Relato del asesinato a sus propios padres (caso Schoklender)

 
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El viernes 29, el matrimonio, Sergio y Valeria cenan juntos en un restaurante de la costanera. Esperan la medianoche para brindar por el cumpleaños 23 del hijo mayor.

Relato del asesinato a sus propios padres (caso Schoklender)

Mientras el resto de la familia cenaba en la Costanera, Pablo, en ese entonces de 20 años, volvió al departamento de la calle 3 de Febrero y al oír que regresaban se escondió en el placar del dormitorio de su hermano. Aproximadamente a las 3 de la madrugada de ese sábado 30 de mayo, Pablo Schoklender despertó a su hermano, yéndose ambos a cavilar al living. A esas cavilaciones les puso fin Pablo cuando al notar que su madre se había levantado y se dirigía hacia donde ellos estaban, se escondió y aprovechando que estaba de espaldas, le destroza la cabeza con una barra de acero de 30 cm. de largo y 3 cm. de diámetro, de las utilizadas para hacer pesas. El primer golpe se lo asesta en el lado derecho de la cabeza, haciéndola caer de bruces (en la posterior autopsia hallarían una concentración de 1,66 de alcohol en sangre en el cuerpo de Cristina). Habría sido Sergio quien luego le descargó dos golpes más, en la parte posterior del cuello, cerca de la nuca. Luego buscó una camisa azul suya que estaba para lavar con la que le apretó el cuello, para estrangularla. Aún estaba viva. Pablo buscó una sábana con la que la envolvieron como si fuera una mortaja y le puso una bolsa plástica para residuos en la cabeza. Con trapos limpiaron la sangre que manchaba el piso de parquet. Durante las siguientes dos horas los hermanos deliberaron que hacer con su padre, decidiendo matarlo también. Los dos fueron hasta la habitación donde dormía, Sergio llevaba la barra de acero y Pablo tenía una cuerda náutica. Mauricio estaba sobre el costado derecho de la cama. Con fuertes golpes le destrozan casi todos los huesos del cráneo. Sergio le pidió la cuerda a Pablo y la pasó por el cuello de su papá. Hizo un torniquete con la barra y la iba retorciendo. Al rato lo envolvieron con la sábana de abajo, la que cubría el colchón y hasta le dejaron la almohada. Le pusieron la bolsa plástica en la cabeza. Eran las 5 de la mañana.

En el garaje del subsuelo del edificio había dos autos de la familia, ambos Dodge Polara, uno de ellos, un Coronado (chapa patente C726713) color ladrillo y techo vinílico, un automóvil de altísimo lujo para la época. Pablo bajó primero con las llaves del Coronado y le mandó el ascensor a su hermano. Sergio bajó con el cuerpo de su mamá en brazos y lo puso en el baúl del Coronado. Entre ambos bajaron el cadáver del padre y lo pusieron también en el baúl. Subieron al departamento, limpiaron las manchas de sangre del living y el dormitorio y tomaron las prendas manchadas con sangre y la ropa que sus padre solían usar cuando salían de viaje. Toda la ropa, la limpia y la ensangrentada, la pusieron en un bolso marrón y bajaron por el ascensor. Pablo desciende en planta baja para esperar a su hermano en la puerta del edificio. Sergio sigue hasta el garaje. Cuando llega, se encuentra al encargado, Isas J. Tejada, dispuesto a lavar el auto, por orden del ingeniero. Le dijo que no lo hiciera, pues él saldría en ese momento y cargando el bolso arrancó. Pablo esperaba en planta baja y ambos tomaron rumbo hacia Barrio Norte. La presencia de algunos policías los asustó. Pablo bajó del auto en Las Heras y Pueyrredón y Sergio siguió conduciendo hasta la Avenida Coronel Díaz 2459 en el barrio porteño de Recoleta.,donde lo dejó estacionado con su macabra carga, con la intención, según declaró ante la policía la entonces novia de Pablo, de regresar luego para deshacerse del vehículo y los cadáveres.

Durante la mañana del domingo 31, unos niños que jugaban en la vereda de la calle Coronel Díaz, entre Pacheco de Melo y Peña, advirtieron que de un automóvil Dodge manaba un hilo de sangre proveniente del baúl. Asustados, comunicaron el hecho a sus padres, quienes llamaron a la policía. Un rato después, otro vecino, que no se identificó, repitió el llamado a la comisaría 21ª. Eran las 11 de la mañana.

Alrededor de las 17, se hicieron presentes los efectivos de seguridad, quienes confirmaron que del coche había manado sangre. Lo primero que hicieron los funcionarios policiales fue tender un hermético cerco en torno del vehículo, impidiendo así acercarse inclusive a los reporteros gráficos. Al lugar convergieron también tres grúas y dos camiones de bomberos. Uno de los oficiales que participó en el procedimiento negó todo tipo de información a la prensa, derivando el caso al Departamento Central de Policía. Sin embargo, algunos vecinos dijeron que, ante la imposibilidad de abrir el robusto baúl del auto, la policía debió recurrir a la brigada antiexplosivos, que a las 19 de ese día logró abrir la cerradura, empleando un detonante. Este dato no figura en la causa. Una vez abierto el baúl, con detonante o no, encontraron, según informes del Departamento Central de Policía otorgados a los medios de difusión, dos cadáveres correspondientes a un hombre y una mujer de 45 años, aproximadamente, ambos muertos por estrangulamiento.

Posteriormente, se amplió la información a la prensa: los cuerpos de la pareja vestían pijamas y estaban envueltos en una sábana blanca. Las cabezas, cubiertas por sendas toallas y luego por bolsas de polietileno de las usadas para residuos, presentaban golpes hechos con una barra de metal. Dicha barra estaba aún en el cuello del ingeniero Schoklender, y con ella y una soga se había efectuado un torniquete que le había provocado la muerte por asfixia o estrangulamiento. El cráneo del ingeniero Schoklender, especialmente, parecía casi destrozado.

Pablo Schoklender escribió un libro con su versión de la historia. En ella se plantea un cuadro familiar en el que los padres sometían a los hermanos a distintos tipos de abuso; el asesinato de la madre habría ocurrido como resultado de una pelea con sus hijos, y ante lo sucedido éstos habrían decidido asesinar al padre mientras dormía.

Fuente: es.wikipedia.org
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