En el curioso diálogo que hace de prólogo a su libro Los cuentos de Juana, Álvaro Cepeda le dice a su interlocutor, Alejandro Obregón: “¿Y qué es la literatura sino la gran historia del mundo bien contada?”. Pues exactamente eso es La casa grande: el testimonio de un macabro episodio de la historia colombiana, la masacre de las bananeras, extraordinariamente fijado a través de una forma y lenguaje literarios que, en este caso, se cristaliza en un estilo desafiante e innovador. Y aquí “bien contada” significa algo casi imposible: en alrededor de 120 páginas en donde priman los diálogos y la reflexión interior, queda condensado para siempre el horror, la barbarie y la injusticia sufridos por campesinos colombianos en manos de una compañía extranjera, la United Fruit Company, y el Ejército colombiano para dar fin a la huelga convocada en busca de mejores condiciones laborales, durante diciembre de 1928 en Ciénaga, Magdalena.
Dice García Márquez que “La casa grande, siendo una novela hermosa, es un experimento arriesgado, y una invitación a meditar sobre los recursos imprevistos, arbitrarios y espantosos de la creación poética”. Los personajes de Cepeda no tienen nombre (son sencillamente El Padre, La Hermana, El soldado, El Pueblo) y este recurso produce un efecto de gran magnitud.