Las paradojas de una educación sin nivel

 
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EL PILAR SISTÉMICO DE LA CALIDAD EDUCATIVA

El informe McKinsey (2007) relacionado a cómo hicieron los sistemas educativos con mejor desempeño del mundo para lograr sus objetivos, determinó que en aquellos países que se propusieron un cambio en la calidad pedagógica lo lograron en un corto tiempo a través de docentes formados desde nuevos paradigmas y modelos de aprendizaje. Los sistemas que pudieron mejorar su calidad educativa fijaron como meta prioritaria hacer que la gente talentosa se interese por la docencia y, al mismo tiempo, desarrollar a los docentes para mejorar sus prácticas a fin de jerarquizar su función y generar un impacto formativo de calidad.

Más allá de los enfoques diferenciadores en cuanto a las políticas de gestión y administración de la educación, los países interesados en mejorar la calidad de su educación apuntaron al pilar sistémico sin el cual no sería posible promover cambios en la mejora de la calidad educativa. Ese pilar sistémico está constituido por la formación y el desarrollo profesional del docente, desde un proceso que se inicia confiriendo un nuevo status a la profesión de enseñar. Mas ello sólo será posible en la medida que la sociedad, la misma comunidad educativa y los órganos de conducción política adviertan el valor y el impacto social de un proceso de profesionalización y de mejora integral de la tarea docente.

La calidad de la tarea docente emerge y depende de la calidad académica de las mismas instituciones encargadas de formarlos. En nuestro país son los institutos de formación docente los órganos ejecutores de la formación de los futuros educadores en los diversos niveles y modalidades del sistema. En líneas generales, dichos institutos presentan serias dificultades para responder a los criterios y principios de una educación superior. Si bien son instituciones terciarias, el nivel académico muchas veces es deficiente por la vigencia de una cultura fuertemente secundaria, tal como puede observarse en directivos afectados por una burocracia que afecta e impide una gestión de calidad. Es lo que desde hace mucho tiempo se viene denominando como un proceso de secundarización de los institutos de nivel terciario y que no deja de ser una seria advertencia que, hasta la fecha, no ha podido ser resuelta de manera satisfactoria y eficaz.

Lamentablemente, las excepciones son muy pocas, pero merece destacar el esfuerzo y el nivel de calidad que ofrecen aquellos institutos que han tomado la búsqueda de la mejora académica de manera rigurosa y profesional. Pues la gestión institucional, en tales casos, ha sabido responder con criterios que tienen en cuenta que la formación docente requiere y debe estar sustentada en enfoques innovadores y en una metodología que ponga el acento en los procesos del pensamiento y en la mejora de los modelos mentales de los docentes.

Sin soslayar las urgencias relacionadas con la aplicación de principios de equidad y de jerarquización de la tarea de cada docente, se hace necesario encarar el cambio de paradigmas que inciden y afectan negativamente los procesos de enseñar y aprender. Por eso, la metodología de aprendizaje implementada por las instituciones de formación docente deberían superar cuanto antes la obsolescencia de un modelo reduccionista que centra el proceso de aprendizaje en una visión estática y de contenidos inamovibles.

De esta manera, las instituciones formadoras se constituirían en verdaderas usinas de un pensamiento pedagógico dinámico que renueve la función socialmente jerarquizante de la tarea áulica. Pues la habilitación de docentes de precaria formación constituye una suerte de rutina administrativa que esconde las falacias que, a lo largo del tiempo, afectará la dignidad personal de quien enseña y de quienes aprenden.



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