Un cuento de David José Márquez Bolaños

 
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ESTAMOS MUY ZOMBIES Y NO QUEDAN CEREBROS PARA ALIMENTARNOS

Siempre he lavado la ropa en la terraza, tal vez porque siento el cielo más cerca, tan azul con sus nubes blancas, tal vez porque puedo aprovechar el tenue sol. Aunque la ropa queda manchada, nunca aprendí a lavarla, ni a contar historias según la opinión de Margot. Eso no me consta, para mí, soy buen narrador.

- !Ismael¡ - Me grita Arthur desde el sótano, bajo las escaleras que son circulares como una serpiente abrazando las ramas de un árbol. - ¿Qué demonios son todos estos escritos?- Pregunta Arthur recostado en un diván descompuesto por el tiempo, mientras lee uno en voz alta –“La ventana abierta deja entrar una lluvia de estrellas, soy un murciélago en el mar de un sótano bajo el sol de otra galaxia, besando la desnudez de Alejandra…”-
Arthur suelta las hojas dejándolas caer y me dice – Qué ridiculeces, estás frito de neuronas. Vamos a dar una vuelta en tu auto.- Yo me quedo estático, impresionado por su falta de tacto, como si mis palabras escritas no lo sacudieran y respondo –Prefiero caminar-
-¿Qué? ¿Dónde guardas tantas estupideces? Si quieres chicas necesitas gasolina –
-Ya sabes lo difícil que es conseguirla, pero si quieres usar mi auto, sabes dónde están las llaves y las veinticinco cuadras que tienes que caminar hasta la estación- Le sugiero, intentando desanimarlo. – ¡Ah, que perdedores! sin dinero un viernes. –Se queja Arthur, y apresurado enciende la televisión y el video juego " Guerreros y Guerras." Yo me quedo organizando los diarios y el rebujo que ocasiono en mi baúl mientras él juega. Leo uno al azar, es un diario de hace dos años y dice “(…)compraré una lavadora este mes (…)" Adelanto las páginas y leo y releo “Me gasté el dinero de la lavadora girando de la ebriedad por la ciudad con chicas (ya no es tan divertido) seguiré lavando a mano.” Me detengo y contemplo mis manos, es fácil deducir que nunca he trabajado forzosamente, pienso que estoy malgastando mi vitalidad. Arthur interrumpe mi lectura -¡Ey, llamó Alejandra, pronto estará aquí¡ - Gritando como es su costumbre. ¿Por qué no llamó a mi celular? Pensé, seguro pretendía sorprenderme y Arthur lo echo a perder, al igual que Mauricio cuando impidió que alcanzara el nirvana quitándome la pistola de la sien.

En ese instante aparece Alejandra en la camioneta que heredó ¡Qué afortunada! Ninguno de nuestros padres logró aquella hazaña, ella estaba ansiosa por un DVD con plasma y unos megaparlantes que logró comprar con el poco dinero que rescató de una caja fuerte en su casa antes de ser allanada y todos sus habitantes desaparecidos. Arthur sube y cierra la puerta, yo entro como si me empujaran, sinceramente no deseaba salir de casa, el día se estaba nublando y la ropa se podía mojar. Alejandra me saluda con un beso salado por sus lágrimas, habló tartamudeando, me dijo que Mauricio había sido herido y desde el hospital estaban llamando porque Eugenia se encontraba muy grave. Empecé a presentir como se desmoronaban nuestros rascacielos.
¿Si sabes lo que Ismael escribe en sus diarios de ti?- Pregunta el gordo de Arthur con malicia a Alejandra.
-Eres un entrometido- Le grito, siento ganas de que se quede afuera, empiezo a no tolerar sus imprudencias.
-¿Qué escribe? - Cuestiona ella como si no fuese trascendental.
-Cosas muy eróticas- Revela Arthur.
- ¡Cállate ya o te quedas aquí fregado¡- Le grito amenazándolo.
- ¡No! Lo necesitamos - Indica Alejandra.
-¿Qué demonios sucede?- Le indago, mirándola fijamente. Ella conduce absorta hacia el horizonte, luego gira a la izquierda y toma un atajo peligroso puesto que es un túnel repleto de indigentes.
-¡Vamos a atropellar desechables! – sugiere Arthur eufórico.
-¡Sigues con tus maricadas cerdo sin escrúpulos y te bajas en este túnel! - le increpo como una advertencia.
Alejandra sigue llorando y tristemente suplica –Por favor déjense de jodas.-
Por fin Arthur se resigna y sólo mira videos de música en la pantalla del DVD.
Empiezo a sentirme muy distraído, no sé dónde estamos, ni lo que sucede, siento mucha ansiedad contagiándome del temor de Alejandra.

Parqueamos en un lugar oscuro, cerca de urgencias del hospital central, nos bajamos rápidamente. Alejandra solicita información sobre Mauricio y, un médico embadurnado de sangre le contesta que necesita urgente una donación de O negativo, ella agarra a Arthur y se lo presenta al médico diciendo- Son del mismo tipo, O negativo-
-Bien, perfecto - Responde.
- ¿Y Eugenia cómo está ella?– le demanda Alejandra.
-Lo siento- afirma sin ninguna emoción.
Agarró al médico – ¿cómo qué lo siento? – le digo reclamándole.
- Murió- responde en seco y me da la espalda llevándose a Arthur.
Alejandra se sienta y no logra captar lo que ocurre, por mi parte prefiero guardar silencio y, recuerdo a Eugenia en el río sonriendo pero ya era tarde porque el mismo se la había llevado ojalá hasta el mar. Me interrogaba sobre Dios, el libre albedrío o todo estaba fríamente calculado. Abracé a Alejandra pensando que sufrir en compañía es menos doloroso y en lo contradictoria que es la vida, cómo anhelo la muerte y mis amigos que la temen y aman la vida mueren, no quiere decir que no ame sino que veo a la muerte como a una mujer hermosa parecida a Bertha Isabel, como una indemnización a tanto sufrimiento.

Después de tres días lograron despertar a Mauricio de un coma profundo lo cual ánimo a todos los conocidos, no me he atrevido a visitarlo, sólo escribo el diario.
Los días han sido tormentosos, Alejandra no se recupera de la muerte de Eugenia, Arthur no se le despega a Mauricio o viceversa, es un pacto con sangre, parecen unos siameses.

Extraña e inesperada llega la visita de Bertha Isabel invitándome a caminar por el parque. Me visto con la ropa húmeda, respiro profundo y me abandono a sus antojos; platicamos sobre el infierno, ella opina que no existe, que es imposible imaginarse la escena espantosa de una tortura continua sin parar, día tras día y hora tras hora incinerándose (es precisamente lo que siento) sin embargo, a su lado es como un refrigerador, ya no sé si es la brisa o la ropa húmeda, pienso que además de una lavadora, necesito una secadora y cambio la temática y le cuento - he escrito sobre lo que ocurre, he discernido unos códigos, tratando de crear un metalenguaje en una historia que camufla otra historia - Ella no comprende pero me presta atención y en sus ojos descubro cierta curiosidad como si quisiera desenredar este desorden contradictorio en el que estoy imbuido. De repente se nos amanece, acostados en el césped disfrutamos la aurora boreal, ella se marcha comentándome – Raúl anda muy celoso, no sé explicarlo, su posición en la resistencia lo ha tornado insensible, anda matando a diestra y siniestra –Se queda pensativa y resignada, invadida de rencor, como si hubiese cometido un error irreparable y agrega - Me voy, lo mejor es que te marches por un tiempo con Alejandra, ya me despedí de Arthur y Mauricio, algunos decidieron trasladarse al norte –
-¿A dónde crees que deba ir?- Le pregunto con la intención de que me invite.
-A cualquier lugar, lejos de mí- Y se va sin despedirse. Me devuelvo a casa y arreglo una maleta guardando los diarios.

Pienso que lo de Eugenia y Mauricio fue un mínimo augurio de lo que acontecerá, sostengo la idea de que algún día podré despedirme de Bertha o que Raúl me haga el favor y me diga “ a-Dios “.
Después de una pequeña siesta, llamo a Alejandra y contesta diciéndome que está ocupada por Internet, que las cosas empeoran – Lo sé – le digo y agrego – debemos esfumarnos, Bertha ya ha emprendido la fuga. –
-¡Nunca y tirar todo a la puta mierda¡ – Responde azarada.
-Ya ni sé- Contesto, imaginando que Alejandra también busca una excusa para morir, que deseamos construir un mito, una leyenda, cualquier cuento con tal de dejar testimonio, pero el final siempre es el mismo: ausencia… Antes de colgar le expreso mi compromiso y ella me dice – Recogeré a Margot, a Mauricio, a Arthur y luego a ti, esta vez vamos por todo o nada - sentencia Alejandra.

Estamos comprimidos en la camioneta, Margot rompe el silencio sepulcral – ¿Están listos?- Todos contestan afirmativamente gritando “¡Victoria!”. Por mi parte prefiero guardar silencio. Saco mi lata de grafitear y ellos se ríen sobre todo Arthur que me ridiculiza diciendo – inútil, vamos con armas reales, no con frasecitas de cajón –
- ¡Fácil apretar el gatillo, pararse y retar con granadas para salir corriendo de los ojos del cazador pero qué difícil es abrazar a alguien sinceramente y olvidar este absurdo, creen que con sangre cambiaremos en algo el destino! – Les digo a todos.
- ¡Para la camioneta!- Ordena Margot furiosa, añadiendo con vehemencia - Sin sangre tampoco, bájate y sigue tus caminos sin destino, seguro que la muerte aceptara tú abrazo y olvido, nosotros tenemos una guerra por la vida y la memoria.-
Alejandra y Mauricio me observan como si fuese la última vez que nos cruzáramos miradas y Arthur me insulta – ¡Eres tan idiota pedazo de escoria!-

Ahora estoy solo deambulando por el asfalto, perdido en mis pensamientos, una moto sin luces se dirige hacia mí, me siento tan desconcertado por lo ocurrido que no le doy importancia a la luz que de repente me enceguece, nunca pensé que la balanza se fuera radicalmente a un extremo tan absurdo desde mi perspectiva. -¿Qué haces por aquí exponiéndote a la muerte?- Con la voz ronca inconfundible de Raúl. No tengo miedo y camino hacia su encuentro preguntando -¿Me amenazas?-
- No, aun te considero mi compañero y amigo- Me dice mientras suelta una mano del manubrio para tocar mi hombro.
-Pensé, que tú me querías bajo tierra- Le digo, tratando de penetrar sus gafas oscuras con mi mirada.
-Crees que no te conozco Ismael, tú eres diferente a nosotros que sólo tenemos sed de venganza y por eso te aprecio- Me entrega una dirección y agrega -Dirígete aquel lugar, allá esta Bertha con los refugiados, la he convencido de que se marche contigo- ¿Estás seguro de lo que dices?-Le pregunto incrédulo porque nunca pensé que Raúl aprobara mis cercanías a Bertha.
- Cuídala y no dejes de escribir tu diario, es lo único que quedara de nosotros.- Arrancando veloz, dejando una estela de polvo que me invisibiliza.

Me detengo frente a un muro que grita: haz que las paredes hablen y oigan tus frases, saco una lata de color violeta metalizado y escribo “¿Grunge qué es la vida?” Mis manos han quedado manchadas y las restriego en mi camisa intentando limpiarlas. Unos reflectores azules dibujan mi sombra en el muro, arranco a lo máximo que dan mis piernas, cruzando y descruzando calles, la luz azul se pierde, he corrido aproximadamente una hora sin parar, me acerco al lugar de destino, suenan las alarmas de nuestro bando, lo que indica que los refugiados están en riesgo, suenan explosiones, corro, corro y siento, siento dardos como abejas punzándome la espalda, no puedo creer lo que veo, hay demasiados heridos y los van arrojando a una camioneta, las pestañas me pesan y alcanzo a abrazar a Bertha que ha corrido de repente hacia mí, ella me aprieta contra su cuerpo susurrándome al oído – Nos veremos pronto, estaremos bien- Estoy inundado de un espeso flujo que tiñe mi pantalón sin poder detener el manantial rojo –háblame, háblame que tu voz me encanta- Le digo interrumpido por la sangre que escupo por la boca. Ella no deja de susurrar en mi oído palabras que no entiendo por el caos que reina y sus lágrimas se funden con mi sangre, gotas que tocan esa dura puerta mientras Morfeo me noquea – ¡Estoy aquí y ahora¡- Le contesto, resistiéndome a dejar de respirar y agrego con mis últimas fuerzas- Que hablen de mí, así sea mal pero que hablen, el odio cansa, enferma e incluso puede enloquecer al que lo padece. Soy un antisocial y perdono a Dios aunque suene ilógico, a la vida en sí misma con sus penurias, por ser como soy, perdonarme.- Bertha Isabel me es arrebatada por un oficial y todo se desvanece.


David José Márquez Bolaños
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