Aprendiendo a soltar bananos o la lección del simio

 
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Uno de los anhelos más grandes de los hombres es alcanzar la felicidad, entendiéndose ésta como la armonía entre el pensar, el decir y el actuar. Se dice que únicamente es feliz aquel que se apega a estos tres condicionantes. Y puede que sea una realidad o una verdad, pero difícilmente se puede encontrar un ser que haga válidos en su vida dichos principios. Los hombres pensamos una cosa, decimos otra y hacemos una completamente ajena, no existe coherencia y, en consecuencia, nuestros propios pensamientos terminan siendo enemigos de nuestra propia felicidad.

Aprendiendo a soltar  bananos o la lección del simio

Todos perseguimos algo en la vida y necio sería quien niegue andar tras la felicidad. Pero en eso nos parecemos a los simios que por procurársela se someten a una muerte lenta pero segura, vivimos los hombres sujetando criterios, pensamientos y acciones que hace rato perdieron vigencia y que nos hacen mucho daño sin que reparemos en ello y, por el contrario, tratamos de ajustarlos a nuestra cotidianidad en procura o espera de que algún día nos permitan el encuentro con la felicidad. Día tras día vivimos el fracaso, la derrota, la pobreza, la miseria, el abandono o la postergación de nuestro éxito existencial. Sin saberlo somos nosotros mismo los causantes de nuestros males pues insistimos, como el simio, en sostener el banano, en no soltarlo, en apretarlo cada vez más anhelando hacerlo nuestro. Al respecto es interesante la historia que nos cuenta el escritor Mario Mendoza en su libro “Buda blues”, editorial planeta, quinta edición y que me permito transcribir: “En muchos países asiáticos, los simios se cazan dejándoles dentro de una trampa un banano gigante y apetitoso. Ellos bajan de los árboles, meten la mano en la trampa, agarran la fruta y, debido al tamaño del puño, ya no pueden sacar la mano por el mismo orificio. Hay sólo una forma de sacarla: soltar el banano y juntar los dedos para extraer el miembro completo. De esta manera regresarían a los árboles y a la libertad. Pero no pueden. El objeto de deseo, de apego, la tenencia, los mantiene prisioneros. Los cazadores llegan, golpean al simio en la cabeza y él muere agarrado a su banano….”.

El buen lector colegirá de inmediato que el banano simboliza, de alguna manera, nuestros apegos, ambiciones o deseos. No se crea que el simio no pueda comer bananas, perdería su esencia, lo mismo nos ocurre a los hombres pues no podemos vivir sin sueños, anhelos o deseos. Pero, generalmente, esos sueños o anhelos han sido implantados como un señuelo con la misma finalidad del banano para el simio, con el resultado lógico del fracaso, la derrota o la infelicidad existencial. Veamos algunos de estos señuelos y su incidencia en nuestra vida:

 Éxito: A menudo se nos dice que para alcanzar el éxito debemos esforzarnos al máximo. Comienza así una maratónica carrera contra las circunstancias en aras de obtenerlo. Nos inician con la rutina de un kínder que nos obliga a dejar la tranquilidad de un sueño a tempranas horas, abandonar el calorcillo de nuestros padres y someternos a una serie de condicionamientos que “nos preparan para la vida”; este ciclo se cierra veinte o treinta años más tarde con un doctorado o una especialización que, de cumplirse su finalidad, nos harían felices y armónicos. Pero, mire a su alrededor y verá profesionales frustrados, mediocres, enemigos de su propia labor. Durante décadas hemos seguido ese tortuoso camino sin reparar que no ha sido nada más que una banana gigante que nos ha atrapado hasta el final de nuestros días. Al final el éxito se traduce en pérdida de vidas y seres. Quizá es bueno comer bananas, pero se hace necesario identificar quién las puso a nuestro alcance pues no vaya a resultar que al final y cuando ya estén en nuestras manos quedemos atrapados sin esperanza alguna de libertad. Quien estudia para el éxito se asemeja mucho al gorila de ésta historia y el resultado está a la vista.

 Emprendimiento empresarial: Quién no ha deseado alguna vez ser un gran empresario, ser la batuta de la orquesta, mandar, dirigir, imponer criterios y órdenes. Pero ¿es ésta la banana correcta? Es indudable que, en la mayoría de las ocasiones, hemos caído en una trampa. La empresa se vuelve nuestra carga, nuestro tormento existencial, nuestro sufrimiento y karma pues terminamos subyugados a sus propias fuerzas y dinámicas. Ese “empresario prospero” cada vez da más muestras de estrés y depresión. Cae bajo su propio peso sacrificando pareja, hijos, familia y afectos. Su rostro demacrado y adusto es la clara muestra e indicio de que atrapó una banana quedando, a su vez, atrapado en ella. El verdadero empresario disfruta todo cuanto implica su quehacer empresarial: no subyuga ni impone y, mucho menos, hace de su vida un tormento con el cual salpica a quienes le rodean. La verdadera empresa es nuestra familia, amigos y allegados. Lo demás es un simple negocio en el cual hemos canjeado felicidad por dinero; una banana que nos mantiene atrapados mientras la Gran Ama llega a nuestro encuentro.

 Sexualidad: Quizá esta es la banana más grande pues nos impide el disfrute pleno del sexo y/o el erotismo. Quedamos atrapados- atrapando por cuanto seguimos patrones de unos cazadores furtivos que en ocasiones usan trajes de sacerdotes y en otras de guías espirituales. Al atrapar esta banana quedamos cautivos de nuestros propios miedos y temores. Se nos vuelve imposible vivenciar nuevas y renovadas experiencias que nos conecten con la esencia de nuestro propio ser. Como consecuencia lógica se nos vuelve obligatoria una hipocresía existencial traducida en una sexualidad oculta y más placentera. Las parejas viven aferradas a una banana que hace rato perdió su color y sabor, pero que les permite en la oscuridad de sus días saborear otros frutos más placenteros y menos odiosos. Quizá llegó el momento de saborear y disfrutar, en pareja, una sexualidad más abierta y tolerante, que aproxime y no distancie. Quien sujeta la banana de la sexualidad rutinaria y aburrida termina, tarde o temprano, saboreando los placeres de una sexualidad distinta. Nos aferramos a esa banana sin consentir siquiera aflojarla un poco…. Hasta que llega el cazador y de un solo golpe ¡!!derrumba lo construido!!!

 Dinero: Vivimos apegados a este banano aunque no sin razón algunos lo consideran como el estiércol del diablo. Pero quien lo posee difícilmente es feliz. Conozco seres que se han perdido en su búsqueda y lo único que han conseguido es el repudio de los suyos, de su pareja, de sus hijos, de sus seres próximos y queridos. Difícilmente alguien suelta este banano ´pues con frecuencia su tenencia se relaciona con la paz, la prosperidad o la tranquilidad. Claro que este banano nos brinda muchos placeres y gustosamente recibiría un millón de dólares, lo que no haría, lo confieso, es matarme trabajando para tenerlo. Quien lo posee es poseído, quien lo tiene es atrapado, quien lo logra es malogrado. Para algunos es preferible perder el brazo antes que soltar este banano… así su rostro y su ser sean la expresión de la desgracia, de la soledad, de la tristeza o el abatimiento. Trabajan día y noche en la búsqueda de unos cuantos billetes para, luego, convertirse en su esclavo y en su posesión. Pierden los poseedores de este banano la risa, la paz, la tranquilidad. No existe para estos seres un banano mejor y hasta lo convierten en la piedra teologal y filosofal… pero cuando quieren transmutar en oro todo cuanto tocan se encuentran con la realidad de su mala elección: hijos depresivos y dependientes, pareja insatisfecha, familiares distantes y existencia perdida e insatisfecha. Con frecuencia veo a estos seres preocupados más por el dinero o sus negocios que por su pareja o sus hijos, a quienes los criaron con una empleada doméstica que les transmitió sus valores e ignorancias. Es imposible no asirse a este banano cuando la epidermis lo ha sentido fresco y caliente. El dinero es el principio de los necios, de los torpes mentales. Si el dinero es felicidad como algunos creen ¿por qué quienes lo poseen dibujan continuamente muecas en su rostro…? Monos necios que quedan atrapados por su propia mano, imposibilitada de abrirse para recoger el cariño de los suyos.

 Religiosidad: Gran parte del mundo está lleno de templos y de infelices fracasados. Se diezma, se implora, se sufre, se aplican cilicios en el cuerpo y en el alma. Esta es, sin duda alguna, la banana más grande por cuanto contempla todo nuestro ser. Desde niños nos enseñan a amar el dolor y el sacrificio, a entregarnos a un Dios que oculto y misterioso exige renuncias y negaciones. Quién no se ha espantado al mirar a esos seres con rostro de cera o parafina que irradian culpa, desesperanza o santidad. Siguen ciegamente a un pastor más ciego que ellos que sirve de intermediario entre “los pactos” de los hombres y su Dios. Para ello diezman el tributo de las bestias humanas que a semejanza del simio se sujetan a sus creencias, pensamientos y doctrinas. Es indudable que la religiosidad es algo muy distinto a sus prácticas de muerte y sacrificio. Soltar esta banana es muy doloroso por cuanto implica el uso de la razón, el ejercicio de la racionalidad, que nos aleja de templos, misas, pagodas, oraciones o cilicios acercándonos más a la vida y a las diferentes expresiones de la existencia. La religión se ha convertido en el más vil de los negocios y Dios en esa prostituta que te otorga en el mismo sentido en que tú le pagas honorarios de “bendiciones” e indiferencias existenciales. Esta banana termina fermentada en nuestra mano pues soltarse de ella requiere un uso extraordinario de la mente; acostumbrados y sometidos a sus dictámenes de muerte y negación nos parece imposible que pueda existir otro cielo en el cual su Dios te permita el disfrute de la vida sin exigirte a cambio las monedas de los muertos y desdichados.

 Romper lazos familiares: A los padres se los debería juzgar por sus hijos. O mejor por la capacidad de sus hijos de soltar la banana de la dependencia afectiva, económica y emocional de sus padres. Conozco a muchos hombres que imposibilitados de hacer su propia vida permanecen en el regazo de sus padres como infantes indefensos. Y padres que no permiten la libertad de sus hijos, que los someten a sus dependencias económicas y emocionales, que no les permiten alzar su propio vuelo así ya no alcancen en el nido. Quién no ha reído en sus adentros, en silencio, viendo como algunos padres miran a sus hijos (de treinta, cuarenta, cincuenta o sesenta años) como si fueran impúberes. Lamentable el espectáculo de estos padres que hacen de sus hijos unos simples bananos, que no los sueltan, que los aprietan, que los sujetan hasta convertirlos en una simple masa que respira. El karma de estos padres es tener que mantener a “sus pichones” de por vida, pagarles sus deudas, asumir sus compromisos, arreglarles sus vidas y concertarles hasta su matrimonio. Y el drama de estos hijos es desarrollar una personalidad de banano, es decir tener que estar siempre sujetos, amarrados, asidos a la disciplina moral y anímica de sus padres. Por lo general en esta simbiosis los padres asumen todas las responsabilidades de sus hijos -económicas, afectivas, morales-, y, éstos desarrollan una mentalidad dependiente y poco emprendedora. Eses es el castigo de unos y otros pues nada impide que seres treintones dependan en lo económico de las limosnas de sus padres. Se hace necesario romper lazos familiares, aprender a vivir en autonomía y libertad. Si tu hijo vive contigo después de los veinticinco años es un fracasado que lo único que le resta es morir, un banano en toda la expresión de la palabra, que atrapó al tiempo que era atrapado.

 Soltar lazos de pareja: Muchas veces la pareja se constituye en una negación afectiva y emocional y únicamente permanecemos aferrados a esa banana por convenciones sociales. Nos convertimos en sombra de esa pareja, la apabullamos, la cercamos, la castramos sexualmente, socialmente, afectivamente, existencialmente. La convivencia en pareja es algo muy distinto a todo cuanto hemos aprendido en las trampas de la educación o la sociedad que, generalmente, están llenas de bananas que terminan hediendo en nuestras manos de tanto sostenerlas. ¿Es acaso mía esa pareja? ¿Únicamente puede disfrutar en mi compañía? ¿Es respeto negarse para complacer el ego de otro ser que se cree mi dueño? Esta banana ha hecho infelices a muchos a pesar de que permanecen en la trampa, cerrada la mano, temerosos de soltar su conquista. Soltar lazos de pareja implica ser uno en la multitud, aceptar que eres importante sin ser imprescindible.

 La banana laboral: De todas las trampas es la más fastidiosa pues te condena, por mano propia, a una cotidianidad que se convierte en tormento. Esta banana nos hace sentir que todo está seguro, que no hay nada de qué preocuparse. Si la banana ya está es nuestras manos entonces lo único que resta es envejecer y asegurar la pensión para la vejez. Pero en ese trayecto se pierde lo esencial: la vida, la existencia, la aventura, el placer de mirar y sentir nuevos y desconocidos paisajes. Nada más triste que un funcionario detrás de un mostrador o de su propio negocio. A esto yo le llamo el canje de la banana pues cambiamos bananos por días. Y aquí siempre salimos perdiendo por cuanto es un mal negocio desde todos los puntos de vista. Pero hay quienes se satisfacen apretando esta banana y es en su rostro donde se puede apreciar su desgracia ya que vive en permanentes muecas de preocupaciones o angustias.

Mario Mendoza termina aseverando que “En el zen se dice que el banano es el sexo, el dinero, el poder, las ambiciones, la belleza, el dolor. En suma, el banano es el ego. La mayoría muere sin poder abandonarse, sin poder soltar su yo, aferrado a él. Ahí está la raíz del sufrimiento…”. Complementaría yo: el mal sexo, el dinero mal trabajado y adquirido –a costa de tu propia felicidad y tranquilidad-, el poder vano y lleno de complejos que nos ata a una existencia vacía y vacua, las ambiciones ajenas a nuestro ser, la belleza entendida como simple acto físico o material, el dolor innecesario y torpe que nos ata a unos principios y doctrinas de necios….

Debemos aprender a soltar el banano pues “No hay ninguna verdad por alcanzar. Tanto los apologetas del sistema como los que se oponen a él están atrapados en el mismo sueño, en la misma falacia”. Feliz el hombre que ríe, que disfruta su labor, que ha regalado libertad e independencia a los suyos. Y, por el contrario, necio aquel que sujeta a los suyos, que los deprime con sus dadivas de sometimiento y dependencia. Suelta el banano, abre la mano, deja la trampa y aléjate en la búsqueda de un fruto que no te impida el disfrute de la libertad. Hay egos tan grandes como una banana o tan necios como la voluntad del simio que por no soltarlo se condena por mano propia a la arrogancia de un cazador. La pregunta obvia es: “¿Y tú, a qué banano te aferras…?”.



Pablo Emilio Obando A.
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