilleres de 1982 que conformarían el segundo grupo del curso y a mediados de ese mismo año ingresó otro grupo de cadetes a la compañía Reyes, conformado por los mejores soldados bachilleres de Colombia y un pequeño grupo de suboficiales distinguidos, que habían sido becados para estudiar la carrera de Oficial.
Temis Duarte Fajardo nos recuerda su ingreso al tercer grupo de cadetes que conformaron nuestra promoción: “Llegar a la Escuela fue, casi, algo de suerte. Inicialmente quise ingresar a la escuela a terminar mi bachillerato, obviamente seguir la carrera pero unas circunstancias de tipo familiar lo impidieron: en el año 1980 terminaba mi cuarto año de bachillerato y a su vez mi hermano lo finalizaba. Este evento hizo que mi hermano se fuera a Bogotá a estudiar en la universidad y yo me quedara en San Gil, para acompañar a mis padres (ya como ultimo de 12 hijos) ante un grave cáncer que padecía mi padre, el cual requería de mis cuidados y a la vez debía realizar algunas labores que él no podía realizar en la finca que estaba ubicada en Pinchote.

Al finalizar mi bachillerato, ya no estaba muy seguro de seguir la carrera militar, entonces decidí “regalarme” para prestar el servicio militar. Mi idea era que sí de cierta manera, disfrutaba esa época como soldado, podría hacerlo mucho mejor como oficial del ejército.
Casualmente estando prestando el servicio militar, llegaron a mi unidad (II división), recién creada, en Bucaramanga, unos representantes de la Escuela Militar de cadetes, los cuales nos preguntaron si deseábamos ingresar a la Escuela. De inmediato me inscribí, sin la anuencia de mis padres, los cuales se enteran cuando los delegados de la Escuela les hicieron la visita domiciliaria; según me relata mi hermana, que estaba de visita:
- Hermana: ¿buenas tardes a quién necesita?
- Militar: ¿esta es la casa del aspirante Duarte?
- Hermana: ¿aspirante a qué? Siga…
Junto con nuestro compañero Matamoros, José (tres piernas) Forero, ahora Coronel (Rva), pertenecíamos a la unidad de Policía Militar, antes de ser alumnos de la ESMIC y juntos emprendimos ese camino de lo que sería toda experiencia de vida que nunca olvidaremos.
Ya en la Escuela, debido a mi buena condición física me destaqué en la parte deportiva, por lo que perecí al equipo de pentatlón militar lo cual me llevó a mi primera salida del país, hacia Chile, en representación de mi Escuela y del ejercito de Colombia en los juegos suramericanos de cadetes realizado en Valparaíso. Cabe la pena resaltar que, de no ser por las exigencias físicas del entonces comandante de la compañía de deportistas, Te. Leonardo Gómez Vergara, a quien jocosamente llamábamos mil de piernas y su peculiar forma de hablar entre los dientes (daré oportunidad a otras historias para que hagan referencia a esto), no hubiese llegado tan alto nivel deportivo, sus entrenamientos eran muy exigentes y nos daban la oportunidad de salir de la escuela, en ocasiones trotábamos hasta el cerro de Monserrate; el entrenamiento en tiro lo realizábamos en la escuela de la Policía o en la escuela de artillería, estos desplazamientos se constituían una especie de relax de aquel estrés que produce la rutina y el enclaustramiento de la escuela. En ese grupo de Pentatlón recuerdo a mi compañero Estévez Pinzón (Bam Bam), Forero Price y Bernardo Amaya. Pienso que vale la pena ya después de todo este tiempo, contar por qué no alcanzamos un buen puesto en las justas de Chile… y que lo confirme Bam Bam. Todas las delegaciones estábamos en acuartelamiento para las competencias deportivas, más aún en momentos en que Chile vivía bajo el régimen militar del general Augusto Pinochet. Esa delegación estaba conformada por dos cadetes de la policía, dos de la aviación, dos del ejército y un capitán cuyo nombre no recuerdo. Pues lo cierto fue que ante la insistencia nuestra (cadetes) al capitán, este accedió a “sacarnos” bajo su supervisión y dar un recorrido por Valparaíso, donde tiene su sede la Escuela Naval Arturo Prat de la armada chilena. En esa salida nos pareció normal beber un par de vinitos con la consiguiente trasnochada… los resultados, puesto 5 entre 7 delegaciones. (Espero que Juan Carlos Estévez pueda esclarecer un poco más esta historia).
Hay muchos recuerdos e historias que contar, entre las cuales me trae al momento la ocasión en que nos reunieron en el teatro y se hizo una sesión de hipnotismo y regresión, en donde nos mostraron las habilidades humanas dadas por el poder de la mente. No recuerdo a quien fue a quien se le hizo la regresión, pero fue una noche fantástica, dañada por el grito de “salir a formar” en el preciso momento en que la regresión podría darnos a conocer si la persona sometida a hipnosis había vivido otras vidas, en el momento propio en que se encontraba en el útero materno… ahí acabó esa historia.
Pertenecer a la compañía Banda de Guerra también fue un “placer” aunque “voltiar” con la timba, no era muy agradable que digamos… pero lo disfruté; y lo disfruté ya que también, con la banda de guerra hubo viajes. El que más recuerdo fue a Cartagena a una visita de presidentes o algo así. Lo curioso de ese viaje fue que nos montaron en un avión donde tuvimos que arrumar los instrumentos en la parte delantera y una vez el avión tomó pista y velocidad, presentó una falla por lo que tuvo que frenar abruptamente y todos los instrumentos se cayeron y todo se volvió un caos dentro de la aeronave; esta tiene que regresar y nos montaron en otro avión, el cual previamente habían dicho que tenía fallas en las baterías… vaya susto; bueno pues llegamos a Cartagena y se hizo la bienvenida según lo programado. De otra parte lo mejor de ser “bandurrio” (como nos llamaban a quienes pertenecíamos a la banda de guerra) era hacer que el instrumento interpretara las vibraciones del alma al tocar el instrumento con el corazón, sobre todo en las misas sabatinas; particularmente en el momento de la elevación. Aun retumban mis oídos al recordar los fuertes golpes que le daba a mi timba y entonar los acordes durante el oficio, momento que enaltecía al creador con las venas infladas de emoción. Una parada militar con banda de guerra era la mejor forma de demostrar el porte, la gallardía, el sacrificio de los ensayos, No todos tuvieron el honor de portar una guerrera blanca y ser “bandurrio”.
Para mí fue difícil dormir en los alojamientos grandes; particularmente tengo una fobia a los ruidos producidos por la boca, como los chasquidos, etc. y los ronquidos en particular. Conciliar el sueño para mí era y lo sigue siendo muy dificultoso, me levantaba muy seguido de mi litera a darle almohadazos a aquellos que roncaban plácidamente; sin embargo era una zona de camaradería, mientras se pulían las botas, se brillaba la chapa o se arreglaba la virola del casco de paradas, eso sin contar la quemada de flatulencias que protagonizaba el ñato René Castillo; ¿quién no quemó uno en el alojamiento?… que levante la mano. También eran momentos de compadrazgo aquellos donde había que encerar los interminables pasillos de madera de nuestros alojamientos y dejarlos tan brillantes como la misma frente del Teniente Gómez Vergara. Solía levantarme más temprano para tender la cama antes de ir a las duchas, que para la época eran abiertas (¿o miento?) una serie de regaderas donde a más de uno se le cayó el jabón, ensució la inmaculada toalla, extravió sus chanclas y el Bouling era el pan diario. (Tengo entendido que ya hay duchas individuales y hasta agua caliente)
Recuerdo con nostalgia las noches de tertulia que teníamos con Roberto Cuervo, Diego Ardila Victorino -el diablo (q.e.d)- y yo, donde por largas horas discerníamos sobre obras literarias y poéticas, admiraba mucho la capacidad de análisis de Roberto y la camaradería del negrito (diablo), también las comelonas de arroz chino, comprado de contrabando, a través de las rejas que delimitaban el campo de paradas o la guardia de la Escuela.
Como olvidar la tragadera de hojaldras y su respectivo camuflaje para que no fueran encontradas por el oficial a cargo de los estudios o el cine, en las noches. Definitivamente ese sacón tenía una inmensa capacidad de almacenamiento en cada uno de sus bolsillos.
Como buen alumno que tiene su amor platónico, el mío fue Matilde Rueda, nuestra profesora de Inglés, quien tiempo después descubrí que era de ascendencia “Sangileña” (al igual que yo) y que por casualidades del destino fue con su familia propietaria de mi casa paterna de San Gil; Matilde con su cabellera rubia y sus despampanantes ojos azules y su porte de reina de belleza me dejaba perplejo en cada clase o meramente al verla conducir su jeep Toyota en la que llegaba a la Escuela, quizá de ahí pudo desprenderse mi gusto por el inglés. De otros docentes continúo admirando al profesor de geopolítica, el Dr. Bustillo, me asombraba su capacidad intelectual, su jovialidad costeña, hablar con él era un desahogo completo ya que “sabía de todo”, una completa biblia del conocimiento. Paz en su tumba para el Dr. Bustillo.
Quizá de las campañas lo más memorable sean las actividades del padre Pachito, aquel que en semana santa ya nos hacía ver la verdadera velocidad con que trascurre el tiempo, dando a conocer su famosa frase: “Muchachos… se acabó el año”, con esto nos formó la mejor noción del tiempo que pueda tener una persona y la forma de aprovecharlo.
Mi paso por la escuela fue placentero, tranquilo hice muchos amigos que hoy recuerdo con aprecio, nostalgia de no haber compartido más momentos con ellos.
Probablemente estas líneas que escribo por idea de nuestro compañero Carlos Lagos sea el inicio de nuestro futuro libro “Historias de escuela del curso Militar Gustavo Matamoros Dcosta”, ojalá sean recopiladas y empastadas para d nuestro deleite y de quien pueda leernos.”

Entonces en mil 1984 se unieron en las compañías Córdova y Santander toda esta alquimia de personas en los cursos de primero militar que se conocen coloquialmente como la Compañía Pesada y cantamos con orgullo ese himno que siempre esperamos cantar: “Es un grupo de valientes que orgulloso estamos de ello apoyando a los infantes damos guerra sin cuartel, en la escuela militar hay un grande pelotón es el ametrallador el que causa sensación; si la compañía pesada desfallece en sumisión, llegaron los antitanques se salvó la situación, si después llega el mortero apoyando al más allá estaremos bien seguros bajo su fuego infernal allegada a la pesada por la antigüedad por el galón y la espada cadetes luchar con trabajo y con esfuerzo al final encontraremos el premio a nuestra labor…”

Cada comienzo de año debemos hablar necesariamente de ese Ángel y líder espiritual que fue el Padre Francisco Rengifo Garcés “Pachito” quien en la primera homilía nos decía “Muchachos se acabó el año” lo cual no sé si generaba moral o angustia por que en una especie de cuentas alegres empezaba a descontar todos los fines de semana, festivos, las horas de deportes, de sueño, del desayuno, del almuerzo, etc. Al final prácticamente le quedábamos debiendo tiempo para cumplir las difíciles rutinas diarias de la Escuela.

“Hablar de los últimos 30 años de la Escuela Militar es también hablar de este jesuita solidario y alegre, quien siempre estuvo cercano a los miles de alumnos que pasaron por este campo, acompañándolos en las aulas, en la enfermería, en las campañas y en cualquier lugar donde un alumno necesitara su consejo sabio, oportuno y amoroso.” (2)

También Pachito hacía las veces de correo urbano, mensajero, psicólogo, pañuelo de lágrimas, repartidor de cigarrillos y extirpador de nuches y garrapatas en campaña con una botellita de alcanfor y alcohol que cargaba consigo como uno de sus más preciados tesoros.

Así registró caracol la noticia de su fallecimiento: “A la edad de 82 años murió hoy en la capital del país el sacerdote Jesuita de origen Caleño, Francisco Rengifo Arce, conocido en los medios militares como " Pachito" y quien ostentaba el grado de brigadier general en calidad de Honorario.”

El padre " Pachito" se desempeñó durante 38 años como capellán de la Escuela Militar de Cadetes " José María Córdoba " y fue uno de los mejores consejeros y amigo de todos y cada uno de los oficiales que cursaron estudios en esta unidad castrense.

Como la compañía Santander no tenía un himno propio el teniente Páez abrió un concurso para la escogencia de la mejor propuesta; pero como únicamente se presentó el himno que elaboramos con Juan Pablo Jerez, este fue el elegido: “Santander es el nombre que lleva imponente unidad militar es orgullo lucir su divisa y un deber es saberla portar, que trasluce del héroe su nombre su mandato su gloria y su ley, ya la tierra resuena a su paso Santander adelante marchad, en la mano la pluma y la espada somos hombres de letra y valor, nuestro pecho se ensancha al oído buen alférez mañana seré (Bis). A mí me encantaba el problema fue que como no éramos músicos le pusimos la música del himno de la policía militar P.M y eso fue lo que no le gustó al resto de compañeros que tenían que cantarla a pesar de ello; espero que aun resuene por los pasillos de mi escuela.

Cumplida esta etapa llegó el tan anhelado ascenso al grado de Alféreces y la consecuente ceremonia de entrega de sable. “Este honroso título significa el abanderado del Ejército, el soldado y jinete real; el primer grado jerárquico de la categoría de la formación militar, para entrar esa fase de mando que empiezan a demostrar con esta profunda vocación de servicio” (3).

Algo que es muy importante y valioso en la vida militar es lo que se denomina la antigüedad que es el puesto que ocupa cada Alférez al momento de ascender y que le permite ocupar el cargo más preciado dentro de nuestra escuela y es el de brigadier mayor, quienes por calidades militares personales y especialmente académicas fueron seleccionados para dirigir el régimen interno de las compañías, en su orden fuimos elegidos: Roberto de La Pava Abad, Carlos Eduardo Lagos Campos, Mauricio Barragán González, Mario Villa Arcilla (q.e.p.d.), William Henry Moreno Arias, Alberto Bedoya Zuluaga, Luis Fernando Paniagua Yépez, Jesús Iván Sáenz Blanco, Uriel Woodcock Montenegro, Álvaro Lema Arcila, Luis Fernando Ramírez Isaza, Orlando Natalio Mazo Gamboa y Jose Dumar Giraldo Hernández, entre los que recuerdo.

Nuestra promoción fue una especie de experimento, porque aparte de la unión de diferentes compañías, se realizaron varios cambios en los pensum académicos; se eliminaron las tres facultades de derecho, economía e ingeniería y se intensificaron las especialidades de inteligencia, contra guerrilla urbana y rural, el Copes, el curso C-3 de la escuela de las Américas en el fuerte Benning, Georgia y la fase de especialización en la brigada 13, ese viro en nuestra formación haría del matamoros el curso más aguerrido y mejor preparado para enfrentar la crudeza y el escalamiento de un conflicto que cada vez se tornaba más intenso, visceral y casi que demencial.

Y aunque la disciplina y la marcialidad estaban a la orden del día, también hubo espacio para el humor; cómo olvidar las “perradas” de Pérez Lemus que siempre le salían mal, las “cagadas” de Pérez Parada, las escapadas de mi paisano Lazo Cortés a comprar "guaro", las flexiones de pecho en la telaraña a las 12 de la noche con Juan Pablo Jerez y Luis Carlos López Cárdenas, las operaciones de "comando" en el rancho, la música y la guitarra de José Luis Corredor María, los trucos del mago Villamil, las cestas de Gustavo lindo de armas, el requesón guardado del "Cadete malo", las mil de piernas del teniente Gómez Vergara o el eslogan de disciplina estudio y milicia del capitán Navarro y de muchos otros personajes conocidos coloquialmente por sus sobrenombres como: El Gato Díaz Martínez, Pérez hourse, el yuyo López, el Cuco Roberto Ramírez, el mago Villamil, el esparquiz Calderón o Snoopy, mi viejo amigo Tamayo Papurris, el gordo Pinilla o Burbuja, el Pulpo a Iván Sáenz, el Lorito Jerez también estaban, el Pájaro Cardona y Guzmán, el Perro cárdenas, el Canguro Forero Besil, el Ovejo Acosta, el Condorito valencia o Cone y a mí me llamaban Tiburcio; entre muchos más que no terminaría de enumerar; quiero aclarar que todo ello se hacía con respeto y camaradería, finalmente éramos ya una hermandad.

WEST POINT N.Y
Quizás la experiencia más importante de mi vida académica fue haber sido designado como alumno de intercambio en la Academia Militar de los Estados Unidos (USMA1), también conocida como West Point, esta fue creada en 1802, por lo que se considera el instituto de formación militar más antiguo de ese país. La academia se localiza en West Point en un emplazamiento con una vista espectacular al río Hudson, aproximadamente 80 km al norte de Nueva York. Con uno de los campus más grandes del mundo. Su equipamiento incluye una pista de esquí y campo de tiro para artillería, además de los edificios académicos y las comodidades habituales de un campus universitario. El sitio fue ocupado militarmente en 1778, por lo que también es la base militar más antigua ocupada en forma continuada por los Estados Unidos.

La misión de la academia es «educar, entrenar e inspirar al cuerpo de cadetes para que cada graduado represente el compromiso de carácter con los valores de Servicio, Honor y Patria, y esté preparado para una carrera profesional de excelencia y servicio a la nación como oficial del ejército de los Estados Unidos».

Los graduados reciben el título de grado en ciencias (Bachelor of Science) y la mayoría se integran como alférez (Second Lieutenant) en el Ejército. Los cadetes extranjeros son comisionados al ejército de sus países de origen. Desde 1959 los cadetes pueden ser designados asimismo en la Fuerza Aérea, la Armada o el Cuerpo de Marines.

Es muy importante recordar a todos aquellos oficiales que contribuyeron en nuestra formación y que por lo numerosos se me pueden escapar muchos nombres a quienes de antemano pido disculpas; sea lo primero enumerar a los Directores de la Escuela que en su orden fueron, brigadieres generales: Nelson Mejía Henao, Rafael Hernández López y Luis Eduardo Rocca Michel; el CT. Hernando Alonso Ortiz Rodríguez (El chinche), tenientes José filadelfo Robayo castillo, Rafael Reyes, Peter Mosquera, Guillermo Alberto Jaramillo Ossa (q.e.p.d.); CT Mario Montoya Uribe, tenientes Jorge Alberto Castañeda Fisco, Blas Arbelio Ortiz Rebolledo, Nelson Franco Jaimes (q.e.p.d.), Manuel Pérez Pérez; CT. Alberto Morales Piedrahita, Tenientes Pedro Mosquera Rodríguez, Javier Fernández leal; CT. Pablo Rodríguez Laverde (Pablito), CT. Pedro Latorre (el chupo), Tenientes Leonardo Gómez Vergara (Mil de piernas); CT. Fabio Navarro, tenientes Guzmán, Pérez Guarnizo Miguel; CT. Antonio Ladrón de Guevara González, Tenientes José Rafael González Villamil, Juan Pablo Rodríguez Barragán, Juan Pablo Zuluaga hurtado; CT. Pedro Enrique Latorre Gaitán, tenientes Luis Fernando Madrid Barón (q.e.p.d.), Ricardo Cuervo Montenegro, Javier Fernández leal; CT Fabio Navarro Medina, tenientes Manuel Gerardo Guzmán Cardozo, Miguel Pérez Guarnizo, Armando José Pinzón Rengifo, Miguel Páez Vargas (el Kaibil) y Carlos Vélez Sosa, entre otros.

La última noche en la escuela fue algo inolvidable, como era costumbre en todas las promociones la tuna entonó esa adaptación del vals “Fonseca”, también conocido como “Triste y sola”, es uno de los pocos cantares propios de la estudiantina del siglo XIX que ha resistido el paso de los años, llegando a estar presente hoy en día en los repertorios de nuestras actuales Tunas Universitarias y que dice: Triste y solo, sola se queda mi escuela, triste y llorosa era mi segundo hogar ah ah, Adiós mi escuela militar, cuyo reloj no volveré a escuchar…

Finalmente el 5 de diciembre de 1985 un bloque conformado por 299 alféreces colombianos y 4 panameños, desfilamos nuevamente por el campo de paradas, entonando el himno nacional y recibiendo la estrella de cinco puntas del grado de subteniente y el correspondiente testimonio. Encabezando este grupo de nuevos Oficiales del ejército se encontraba como abanderado el joven Subteniente Roberto de la Pava Abad quien se destacaba por haber ocupado el primer puesto de nuestra promoción, algo que no era de extrañar pues Roberto había ocupado esa distinción en todos los cursos militares año tras año recibiendo como ese día la medalla al mérito académico Andrés Rosillo por cuarta ocasión, la medalla al mérito académico Francisco Jose de Caldas, la presea Hermes Preciado de Brasil, la distinción Bernardo O’Higgins de Chile y la Orden de la Corona Española.
Así vivió Roberto ese momento: “estaba muy nervioso, no solo por el hecho mismo de la ceremonia (No ir a embarrarla), sumado a la gran responsabilidad inherente y la expectativa frente a un futuro que daba inicio y estaba lleno de incertidumbres; obvio, todo esto sumado a la satisfacción por haber cumplido mi objetivo y la alegría que sabía embargaba a mi familia...mi reflexión a hoy es que eram(os) demasiado niños para lograr procesar adecuadamente el momento y la responsabilidad que se nos daba.”

Y en realidad era así, de ahí en adelante cada uno tomaríamos rumbos diferentes y viviríamos de frente nuestra historia enmarcada dentro del conflicto armado interno y sin eufemismos! Con Roberto nos encontraríamos nuevamente en la escuela de Ingenieros donde enfrentaríamos nuevos retos enmarcados dentro de una sana pero intensa competencia y camaradería de la que hablaremos más adelante; en este momento se viene a la memoria el recuerdo de su distinguida madre Doña Beatriz Abad una mujer con donaire y señorío que inspiraba respeto pero a la vez mucha confianza y tranquilidad; desde esta tribuna le enviamos nuestro mas afectuoso saludo a Doña Beatriz quien a sus 90 años continúa tan Lucida como en aquellas épocas, estoy seguro que detrás de la disciplina y los éxitos de nuestro Brigadier Mayor está la mano cálida y sabia de esta gran mujer.

LA ESCUELA DE INGENIEROS

Personalmente había solicitado mi traslado al batallón Codazzi en Palmira, esto porque tenía mi novia Maribel en la ciudad de Cali, pero cinco días antes del ascenso llegó un radiograma que dispuso que para la Escuela de Ingenieros Militares iríamos los cinco primeros puestos del arma; lo que cambió mis planes y por supuesto representó el fin de mi noviazgo; aunque el traslado como profesor en la Escuela de Ingenieros podría considerarse un premio, realmente fue un verdadero sacrificio esfuerzo y aprendizaje, pero a la vez muy fascinante y productivo; toda vez que sólo estábamos cinco subtenientes junto con Roberto de la Pava Abad, William Moreno Arias, Iván Sáenz Blanco y Jorge Pinilla Cárdenas y no como sucedía en las demás escuelas y batallones donde había subtenientes de segundo y tercer año y tenientes de diferentes promociones; en la Escuela de Ingenieros el siguiente grado correspondía al de capitán, todos ellos muy calificados llegaron en su mayoría a ser generales de la república, recuerdo al Mono González Peña, al mico Ardila Silva, mi paisano Paredes Cadena, el mono Quiroga, la insornia de Vladislao Reino Marín (Wachislao), Luis Alberto Villamarín Pulido (Un gran escritor), el mayor Gustavo Porras y como olvidar a nuestro ejecutivo el mayor Ernesto Beltrán Silva un caballero a toda prueba, lo mismo que a nuestros comandantes los Coroneles Víctor Arévalo Pinilla, Ricardo Emilio Cifuentes Ordóñez (el Alemán), y Hermófilo Rodríguez Romero; esas distancias y marcadas diferencias de edades, hicieron que los cinco subtenientes fuéramos muy unidos y hasta el día de hoy nos reunimos mensualmente en un club de sauna donde Pinilla y Sáenz.

Como oficial tuve la oportunidad relazar muchos cursos de combate; entre los más importantes están el curso de lanceros, el de fuerzas especiales Urbanas, explosive ordnance disposival, instructor de tiro, minas y guerra de minas y optrónicos. De ellos por su pues to el más difícil es el curso de lanceros qué equivale al de Rangers en los Estados Unidos y a pesar de que llegamos en una época donde este ya se había modernizado, seguía siendo muy intenso, este se realizaba en tres fases, que eran: la de patios, la de montaña donde recorrimos todos los cerros de icononzo, el tablazo alrededor de Melgar y finalmente la fase de selva en el fuerte amazonas donde para finalizar esta fase había que atravesar la selva entre el límite con el Perú y el Caquetá en la parte más estrecha del putumayo, para se requería de un guía especializado; ahí sufrimos todas las inclemencias del clima tropical, la espesura de la selva y sus peligros; recuerdo que estando en esos trajines llegó el día de mis cumpleaños y a las doce de la noche teníamos que relevarnos de turno con mi compañero mi paisano Rubén García Cilima y para llegar al puesto teníamos que enlazarnos a un hilo nylon para no perdernos por la oscuridad en la espesura de la selva; cuando él llegó a relevarme hizo algo que jamás olvidaré y fue que en plena selva en algún punto entre el Perú y el Caquetá me cantó el happy Birthday; eso es algo que nunca olvidaré y cada hemos repetido esa tradición como conmemoración a ese hecho.

Una de las experiencias más bonitas de mi carrera fue la fase de profesor militar; de manera especial recuerdo el primer curso de suboficiales femeninas que eran técnicas en sistemas, algo que era muy novedoso para la época dado que apenas se empezaban a conocer en los años 80s los computadores personales y el otro fue el primer curso de suboficiales de brigada paralelo a los que se formaban en la escuela de suboficiales Inocencio Chincá; esto debido al escalamiento de conflicto que requería de cuadros que ampliarán el cuerpo de suboficiales del ejército.

El coronel (Rva.) Rafael Caicedo nos recuerda que “en los miembros del curso Gustavo matamoros D’Costa recayó el mayor peso del conflicto armado interno en Colombia, durante las décadas de los años 80s, 90s y la primera década del 2000; además de tener una intervención decisiva en la transformación del Ejército que logró darle un vuelco hacia su modernización”.

En efectos la guerra asimétrica tiene unas etapas que van desde las guerra de guerrillas, la guerra de movimientos, la guerra de posiciones, la toma del poder y la consolidación; la mayoría de las acciones armadas no son combates convencionales, utilizan el factor sorpresa, golpeando ofensivamente y retirándose. Evitan los combates frontales donde se encuentren en inferioridad numérica, accionando solo con probabilidad cierta de éxito para no disminuir su imagen de combatiente triunfante. Operan sobre grupos aislados del oponente, que le garanticen un poder relativo superior en el lugar de la acción. Evitan la concentración de sus tropas para lograr un efecto dinámico y cuantitativo, atacando en diferentes lugares a la vez. Complementan su accionar bélico con acciones de sabotaje en puntos estratégicos sensibles. se dice que las Farc llegaron hasta la guerra posiciones, con operaciones que incluyeron la toma de bases como la de las delicias, la de la Policía Antidrogas en Miraflores, la de Saiza, el billar, Tarazá, Tokio; pero la más emblemática fue toma de una capital de departamento como es el Vaupés, me refiero a Mitú, donde tras cruentos combates lograron la rendición del comando de la policía secuestrando a la mayoría de ellos, dentro de los cuales se encontraba el Coronel Mendieta ascendido posteriormente a General. Estas fueron tomas sangrientas y crueles; sin embargo dentro del escalamiento del conflicto la guerrilla nunca logró consolidar un territorio para ellos.

Fue una época muy difícil donde no había muchos recursos, los soldados cocían sus botas con alambre, Hubo momentos donde muchos compañeros entregaron su vida por defender la república, héroes que la mayoría de colombianos desconocen y que es un deber conmemorarlos, entre estos ellos están:

Fallecidos en combate: Raymundo Laka Puente, Faber burgos García, Jiménez Abril Carlos, Henry Gómez Navas, Germán Gómez, Carlos Balbuena Gómez. Gustavo calvo, Gustavo Alzate Mora, Emilio Cogollo Hernández, Gonzalo Giraldo matos, Oswaldo Montenegro Hidalgo; Por enfermedad: Diego Ardila Victorino, Jorge carrillo Márquez, Heinz Pichler Cruz. En Accidente: Ramón Roncancio, Mauricio Amaya Kerkelen, Orlando Arciniegas Chamorro, Pérez Landines, Nieto Gómez, Wilson Tovar Yanguas, Adrián Garzón Bustamante, José Salazar Arana y Jaime Montaña Mesa.

Laka Puente muere combatiendo, en la vereda La Cascada, Corregimiento del Alto Anchicaya, un 28 diciembre; a su lado se encontraba luchando otro Matamoros Mario Alberto Valenzuela Plata quien logró sortear con mejor suerte ese combate, Gómez Barbosa y Valbuena mueren en el Caquetá cuando desactivan unas minas terrestres instaladas por la guerrilla, Jiménez Abril muere en un combate de encuentro, Gómez Navas es asesinado por Karina en una zona de Antioquia después de que su unidad fuera copada, Calvo Calle es asesinado en una operación antisecuestro, Cogollo es asesinado por delincuentes como retaliación por las capturas realizadas en Santa Marta, Lagos Figueredo es asesinado en un retén ilegal cuando viajaba a Bogotá a curso de ascenso, Salazar Araña muere cuando el helicóptero en el que viajaba en el Tolima se precipita a tierra, Oswaldo Montenegro Hidalgo muere por el disparo cobarde de un Franco Tirador en Antioquia en 1988, Nieto Gómez muere en el cauca en aguerrido combate contra el M-19 y el caso más emblemático es el del capitán Orlando Natalio Mazo Gamboa, asesinado en el asalto a la base militar de las delicias.

El periódico el espectador registró así la valentía del capitán Mazo Gamboa para defender la base de las delicias:

“…Era tal la barraquera de mi capitán Mazo… entre las seis de la mañana y la hora que se nos acabó la munición. Mi capitán estaba en todas partes, revisaba fusiles, daba una palmadita de ánimo en la espalda, nos motivaba, irradiaba alegría y ganas de combatir, parecía un león agredido…. Mi capitán no bajaba la guardia, deba ejemplo del bueno, estaba en todas partes…”

Hacia las 11 de la mañana el grupo al mando del ST. Torres fue capturado por la guerrilla, solamente los puestos 1 y 2 seguían ocupados por los soldados, en ese momento el capitán Mazo da la orden de disparar a todas las trincheras que estaban llenas de guerrilleros. Cerca de las doce y cuando ya estaban quedándose sin munición y casi toda la base estaba ocupada por el enemigo, el capitán da la orden de salir de la trinchera y tratar de llegar al río y combatir desde allí y tratar de pasar al otro lado….El capitán cayó de rodillas con una herida en la espalda….

“…El mocho César jefe del frente 15 se le arrimó al capitán Mazo. Deme una cobija que tengo mucho frío —le dijo el capitán—. Dele una cobija —ordenó el mocho a un guerrillero llamado Marlo, mientras le picaba el ojo—. Marlo levantó su galil y remató al capitán. Ahí se acabó la pelea…”

Pese a su superioridad numérica de 5 a 1, el combate fue intenso, las Farc perdieron a muchos de sus hombres, por esta razón después de esa toma la guerrilla tendría muy en claro que donde había una base dirigida por un Matamoros ahí no se meterían.

Uno de los casos que más me conmovió fue el de mi compañero de bachillerato en el colegio Champagnat de la ciudad Pasto, se trata de Oswaldo Montenegro Hidalgo quien muere por el disparo cobarde de un Franco Tirador en el verano de 1988 cuando este joven subteniente, oriundo de la ciudad de Pasto, desarrollaba operaciones de control del orden público en una zona selvática de la región de Antioquia conocida como San Roque, en la cual estaba siguiendo durante varios días el rastro sin descanso a una facción de la guerrilla de las Farc. Las pistas apuntaban hacia una vivienda enclavada en lo más inhóspito de esa zona selvática y montañosa, tras realizar todas las maniobras de aproximación hizo el correspondiente registro, pero la casa estaba vacía. El enemigo aleve se encontraba cobardemente emboscado para propinar su disparo de muerte, impactando en dos ocasiones en la humanidad de esta joven promesa de nuestro Ejército en la plenitud de su vida promisoria, un disparo cobarde acabó con la ilusión de continuar su carrera Militar, y con los sueños de la familia Nariñense Montenegro Hidalgo conocida en Pasto por sus altas calidades morales y por su espíritu empresarial como propietaria de los Almacenes de Bicicletas “Rhin”.

Tras su muerte, el combate duró varias horas. Para poder rescatar su cuerpo hubo que recibir apoyo de otras contraguerrillas del Batallón Bárbula, apostado en puerto Boyacá e incluso, se hizo necesario el uso de morteros, pues la intención del enemigo era apropiarse de su armamento, por ello los valerosos soldados, fieles a su comandante, dieron lucha sin cuartel hasta recuperar a nuestro amado Oswaldo.

Ahora descansan en Paz. Su lucha, sus ideales, su sacrificio, no fueron en vano. Como ellos existen muchos héroes anónimos que el país desconoce y que han puesto su cuota de sangre para defender la vida, honra, bienes y creencias de los colombianos. Muchos héroes que la Patria quizás desconoce o los ha olvidado, pero que su vida fue el precio injusto que tuvimos que pagar los colombianos para terminar con este conflicto interno, absurdo entre Nacionales.

Los Matamoros han sido una de las promociones que ha aportado una gran cuota de sacrificio sangre y coraje dentro de este conflicto, como nuestros compañeros muchos soldados de Colombia han ofrendado sus vidas por la Patria; pero la mayoría de colombianos desconocemos sus nombres y el dolor de sus familias. A todas ellas les decimos que no están solas en su dolor, que toda una Nación agradece y reconoce su sacrificio, y que aunque sea con estas simples letras, esperamos poder estrechar sus brazos vacíos y acompañarlos en ese camino silencioso.

“Quise ser el soldado más valiente de mi Ejército, el colombiano más amante de mi Patria. Perdona mi orgullo, ¡oh Señor! Te lo pido por mis horas en vela, mi fusil y mis oídos, siempre atentos a los misteriosos ruidos de la noche penumbrosa. “¡oh Señor!, que mi alma no vacile en el combate y que mi cuerpo no sienta el helado temblor del miedo” Te. Nelson Darío Bedoya.

Como estos episodios existen muchos que no alcanzaríamos a contar dónde está la mano aguerrida y libertaria de un Matamoros que reflejan el resultado de todo este arduo entrenamiento militar, hechos dolorosos, episodios de los cuales hay mucho que contar.

Los Matamoros participaron en operaciones claves para el sostenimiento de la Democracia como la de casa verde, la recuperación de la zona de despeje, la operación Berlín que cerró el paso a las columnas que salían de la zona de distensión con destino a la capital de la república, las operaciones libertad 1 y 2 que acabaron con el sitio de las Farc sobre Bogotá y muchas otras que por razones de seguridad no podemos mencionar.

Al final de la carrera un total de diez Coroneles del curso Matamoros fueron seleccionados para integrar el curso que durante el año 2013 realizaron como requisito para ascender al grado de Brigadier General de la República, se trata de los Coroneles; Danilo Murcia caro, Oscar Iván Botero Flórez, Javier Cruz Ricci, Wilson cabra, Jorge Maldonado, Óscar Quintero, Felipe Montoya, Enrique Vargas Trujillo, Eduardo Zapateiro Altamiranda y Pablo Przichodny; como hecho histórico se agregó al curso de ascenso a la Coronel María Paulina Leguizamón Zárate, quien fue la primera mujer en la historia del Ejército colombiano que ascendió al grado de General de la República en el año 2013. En la actualidad quedan en servicio activo los generales Zapateiro, Quintero y Montoya.

El general Pablo Przichodny nos refiere así su experiencia como miembro del curso Matamoros: “Llegar a la Escuela Militar en la condición de soldado bachiller en comisión y aspirante a cadete del alma mater del Ejército Nacional sin lugar a dudas fue una experiencia singular pues fue un descubrir y enfrentar una serie de situaciones algunas no muy agradables dada la prevención existente y entendible de parte de los cadetes que cursaban su bachillerato desde su más temprana edad.

Con el tiempo el compromiso y el espíritu de cuerpo que solo se construye con el trabajo en equipo fue limando cualquier tipo de aspereza y el ambiente de compañerismo y amistad se comenzó a forjar especialmente en nuestro último año de escuela.

Ya con el grado de subteniente nos lanzamos a cumplir nuestra misión, en un país donde el ambiente social y político muy agitado marcaba lo compleja que sería nuestra labor.

Las recientes tragedias del palacio de justicia sumada a la de la avalancha de Armero estaban latentes en el sentir de los colombianos y eso también se constituía en elementos que contribuían a que viéramos con algo de pesimismo el futuro cercano.

El compartir con mis compañeros de curso tantas situaciones y ver cómo ellos sorteaban con éxito las misiones encomendadas, unos con mayor dificultad, riesgo y sacrificio que otros, nos fue uniendo más en la hermandad que solo los hombres que se abrazan en la carrera de las armas pueden sentir.

La tragedia también nos tocó y fuertemente desde los primeros meses, pues perdimos a nuestros compañeros Laka y Jiménez muy tempranamente víctimas de las balas asesinas de un enemigo implacable y cruel.

Con el transcurrir de los años nuestro curso en filas se fue disminuyendo, pues las solicitudes de retiro motivadas por diferentes razones hacían que algunos de nuestros compañeros buscaran proyectos de vida diferentes a la que les señalaba la carrera militar.

Los que quedamos en filas seguimos con el compromiso y con la esperanza de que con nuestro aporte estábamos contribuyendo a construir un país mejor y que aquellos matamoros desde la civilidad harían lo propio y que siempre podíamos contar con su apoyo.

Hoy han pasado más de 34 años y el orgullo de ser un miembro del Curso Gustavo Matamoros D'Costa es enorme... representa la esencia de lo que soy como colombiano... como soldado de la reserva activa de ese gran ejército de los Colombianos.

El tener cientos de hermanos, todos exitosos y valiosos para la sociedad, no permite que yo sienta otra cosa diferente al enorme orgullo de haber formado con ellos y llevar el mismo sello de honor y lealtad al servicio de nuestra patria. La verdad y de corazón qué enorme privilegio es ser un Matamoros”.

De la mano de un oficial del curso Matamoros siempre estará una mujer fiel, compañera, esposa y cómplice de esta travesía por la vida militar; al respecto Luisa Fernanda Zarate esposa del Coronel (Rva) Juan Pablo Jerez Cuellar nos refiere: “ conocí a Juan Pablo cuando yo estudiaba derecho en la Universidad Santo Tomás y él tenía el grado de teniente en la Escuela de Infantería de Bogotá, me enamoré a primera vista del hombre no de su uniforme, fuimos novios durante cuatro años donde aprendí a amarlo y a respetarlo, nos casamos cuando él tenía el grado de Capitán; en la carrera militar es imposible separar a la persona de la profesión, porque es una vida diferente en el sentido de que no hay estabilidad en una ciudad, siempre tuve la idea que si uno se casa es para estar cerca de la persona con quien decidí compartir mi vida y durante los veinticinco año que llevamos de casados viajamos por todo el país; lo cual implica trasteos, cambios de colegios, acoplarse a nuevas ciudades, costumbres gastronómicas, en fin conocer toda esa diversidad que hace parte de nuestro país; pero siempre juntos con nuestros Hijos Camila y Juan; en ese camino aprendí a querer y a respetar a esa gran institución que es el Ejército Nacional como si fuera propia; siempre con agradecimiento con respeto, siempre la defenderé porque ahí se conoce del sacrificio de ellos y entonces como esposas debemos afrontar en muchas ocasiones solas el cuidado de nuestros hijos dada su dedicación de tiempo completo y bajo la incertidumbre y los peligros de su profesión en un país altamente convulsionado. Estas son cosas que la gente del común desconoce, tanto amor y dedicación a su carrera en defensa de los colombianos, tantos sacrificios que realmente se convierte en una vocación, por ello los valoro, los respeto y los admiro por toda esa entrega que hicieron a nuestra patria.

Connie James Cuellar esposa del Coronel (Rva) Jorge Pinilla Cárdenas nos comenta: “en el 1986 mi prima Gloria Jerez me invitó como madrina de los juegos deportivos en las conmemoraciones de la Escuela de ingenieros militares, estando a en mi casa paterna del barrio Tierra Linda de Bogotá sonó el timbre y cuando abrí la puerta era Jorge con sus compañeros de la escuela y ahí nos flechamos, me pareció muy chistoso que nos recogieran en un bus del verde del Ejército donde solo íbamos cuatro parejas, bailamos toda la noche y ahí inició nuestra historia de amor que reinventamos hasta la fecha; de esa historia hacemos parte Gloria Jerez, Marcela caballero y Adriana Rojas. Lo curioso de todo esto es que de esa reunión se formaron cuatro familias; la mía, la de Gloria con el Coronel (Rva) John Ítalo Camberos, Adriana Rojas con Iván Sáenz y Marcela Caballero con Carlos Lagos el más difícil de todos. Todas éramos vecinas del barrio Tierra Linda y amigas de infancia al ser hijas de oficiales. Todo se desencadenó muy rápido, vivimos momentos muy agradables con este grupo que tenía algo muy especial y es que eran los oficiales mejor calificados del cuerpo de ingenieros y nosotras empatizamos rápidamente con ellos; con exepciòn de Carlos nuestros noviazgos fueron cortos; con Jorge nos casamos el 12 de diciembre de 1987 y paradójicamente Iván Sáenz y Adriana se casaban en la palma, mi prima Gloria se casó con John Ítalo dos años después. Como esposa de oficial acompañé a Jorge hasta donde fue posible por la situación de orden público. Los traslados implicaban frecuentemente la ausencia de un padre, en ocasiones hablábamos por un radio de bandas que compramos en el mercado, en esa época no habían celulares, entonces yo le colocaba una foto de Jorge en la radio para que los niños lo relacionaran y en ocasiones Jorge les ayudaba a hacer sus tareas desde la distancia a través esa radio; mis hijos aún recuerdan con mucho sentimiento esa época. El momento más difícil de nuestra historia fue cuando él estuvo en tres esquinas Caquetá en el grado de mayor y tuvo que ser evacuado de la selva con dengue hemorrágico y fiebre tifoidea junto a un sargento que murió en ese proceso; el problema fue que lo sacaron a Florencia y estuvo muy delicado de salud, ese fue momento más difícil nuestra vida militar. Esa ausencia de mi esposo en el hogar hizo que yo me convirtiera en una mujer multifacética desde colocar una puntilla, despichar un carro y en general enfrentar todos los aspectos que demanda un hogar; de tal manera que cuando Jorge regreso a casa en la vida civil encontró a una familia unida que lo estaba esperando en esta nueva etapa tan diferente para un oficial en retiro. Definitivamente la mejor época de nuestra experiencia en Ejército la vivimos en Cali en el grado de capitán junto a Rafael Forero y Gina, Jose Valencia e Ingrid todos del curso Matamoros, hicimos de todo, la pasamos muy rico en reuniones, paseos de olla al río pance, hacíamos onces, hubo mucha camaradería: este estilo de historias abundan dentro de la familia matamoros, si indagáramos con ellos podríamos escribir no solo una crónica sino todo un libro”.

Como la de Luisa y Connie existen muchas mujeres que junto a un Matamoros han construido historias, anécdotas, aprendizajes que de alguna han marcado nuestras vidas y la de nuestros hijos; por ello desde esta tribuna les damos un afectuoso saludo y reconocimiento a todas ellas.

Como anécdota personal debo contar que cuando me retiré del Ejército en el batallón Pedro Nel Ospina, en la ciudad de Bello Antioquia, en esa época existía una norma creo que aún existe, donde cuando un oficial se retiraba, la unidad de comando debía desfilar frente a él y hacerle los honores; por supuesto eso sólo se utilizaba cuando se retiraban en la práctica los oficiales superiores; pues bien yo exigí que se me hiciera mi respectiva ceremonia y creo que soy el único subteniente que me retiré con ese honor y no porque yo fuera algo especial sino porque asó lo exigí cuando decidí cambiar la espada por la pluma, estudiar derecho y dedicarme a la defensa de los derechos ciudadanos, algo que en ocasiones ha sido mal entendido por algunos y en ese momento de la ceremonia me sentí como un gran general, no obstante debo confesar que cuando crucé la guardia del batallón Pedro Nel Ospina rumbo a mi nueva vida, una lágrima brotó de mis ojos.

Después de muchos años de retiro volví como profesional de la reserva y me encontré nuevamente con uno de mis compañeros ya en el grado de mayor, se trata de Mario Valenzuela Plata increíblemente a uno se le olvida lo duro que es la vida militar y hasta atalajarse, recuerdo que el primer día que ingrese, él me ayudó a acomodarme el uniforme o sea atalajarme, algo que se se me había olvidado.

Una mención especial merecen quienes se han consagrado a mantener la unión y una curaduría de la historia del curso a través de Facebook el mayor (Rva) Jorge Castro Ballesteros no ha ahorrado esfuerzos en ese propósito, en el chat general el teniente coronel (Rva) Jorge Mejía y el Coronel (Rva) Jorge Pinilla Cárdenas han asumido el liderazgo en las comunicaciones y en el chat de ovejos el mayor (Rva) Jorge García Reina.

Finalmente quiero agradecer a quienes me ayudaron con toda esta valiosa información para realizar esta crónica: Connie Jaimes Cuellar, Luisa Fernanda de Jerez, periodista Camilo Jiménez Calderón, Te. Temis Duarte Fajardo, My. (Rva) Jorge Castro Ballesteros, teniente coronel (Rva) Roberto Ramírez Villamizar, Coronel (Rva) Rafael Caicedo, Coronel (Rva) Juan Pablo Jerez Cuellar y brigadier general Pablo Przichodny.

*Oficial de la reserva activa del Ejército de Colombia.
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Comentarios más recientes
charly lakes
Muy buena crónica de Temis Duarte
 
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