Las personas más inteligentes y su curiosa relación con la depresión

 
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Ser inteligentes no siempre significa ser afortunados en la vida. A veces, la inteligencia se relaciona con aspectos negativos como la depresión.

Las personas más inteligentes y su curiosa relación con la depresión

Las personas más inteligentes no son siempre las que toman las mejores decisiones. Un elevado coeficiente intelectual tampoco es garantía de éxito ni certeza de felicidad. En muchos casos, estos perfiles son quienes más quedan atrapados en el nudo de sus preocupaciones, en el abismo de la angustia existencial y en esa desesperanza que consume las reservas del optimismo.

Existe una tendencia popular a ver a todos estos genios del arte, las matemáticas o la ciencia como criaturas taciturnas, como personas algo peculiares y muy apegadas a sus rarezas. Ahí tenemos, por ejemplo, a Hemingway, a Emily Dickinson, Virgina Woolf, a Edgar Allan Poe o al propio Amadeus Mozart… Mentes geniales, creativas y excepcionales que llevaron su angustia hasta el borde del precipicio que anunciaba la tragedia.

Sin embargo, ¿qué hay de real en todo esto? ¿Hay una asociación directa entre un elevado CI y la depresión? Bien, cabe señalar en primer lugar que una elevada inteligencia no contribuye necesariamente al desarrollo de algún tipo de trastorno mental.

Existe eso sí, un riesgo y una predisposición a la preocupación excesiva, a la auto-crítica y percibir la realidad de un modo muy sesgado, tendente a la negatividad. Factores todos ellos que conforman en muchos casos las manos necesarias para dar forma a la depresión. Ahora bien, cabe decir que hay excepciones, claro está. En nuestra sociedad tenemos personas brillantes que sacan partido de todo su potencial invirtiendo no solo en su propia calidad de vida, sino en la propia sociedad.

Sin embargo, son muchos los trabajos, análisis y libros que nos revelan esa singular tendencia. Sobre todo entre las personas que cuentan con un CI de más de 170 puntos.

La personalidad de las personas más inteligentes

“The creative brain” es un libro muy útil para entender cómo funciona la mente y le cerebro de las personas más inteligentes y creativas. En él, la neuróloga Nancy Andreasen realiza un meticuloso estudio con el que demuestra que existe una tendencia bastante significativa de los genios de nuestra sociedad para desarrollar diferentes trastornos: trastornos bipolares, depresiones, crisis de ansiedad y trastornos del pánico especialmente.

El propio Aristóteles ya reveló en su momento que la inteligencia caminaba de la mano de la melancolía. Genios como Sir Isaac Newton, Arthur Schopenhauer o Charles Darwin sufrieron épocas de neurosis y psicosis. Virginia Woolf, Ernest Hemingway o Vincent Van Gogh dieron el paso temible de acabar con su propia vida.

Todas ellas son figuras conocidas, sin embargo, en nuestra sociedad siempre han existido genios silenciosos, incomprendidos y solitarios que han habitado en sus propios universos personales profundamente desconectados de una realidad que se les antoja demasiado caótica, vacía de sentido y decepcionante.

Sigmund Freud estudió junto a su hija Anna Freud el desarrollo de un grupo de niños con un CI superior a 130. En su estudio descubrió que casi el 6o% de ellos acabó desarrollando un trastorno de depresión mayor.

Asimismo, también son célebres los trabajos de Lewis Terman, pionero en psicología educativa de principios del siglo XX. Fue en los años 60 cuando inició un largo estudio con niños con altas capacidades, pequeños que superaban un CI de 170 puntos y que participaron en uno de los experimentos más famosos de la historia de la psicología. A estos niños los llamaron los “termitas” y no fue hasta entrados los 90 cuando empezaron a sacar algunas conclusiones importantes.

La inteligencia: una carga muy pesada

Los “termitas”, los niños de Lewis Terman convertidos ya hoy en adultos de edad avanzada afirman que una elevada inteligencia se relaciona con una menor satisfacción vital. A pesar de que muchos de ellos alcanzaron la fama y una posición relevante en la sociedad, una buena parte intentó suicidarse en más de una ocasión o cayó en conductas adictivas, como el alcoholismo.

Otro aspecto significativo que declaró este grupo de personas y que puede verse también en quienes presentan unas elevadas capacidades intelectuales es que son muy sensibles ante los problemas del mundo. No solo se preocupan por la presencia de las desigualdades, el hambre o las guerras. Las personas muy inteligentes se sienten contrariados ante los comportamientos egoístas, irracionales o faltos de lógica.

El lastre emocional y los puntos ciegos en las personas muy inteligentes

Los expertos nos dicen que las personas muy inteligentes padecen en ocasiones lo que podría denominarse como un trastorno disociador de la personalidad. Es decir, ven sus propias vidas desde arriba, como el narrador que usa una voz en tercera persona para ver su realidad con meticulosa objetividad pero sin sentirse plenamente partícipe de ella.

Este enfoque hace que presenten a menudo “puntos ciegos”, un concepto que tiene mucho que ver con la Inteligencia Emocional y que Daniel Goleman desarrolló en un interesante libro con el mismo título. Son autoengaños, fallos graves en nuestra percepción a la hora de elegir en qué fijarnos y en qué obviar para no responsabilizarnos.

Así, lo que hacen a menudo las personas muy inteligentes es enfocarse en exclusiva en las carencias de su entorno, en esa humanidad desafinada, en ese mundo extraño y egoísta por naturaleza donde le es imposible encajar. Carecen muchas veces de adecuadas habilidades emocionales para relativizar, para encajar mejor, para hallar la calma entre toda esa selva exterior y esa disparidad que tanto les confunde.

Asimismo, algo que sin duda podemos deducir de las personas muy inteligentes es que a menudo, sufren serias carencias en ese otro tipo de materia, la emocional. Ello nos lleva a su vez a otra conclusión: al siempre sobrevalorado coeficiente intelectual se le debería añadir otro factor más a la hora de elaborar las pruebas psicométricas.

Hablamos de la “sabiduría”, de ese conocimiento vital para desarrollar una auténtica satisfacción cotidiana, para dar forma a un buen autoconcepto, una buena autoestima y a esas habilidades idóneas para invertir en convivencia y en la construcción de una felicidad real, sencilla pero tangible.

Fuente: lamenteesmaravillosa.com
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