“Más del 99% del código genético de los hombres y de las mujeres es exactamente el mismo. Entre treinta mil genes que hay en el genoma humano, la variación de menos del 1% entre los sexos resulta pequeña.
Pero esa diferencia de porcentaje influye en cualquier pequeña célula de nuestro cuerpo, desde los nervios que registran placer y sufrimiento, hasta las neuronas que transmiten percepción, pensamientos, sentimientos y emociones” (1). Esta es una realidad comprobada por distintos estudios neurocientíficos: cada célula de un varón es absolutamente masculina y cada célula de una mujer es absolutamente femenina.
Esta diferencia también se refleja en los cerebros. Si bien son idénticos en más de un 99%, las áreas y circuitos neuronales de los cerebros envueltos en la resolución de problemas y conflictos, en el procesamiento del lenguaje y en la manera de enfrentarse al estrés son distintos.
“En particular, el cerebro femenino: a) tiene un 11% más de neuronas que el masculino en las áreas del lenguaje y la audición, b) presenta zonas relacionadas con las emociones y la memoria, situadas en el hipocampos, más grandes que en los hombres y c) tiene menos circuitos neuronales en la amígdala, zona del cerebro donde se activan las respuestas ante el peligro o se generan los comportamientos agresivos” .
“Los hombres: a) utilizan las zonas más analíticas del cerebro para la toma de decisiones, mientras que las mujeres se basan más en la parte emocional y b) la zona del cerebro en la cual se genera la ansiedad es cuatro veces menor en los hombres”(2).
Frente a esta evidencia científica, ¿cómo se manifiestan estas distinciones neurobiológicas a nivel conductual? ¿Existe, entonces, una manera masculina y una manera femenina de comunicarse? ¿Sufren las experiencias vitales por estas diferencias?
Distintos pero complementarios
La constitución neurológica y biológica ejerce una poderosa influencia en la conducta de la persona. Como hemos visto, ser varón o ser mujer implica tener una constitución diversa y una serie de actuaciones distintas que además, varían según las edades de cada individuo. Para efectos de este artículo, nos centraremos en algunas conductas de la vida adulta que pueden influir en la construcción o destrucción de una relación amorosa. De más está decir que, como en muchas categorizaciones de este tipo, en la realidad nunca encontramos “extremos puros” y habrán no pocas excepciones.
Emociones vs. Objetivos
Las mujeres funcionan más por las emociones. Por eso, el “estar bien” con las personas que quieren es de vital importancia para su felicidad. Una mujer no puede disfrutar del día, por ejemplo, si es que ha discutido con el novio o con la madre. Si a esto se suma su capacidad para recordar detalles mínimos, las secuelas de un mal momento son más densas. No estará tranquila hasta que el problema esté resuelto. Los hombres, en cambio, son menos emocionales y se centran más en los objetivos, en lograr sus metas.
Proceso vs. Meta
Al ser las mujeres más emocionales, disfrutan más del camino que del éxito del logro obtenido. Para ellas la meta no es lo más importante. En cambio, como mencionamos arriba, los hombres cifran su expectativa en lograr lo que se han propuesto. Por eso es más común ver a una mujer paseando por un centro comercial mirando tiendas sin rumbo definido que a un hombre. Este, más bien, irá sin desviarse al lugar donde conseguirá lo que necesita y volverá con la misma rapidez. Para la mujer, llegar no es tan o más importante que disfrutar el proceso.
Aprehensión vs. Desprendimiento
Esta es una diferencia importante a nivel conductual. A las mujeres, por ser más emocionales, les cuesta desprenderse de las cosas. Por eso, por ejemplo, les es mucho más duro reiniciar su vida laboral luego de ser madres. Dejar a su bebé en casa puede llegar a ser el peor castigo. Y, claro está, una vez que está en la oficina, tendrá siempre presente en el pensamiento todo lo que dejó en casa. En cambio, los hombres pueden ir a la oficina y desconectar ese “chip” de hogar sin mayor culpa. Porque el cerebro del hombre funciona más como una serie de compartimentos separados entre sí, ordenados de manera esquemática.
De esa manera, cuando está en el cajón “trabajo”, no está en el de “novia”. Por eso puede parecer que no la extrañara mientras está en las horas laborables. En cambio, la mujer, al ser menos capaz de desprenderse de lo que sucede a su alrededor, carga con todo, todo el tiempo. Por ejemplo, es más complicado para ella prender el televisor y quedarse dormida haciendo zapping. El hombre no sólo prende la televisión, sino que puede dormir profundamente así la casa se esté quemando. Es porque, en ese instante, está en el cajón “relajo” y es su objetivo.
La mujer pulpo
De lo anterior se puede deducir el por qué las mujeres pueden hacer mil cosas al mismo tiempo y con gran habilidad. ¿Se imaginan a una mamá de cuatro hijos que sólo sea capaz de focalizarse en una cosa a la vez?
A los hombres, al buscar el objetivo y pensar de manera separada, les cuesta más estar pendientes al mismo tiempo de la cocina, de los niños, del timbre y de la lavadora. ¿Es esto una muestra de que la mujer es superior? No. Son maneras distintas de ser. Si a esta capacidad multifocal le sumamos el punto anterior —la aprehensión— podemos entender, además, la causa por la que siempre las mujeres están más cansadas y creen que si no lo hacen ellas, nadie más lo podrá hacer (o no lo hará tan bien como ellas). Así, su capacidad de delegar es menor por lo que el estrés es mayor.
Palabras vs. Silencio (3)
La vía más efectiva para que una mujer resuelva un conflicto es hablando. Por eso es que sale a tomar café horas con una amiga, o puede contarle la misma historia varias veces a distintas personas, o puede estar sin despegarse del teléfono o del chat un tiempo infinito, algo que los hombres normalmente hacen sólo para llegar a acuerdos concretos. Mientras la mujer habla, va categorizando los problemas, los va acomodando y van surgiendo las soluciones.
El hombre, en cambio, sólo habla cuando ya resolvió el conflicto, cuando ya sabe si tuvo éxito o no. Por eso no debe sorprender que el hombre, cuando está en un momento de alto estrés por algún problema, pueda responder “nada” cuándo se le pregunta qué le pasa. Tener claro este punto es muy importante en una relación de pareja porque a las mujeres, al no tener capacidad para delegar y sentirse imprescindibles, les cuesta mucho no sentirse heridas o arbitrariamente excluidas de la vida de su pareja cuando no les cuentan qué está pasando ni consideran su opinión en el proceso de resolución de los conflictos. Pero no es así. Es mejor no seguir insistiendo y esperar a que el hombre esté dispuesto a hablar.
Un punto importante: la mujer quiere ser acogida cuando habla de sus problemas y no busca escuchar soluciones. Si consideramos que el hombre es objetivo y más directo en la resolución de conflictos, las probabilidades de que se quede callado sin dar la gran respuesta, es casi nula. Y ahí puede empezar un conflicto. Los hombres deben entender que si una mujer tiene un problema, busca compañía y comprensión; no la soledad como lo harían ellos en una circunstancia similar, ni mucho menos que les resuelvan el problema. Si, por casualidad, el hombre olvidó este pequeño detalle y se le “escapó” la solución, un buen consejo es salir corriendo.
Tiempo libre
Como mencionamos en el punto 2, a las mujeres les cuesta más soltar, delegar, desprenderse. Por lo mismo, es más complicado para ellas tomar tiempo libre sin sentir culpa o sin preocuparse por lo que están dejando de hacer para relajarse. A los hombres les sucede totalmente lo contrario. Un hombre puede dormir plácidamente en la mitad del juego de sus hijos y no pasa nada… hasta que la mujer se molesta porque le parece injusto que él pueda ser capaz de relajarse de esa manera sin que le interese nada más.
Es importante que las mujeres aprendan a buscar tiempos de descanso, de compartir con amigas, de salir a dar una vuelta, sin estresarse por todo lo que pueda pasar en su ausencia. En este aspecto, una contribución importante de la pareja es animarla a hacerlo y decirle que todo estará bien. La mujer necesita que la ayuden a no sentirse culpable cuando toma un tiempo para ella de manera que efectivamente logre distenderse y volver a su casa más relajada de lo que salió.
Como hemos podido ver de manera sucinta, las diferencias entre los varones y las mujeres son muchas. Algunas influyen más que otras en la forma de llevar una relación. Pero conocer ambos estilos de enfrentar la realidad ofrece pautas para enriquecer el encuentro y buscar caminos complementarios antes que conflictivos.
Sin embargo, no podemos ser deterministas a la hora de integrar estas diferencias. Si bien lo biológico es importante, no hay que olvidar el rol que juegan la razón y la voluntad en este camino de mejora. “El cerebro no es nada más que una máquina de aprender dotada de talento. No hay nada que esté absolutamente fijado. La biología afecta poderosamente, pero no aherroja nuestra realidad. Podemos alterar dicha realidad y usar nuestra inteligencia y determinación ya sea para celebrar o para cambiar, cuando resulte necesario, los efectos de las hormonas sexuales en la estructura del cerebro, en el comportamiento, la realidad, la creatividad y el destino”(4).
Más allá de aprender a comunicarse, es vital que este diálogo entre dos personas sea honesto. Importan, además de las palabras, los gestos y las formas amables. Si se logran incluir estos ingredientes seguramente la relación de la pareja madurará y se tendrán los espacios que favorezcan el encuentro y la comunión.
Fuente: es.aleteia.org