Sombras nada más: una historia de dos demonios

 
Most recent

Miguel Sabido recibre premio de la Agrupación de Periodistas Teatrales.

Benjamin Bernal
12 points

Mujer maltratada, sola, olvidada ... pero los hilos de la maternidad hacen milagros

El diario de Enrique
8 points

Putin advierte, otra vez, sobre lo cerca que estamos de la tercera guerra mundial

NOTICIAS-ETF
10 points

La fuerza martirizante de un objeto que no es uno cualquiera

El diario de Enrique
14 points

Tecnologías destacadas de los cruceros Costa Smeralda

MaríaGeek
10 points

cCommerce: La nueva tendencia de venta para los eCommerce

Tecnologia
8 points

La mejor edad es la que tenemos ahora

El diario de Enrique
10 points

¿Qué tiene en cuenta el consumidor colombiano a la hora de comprar?

Juan C
16 points

Pure Storage ofrece nuevas capacidades de gestión de almacenamiento de autoservicio

Patricia Amaya Comunicaciones
14 points

Sophos se asocia con Tenable para lanzar el nuevo Servicio de Gestión de Riesgos Administrados

Prensa
20 points
SHARE
TWEET
Dos sombras ya pronto serán...

Sombras nada más: una historia de dos demonios

(Autor: Ricardo Carossino)
Lisa y llanamente, te vi. Por ahí me tendría que haber hecho el pelotudo y hacer como que no te conocía. Quien te dice, en una de esas zafábamos. Pero justo el sol se reflejó en el piercing que tenías en la nariz y me jodió los ojos –ojos de gallo tuerto tengo-.
Vos ibas con los oídos tapados de música –carita seria, como mufada, pasos rápidos como ansiosos, mirada esquiva como miedosa-. Ibas por Pueyrredón a la cinco de la tarde vestida como nadie se viste a esa hora en verano –de negro-. ¿Sentías el calor? Las mujeres como vos no sienten el calor. Sienten otras cosas, pero el calor no, ni el frío. Es más, en las tardes derrumbadas de niebla con luna precoz de cuatro de la tarde en pleno invierno, vos sos la que de verdad sos (lo sé).
Como todos los días, nos saludamos como extraños (apurados), discutimos como un viejo matrimonio que se ama (refunfuñando) y nos fuimos a encerrar en esa habitación que encontramos un día en el Once, junto a una tienda judía de telas. El Once, donde es imposible estar solo, pero la soledad te choca todo el tiempo en las angostas y rotas veredas.
Quizás –y sólo quizás-, si hubiésemos alquilado una zapie en Libertador y Juncal, esas dos sombras no hubiesen hecho lo que hicieron. Malditas sombras. Sombras hijas de puta, sombras de mierda.
Y nos fuimos a hacer lo que siempre hicimos mientras no había tanta oscuridad.
Vos te escondías detrás de una máscara de gestos a veces majestuosos y a veces cursis. Igual me gustaban todos, los de las mañanas de enero, los de las tardes de invierno y los de las noches de siempre, cuando nos tirábamos en la cama desnudos a jugar a sostenernos la mirada durante todo el tiempo que se pudiera sin reírnos, sin mover un músculo, sin tocarnos, sin hablar, esperando que el sol se fuera descolgando del cielo porque nunca se había caído hasta esa vez. Antes siempre había tardado en irse cuando estabas desnuda. Y el juego se terminaba ahí, cuando la luna reemplazaba al sol.
Dejábamos que las penumbras, los claros oscuros fueran llenando esa habitación desordenada, un poco sucia, con olores nuestros de carne desesperada. Le permitíamos a las sombras que avanzaran por las paredes, y luego por los pisos, que se subieran a la cama como gatos y nos cubrieran los cuerpos ansiosos uno del otro. Éramos un grosero y muy malo film noir. Vos sabés que nunca me molestó decirlo, aunque a vos no te gustara.
-Ahí vienen-, decías vos fingiendo –con una infinita ternura- poniendo cara de asombro preadolescente, y veíamos cómo se alargaban las sombras de los dos únicos muebles que teníamos.
Pocos muebles, pocas sombras. Como en la película esa de las empanadas de Luís Brandoni: “¿Sabés cuántas sombras tenían para jugar? Dos sombras. Dos sombras para dos personas. Qué miseria che, qué miseria”.
Y al fin, la sombra de la silla más rota me agarraba a mí y la sombra de la otra silla más nueva te agarraba a vos. Mesa nunca tuvimos. ¿Para qué?, si comer cada vez nos costaba más. Sentarse a la mesa, “a la final -como decía mi viejo-, terminó siendo cosa de ricos. Terminó”. De pibe me reía cuando el viejo repetía el verbo al final de la oración. Me creía un intelectual. Flor de pelotudo era, más vale. Ahora que pienso esa frase se me estremece la piel. Bah, ni siquiera sé si sigo teniendo piel: “Terminó”.
Pero decime la verdad, ¿cuánto hacía que los laburantes que viajamos en bondi a las seis de la mañana como ganado para soportar un jefe idiota con una amante más idiota, no comíamos en mesas?
Yo morfaba de dorapa, en la pizzería Don Pipón, ahí en Riobamba y Cangallo. Sí, ya sé que ahora se llama Perón, ¿te pensás que no me gusta que se llame así? Lo hago pa´joder, nada más. Ahí trabaja de mozo el Chungo, un correntino de pura cepa. Pobre Chungo. Yo trataba de hacerlo reír porque justo antes de que todo esto pasara, el pobre tenía a la mujer con cáncer, que terminó siento la enfermedad de moda, terminó.
Todo el mundo tiene un cáncer, como un celular. Ahí va la humanidad, con un Cáncer y un iPhone. Cáncer de útero y de mama las mujeres y cáncer de próstata y de pulmón los hombres. Otros tienen cáncer ideológico y otros cáncer consumista. Pero todos tienen alguno. El mío era el cáncer de whisky. ¿Qué no sé cuál era el tuyo?, sí que lo sé, pero no lo voy a decir. Ése cáncer queda entre vos y yo –y las dos sombras que nos agarraban los cuerpos desnudos cuando la luna y el sol se cruzaban, mientras uno salía del ocaso y la otra entraba-.
Ay esa luna. A la noche se nos metía en la cama y éramos tres, solo que ella nunca hablaba, nunca nos tocaba, sólo nos miraba con su redondo ojo voyeur que era esa luna inmensa y nueva. Y a veces entrecerraba la mirada un cuarto, y después se le inflaban los ojos a la guacha y era una luna llena de curiosidad por la manera en que mis dedos, como arañas, iban recorriendo tu piel blanca, transparente, hermética aunque traslúcida, piel arrogante, piel sin sombras, piel privada, piel que respiraba, que se agitaba, que sudaba, que pervertía. ¿Cómo no nos dimos cuenta que la luna nos iba a jugar una mala parada? Éramos perejiles.
Y cuando ya no sabíamos en qué hora estábamos existiendo, luego de comernos hasta que la panza llena de amor no nos dejaba levantgar de la cama porque estábamos mareados de tanto olor a nosotros como canábis de sexo, cerrábamos los ojos dejándonos llevar al territorio de los secretos que nunca nos contábamos aunque nos mirásemos por horas. Hay que cosas que se guardan en el inconsciente y se las tapa bien tapidas para que nadie las vea. El inconsciente es ese, “debajo de la alfombra che…”.
¡Pero cómo nos fuimos a equivocar! Como chambones, hubiera dicho mi viejo. Creímos que nadie iba a poder ver lo que nadie ve.
Y sí…las sombras todo lo ven, porque son sombras, porque no tienen cuerpo de gente ni alma de cristiano, porque se deslizan como serpientes oscuras, silenciosas, planas, en un mundo morboso de una sola dimensión, donde no hay alto, ni largo, ni ancho. Son como un grupo que hacen una tarea a escondidas. Pueden entrar por cualquier hendija y agarrarse a los cuerpos desnudos cuando llega la noche. Durante la madrugada creíamos que nos iban cobijar como sábanas de seda, pensábamos que esas sombras nos iban a proteger hasta que luz pedante, exagerada y vanidosa de la mañana nos cegara y nos obligara a matar, como todos los días, la esquiva esperanza de no ser más un esclavo.
¡Pará! Para que me río pa´no llorar. Ya somos un gotan. Me falta cantar: “Un hombre macho no debe llorar”. Las pelotas no debe llorar. Debe romperse los ojos de lágrimas y la garganta de gritos hasta que alguien lo vea o lo oiga pidiendo socorro.
Y aquel día, mejor dicho aquella madrugada, las sombras llegaron más rápido que nunca. Entraron a nuestra pobre y jugosa habitación del Once con prepotencia, como tirando abajo la puerta a patadas. El sol se fue tan rápido y la luna se apoderó tan pronto del día que nos sorprendió jugando como dos boludos.
Las mismas dos sombras de siempre, las que nos hicieron pensar en una amistad, o aún más, se hicieron íntimas –las dejamos hacerse íntimas-, se nos metieron, primero jugando en los cuerpos, después en la mente y por último, ya eran parte de nuestra vida lúdica.
Y esa noche, carajo, esa noche no fueron las mismas de siempre. Entraron por asalto a la habitación del Once, así, de prepo, como a los gritos, y se desplazaron en su dimensión diminuta y secreta por las paredes y enseguida por los pisos y abandonaron nuestras dos sillas con urgencia y subieron a la cama y nos chuparon sin darnos ninguna explicación.
Ya no eran dos sombras, sino dos demonios asquerosos que venían a instalarse para quedarse. Sombras hijas de puta. Sombras de mierda. Sombras traidoras. Sombras que oscurecieron para siempre hasta nuestra noche de luna. Porque después, ni siquiera hubo sombras. Todo se lo chuparon. Fue una oscuridad total.
Y ahora, vos y yo, "Fuimos", así como se llama ese tango. Ya somos estas dos sombras nada más, reptando por las paredes y los pisos en rincones oscuros y mohosos, oyendo ruidos de gente a lo lejos. Algunos ríen, otros gritan, otros lloran, otros simplemente hablan y otros pasan apurados de vez en cuando.
No sabemos dónde estamos y nadie nos encuentra porque no hay luz para que aparezcamos de nuevo, ya sea como sombras, ya sea como cuerpos.




SHARE
TWEET
To comment you must log in with your account or sign up!
Featured content