Masacre real y crueldad mental

 
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Entre la fantasía y la ejecución

Momentos antes de que ocurra una masacre, como la que tuvo lugar en la fecha, el consumo virtual de la violencia se encuentra en su apogeo en las mentes de quienes ofertan y adquieren productos de múltiples, sofisticadas y artísticas formas. Hasta que alguien decide y decreta en su mente que va a pasar de la fantasía a la ejecución de la violencia. Y lo hace con la precisión del formato virtual original. En sentido estricto, la presentación virtual de la película que orientó la masacre de referencia, como en otros casos la existencia de videos y novelas, se comportan como verdaderos mapas que han de guiar en algún sujeto el acierto de la ejecución.
Hasta ese momento todos descubren, ante episodios de estupor y confusión colectiva, que alguien hizo realidad lo que sólo existía en la fantasía. Se trató de alguien que tuvo la ocurrencia siniestra, sea con uso de la razón o sin ella, de traspasar la línea fronteriza que hasta ese momento a nadie se le había ocurrido intentar. Esto nos lleva a una reflexión que plantearemos como una hipótesis en cierto modo alocada, a fin de no desentonar con la locura del protagonista de la fecha.
En primer lugar, antes de la ejecución, o quizás muchísimo antes de la misma, la mente del protagonista construía, albergaba o consumía imágenes mentales que, si bien no relacionadas directamente con la intención posterior de ejecutar una masacre, al menos aparecían como contenidos atractivos y de deleite y/o diversión o pasatiempo. Y en tal sentido, si bien quedó en soledad al transformarse en ejecutor de aquella fantasía, no lo estuvo con quienes antes de la tragedia degustaban y acariciaban con placer morboso la violencia ofrecida en el mundo virtual. Así, este transgresor estuvo asociado, también virtualmente, con muchos espectadores en el disfrute de las múltiples y variadas violencias virtuales. Y se sintió muy acompañado, salvando, por supuesto, las condiciones, los gustos individuales y la idiosincrasia de cada uno.
Esta etapa previa, en la que nuestro protagonista del hecho real no está solo, es una etapa que le compete estricta y rigurosamente a la educación en sus variadas modalidades, sin excluir a la familia y escuela. La etapa de ejecución, en cambio, es una etapa policial. En ambas etapas se utilizan armas muy potentes. En la primera, la inteligencia y el conocimiento; en la segunda, la dureza del metal. Por eso, aquélla es preventiva y ésta coercitiva. De allí que las sociedades que en el futuro puedan ver en la educación el instrumento de su desarrollo y evolución, estarán eliminando, o retrasando al menos, los emergentes relacionados con hechos policiales.
Una sociedad que pueda colocar la formación y el desarrollo humano en el centro de su dinámica cultural, debe cuidar la mente de sus ciudadanos y prever la salud psíquica y emocional de sus jóvenes. Con ello evitará que los individuos se conviertan en fieles seguidores y en consumidores pasivos y acríticos de las imágenes de violencia de ese mundo virtual. El sujeto, debilitado por una inercia que le impide pensar y reflexionar, no advierte que la confusión entre la fantasía y la realidad, además del vacío, la soledad y la ignorancia de sí mismo, lo pueden conducir a las formas lamentables y siniestras de la crueldad y alevosía.
Aprender a dominar y manejar las imágenes mentales, tanto propias como las inducidas por la industria del entretenimiento, y adquirir la capacidad para pensar y reflexionar sobre el contenido de las mismas, constituyen recursos sólidos para que las expresiones instintivas del ser humano sean modeladas en la virtud y en los valores, como condición para ser asumidas como instrumentos genuinos de elevación y superación personal y de convivencia social.


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