El camino de la vida

 
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Hay seres realmente buenos, de esos que llevan el corazón en su boca y el alma en sus manos; don Julio y doña Rosita están, indudablemente, entre ellos. Sesenta y cinco años de casados, cuatro hijos, seis nietos y cinco bisnietos con el testimonio de un amor que jamás tuvo una interrupción o tan solo un paréntesis en la vida. Con la humildad propia de quienes llegan a la ciudad a tratar de ganarse un espacio en la existencia empiezan a tejer lazos de afecto y solidaridad entre los suyos, poco importó que a lo largo de esa lucha muchas veces el pan se hiciera escaso en la mesa o la adversidad tocara las puertas de su casa. Para ellos lo único importante era su familia, sus hijos, su sangre que miraban retozar en la pequeña pero acogedora sala de su casa.

El camino de la vida

El amor de doña Rosita y don Julio siempre fue motivo de admiración. Juntos en las buenas y en las malas, en la abundancia y en la escasez, en la pobreza y en la riqueza, en el dolor y la alegría. Nunca desfallecieron en su lucha ante la adversidad pues su faro, su motivo de iniciar cada día con la esperanza de ganar la batalla, se fincaba en la presencia de sus hijos a quienes les brindaron lo mejor dentro de sus posibilidades. A todos nos admiraba esa capacidad de entrega, esa resolución de afrontar cada batalla con el optimismo de quienes ya se saben vencedores, quizá esa fortaleza la encontraron en ese amor infinito por los suyos y en esa mirada fija en el Dios que forjó sus destino.

Don Julio y doña Rosita aún viven entre nosotros, aún queriéndose y haciendo de los días un verdadero milagro. Viven rodeados del cariño y el amor de cada uno de sus seres queridos pues encontraron en su sencillez la formula correcta para repartir afectos sin desequilibrar la balanza ni generar malestar entre los suyos. Cada día lo dedicaron a hacer de su familia un verdadero y digno encuentro con la fe y la esperanza.

Recordamos a don Julio y doña Rosa enhebrando agujas para zurcir y espantar el hambre de entre los suyos; trabajando incansablemente en barrios y veredas para incrementar la fe de los sencillos y desamparados; organizando las festividades navideñas que se engalanaban con su sola presencia mientras los niños abrazaban fervientemente su fe; riendo y llorando con sus hijos y sus nietos cuando el infortunio asechaba sus sueños. Para ellos existirá siempre la gratitud, siempre supieron distinguir el amor de la caridad pues mientras llevaban sonrisas y tranquilidad a otros hogares, jamás descuidaron a los suyos y, por el contrario, siempre los llevaron en el altar de su corazón.

Que grato es decir y pronunciar “don Julio y doña Rosa”, nombres que se nos vienen a la mente y se nos pintan en el corazón cada vez que la vida parece derrotarnos, cuando la adversidad y el dolor parecen agobiarnos, para encontrar el faro que ilumina el sendero que nos lleva a nuevas batallas y conquistas. Don Julio y doña Rosa nos enseñaron, quizá sin proponérselo, pero siempre con su ejemplo y sus acciones, que la familia es ese nicho sagrado que nunca se debe descuidar, que es ella la condición única del amor y la reconciliación, que es en ella donde se puede mirar de frente a la vida sin sentir rubor alguno, ni tener vergüenza por lo dejado de hacer por cada uno de ellos.

Si el cielo se gana por lo hecho en la familia, ellos ya tienen ganado un espacio en él; su modestia y sencillez no les impidió entender o comprender que la mayor sabiduría es luchar por los suyos, buscando siempre la unión y el cariño, entregando al más débil el mismo afecto y protección que al que alcanzó las cumbres. Su visión de la vida nos permitió a sus amigos y familiares entender en plenitud el verdadero sentido del amor. Grato fue y es compartir con ellos momentos inolvidables de alegrías, de risas, de juegos que siempre nos sonarán a felicidad en nuestros recuerdos.

Gracias don Julio y doña Rosa por enseñarnos esos secretos esenciales de la vida, por haber tocado con sus días nuestras existencias. Para seres como ustedes el olvido no existe. Y si el triunfo de los días se midiera por el amor y los agradecimientos, ustedes son, sin duda alguna, merecedores de todo el cariño que pueda brotar de un corazón pues entregaron todo sin engaños ni mentiras, dieron todo sin envidias ni egoísmos, brindaron a cada uno de sus hijos, sus nietos, sus bisnietos y familiares la proporción justa en la medida exacta. Reciban don Julio y doña Rosita un simple y emotivo gracias por todo lo brindado, y recojan de cada uno de ellos la sonrisa y la gratitud de quienes encontraron en su presencia y en su generosidad la posibilidad de un nuevo amanecer en sus días.
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