Por qué discuto tanto con mi pareja

 
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Discutir de forma recurrente con la pareja no siempre indica una relación fallida, pero sí puede señalar que hay necesidades emocionales no satisfechas o dinámicas de comunicación que requieren revisión.

Por qué discuto tanto con mi pareja

Las discusiones constantes suelen surgir cuando uno o ambos miembros sienten que no son escuchados, comprendidos o valorados. En lugar de expresar emociones con claridad, muchas veces se recurre al reproche, la crítica o el silencio, lo que incrementa el malestar y la distancia emocional.

LA COMUNICACIÓN COMO EJE DEL CONFLICTO
Uno de los factores más comunes que alimenta las discusiones es una comunicación ineficaz. Cuando los mensajes se expresan desde la queja y no desde la necesidad, la otra persona tiende a ponerse a la defensiva. Decir “nunca me ayudas” no tiene el mismo efecto que decir “necesito apoyo para sentirme acompañada”.

Las interrupciones, los tonos agresivos, o el uso de sarcasmos refuerzan una atmósfera de conflicto en lugar de favorecer el entendimiento. En muchas ocasiones, las discusiones no giran en torno al tema aparente, sino a emociones más profundas como el miedo al abandono, la inseguridad o el resentimiento acumulado.

LA CARGA EMOCIONAL NO RESUELTA
A lo largo del tiempo, las parejas acumulan emociones no resueltas que, si no se gestionan adecuadamente, terminan explotando en situaciones cotidianas. Una pequeña diferencia de opinión puede convertirse en una fuerte discusión cuando existe un trasfondo emocional denso.

Los reproches del pasado, las heridas que no se cerraron o los desencuentros nunca procesados pueden mantenerse latentes, esperando cualquier momento para salir a la superficie. Esto provoca que las reacciones sean desproporcionadas en relación con el hecho puntual que las desencadena.

LAS DIFERENCIAS INDIVIDUALES Y DE CRIANZA
Cada persona trae consigo una historia familiar y emocional que influye en cómo gestiona los conflictos. Algunas crecieron en entornos donde los desacuerdos eran evitados; otras, donde se vivían con gritos o agresividad. Estas diferencias impactan la manera en que cada uno espera que se resuelvan los problemas.

Lo que para uno es una conversación normal, para el otro puede ser una forma de agresión. Además, distintas formas de ver la vida —como los valores, las prioridades o las expectativas de pareja— también pueden ser fuentes frecuentes de fricción si no se reconocen y negocian.

EL PAPEL DE LAS EXPECTATIVAS Y LA IDEALIZACIÓN
Cuando comenzamos una relación, muchas veces depositamos en la otra persona la esperanza de que supla nuestras carencias emocionales o que funcione como “el complemento perfecto”. Con el tiempo, esas expectativas se desajustan con la realidad, y puede surgir frustración.

Esperar que nuestra pareja adivine lo que necesitamos o que reaccione siempre como deseamos genera decepción, y esa frustración no verbalizada se convierte en terreno fértil para las discusiones repetitivas.

RECOMENDACIONES PARA ACUDIR A TERAPIA DE PAREJA
Cuando los conflictos se vuelven repetitivos, intensos y desgastantes, y ya no se logran resolver de forma autónoma, acudir a una terapia de pareja no es señal de fracaso, sino de compromiso con el bienestar común. Un espacio terapéutico permite reconstruir los canales de comunicación, entender los mecanismos emocionales que están en juego y fomentar herramientas para resolver diferencias sin daño.

Es recomendable buscar ayuda profesional cuando las discusiones afectan la salud emocional de uno o ambos miembros, cuando hay distanciamiento afectivo, disminución del respeto mutuo o cuando se ha intentado resolver los problemas sin éxito. Un terapeuta de pareja no toma partido, sino que guía el diálogo y promueve la empatía mutua.

La terapia también puede ayudar a descubrir si la relación aún tiene una base sólida sobre la que trabajar o si es momento de redefinirla. Lo esencial es comprender que pedir ayuda no es rendirse, sino elegir sanar en lugar de herirse.

Fuente: cartagenadiario.es
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