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La Broma Infinita

 
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La Broma Infinita, es un intrigante cartucho de “entretenimiento” cuyo absorbente poder de fascinación lo convierte en un absoluto arrebatador para sus espectadores, un abductor anímico de efectos devastadores; y, finalmente, una novela elefantiásica (1092 páginas de “cuerpo central”, más un suplemento de 115 páginas de “notas y erratas”, en la brillante versión española) escrita por uno de los grandes escritores norteamericanos del momento.

La Broma Infinita

La broma infinita es quizá el ejemplo más extremo de narrativa anular: un anómalo bucle novelístico girando en el vacío cultural de su insidioso tiempo, una novela invertebrada, sin principio ni fin, en la que la narración se autorreplica indefinidamente fundiendo una cantidad inagotable de materiales enciclopédicos. En este sentido, más que de novela, cabría hablar, como hiciera Calvino, de hipernovela: una novela de novelas, un texto inabarcable y múltiple construido mediante el bombardeo selectivo de las estructuras, soportes y cimientos de la narración moderna, convencional o no.

Así, entre las muchas novelas y metanovelas que construyen con su adición al infinito la compleja textura narrativa de La broma infinita se encuentran una novela política sobre el destino paródico de América, una novela cómica sobre la desnuclearización de la familia nuclear, una delirante novela de espionaje y terrorismo (con travestismo incluido) entre norteamericanos y canadienses; una novela didáctica sobre la rivalidad moral, una novela irónica de ciencia-ficción sobre un territorio biotecnológicamente modificado; una truculenta novela sobre alcohólicos, drogadictos, la demencia y otras patologías de la conducta; una novela psicológica, una novela anafrodisíaca sobre las conquistas sexuales, una inconclusa novela de amor, una novela fantástica sobre una película aesina; etc.

Pero La broma infinita es, sobre todo, una melancólica suma narrativa sobre las variadas formas de la adicción, la monomanía, la toxicomanía, el enganche y la entrega obsesiva: “Todos nos morimos por entregar nuestras vidas quizá a Dios o a Satán, a la política o a la gramática, a la topología o a la filatelia; lo que sea es secundario para esta voluntad de entregarse de forma total”. Una novela inyectada de ingredientes alucinógenos: incongruencia figurativa, humor negro, comicidad desbordante, inventiva circunstancial, inteligencia especulativa, imaginación perversa, metáforas deslumbrantes, sátira cruel, nihilismo hilarante, ironía corrosiva, sin olvidarnos del malsano sentido de lo grotesco (marca de la casa) en la minuciosa observación de la vida cotidiana inmersa en un mundo mediatico con enfasis en la TV.

El talante provocativo y transgresor de Wallace ha conseguido que esta novela resulte ofensiva para el multiculturalismo dominante y otras especies de la corrección política que ejercen hoy, desde cualquier ángulo del espectro político, como árbitros o censores del gusto y lo decible. En unos tiempos tan marcadamente audiovisuales como éstos, en los que la mayor parte de los escritores en activo han renunciado a la ambición narrativa de innovar o renovar el género, la prosa altamente adictiva de La broma infinita cumple la estimulante misión de recordarnos lo mucho que la novela puede hacerle todavía al mundo sin necesidad de volverse servilmente mimética y plegarse así a los intereses comerciales de éste.

David Foster Wallace, falleció el 12 de septiembre del 2012, víctima de su adictiva depresión y usando el suicidio como epilogo a su Broma Infinita.

Fuente: sergiocarranza.wordpress.com
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