Por Fernando Salgado.
Se dice que fue Martín Lutero ese teólogo, filósofo y fraile católico Agustino, quien comenzó e impulsó la Reforma protestante en Alemania, y quien introdujo el término de fatalismo; una palabra formada a partir de la raíz latina fatum que significa destino y su derivado (fatalista) que es la
creencia en una necesidad, que negando la libertad se impondría irremediablemente al ser humano.
Lutero, se refería al fatalismo, cuando señalaba de manera peyorativa, las distintas sectas religiosas que valoraban aspectos emocionales de la relación con lo divino, revelaciones místicas y la glosolalia que en psiquiatría se define como un lenguaje ininteligible compuesto por palabras inventadas y secuencias rítmicas y repetitivas, propio del habla infantil, pero también común en algunos “líderes” de hoy día, que entran en estados de trance cuando hablan en público, asemejando cuadros
psicopatológicos producidos por distintas causas como es el caso de las intoxicaciones por drogas o el alcohol.
El fatalismo se presenta cuando nos enfrentamos a situaciones complejas y de mucha incertidumbre. y lo único que somos capaces de pensar es que es el fin del mundo, una creencia según la cual todo sucede por ineludible predeterminación o es el destino, en otras palabras, personas que asumen
una actitud resignada y que no ven posibilidad de cambiar el curso de los acontecimientos adversos.
El momento que vive el país, no puede ni debe ser un tiempo de fatalismos, por el contrario debemos entender que tener un problema no es un problema es sí mismo, sino en la manera en
que nos paramos ante el mismo. Martín Baró caracteriza esta actitud de la siguiente manera: "El Fatalismo es aquella comprensión de la existencia humana según la cual, el destino de todos está ya predeterminado y todo hecho ocurre de un modo ineludible".
En otras palabras, se refería a que
el fatalismo es esa aceptación pasiva y sumisa del destino y un estado anímico de incertidumbre e indefensión frente a lo que acontece, por lo que es indispensable que los colombianos evitemos en estos momentos ese pensamiento y esos mensajes fatalistas.
Así las cosas, los colombianos no podemos caer en ese fatalismo y asumir una actitud de resignación
ante la realidad y no creer que sea posible modificar el desarrollo de las situaciones adversas que actualmente enfrentamos.
Los fatalistas solo se quejan, pero no se esfuerzan en cambiar ningún escenario, convencido de lo invariable de las contingencias, eso que otros denominan el Pesimismo que es ver siempre la cara menos favorable de los acontecimientos.
El país hoy exige nuestros mayores y mejores esfuerzos, no es tiempo de pensar en las futuras elecciones debemos pensar en las futuras generaciones y unirnos para defender la institucionalidad y el Estado de Derecho, y ello es, que la actividad del Estado esté y continúe regida por las normas jurídicas, es decir que se ciña al derecho y en particular a la norma jurídica fundamental es decir la
Constitución, lo cual implica que toda la actividad del Estado debe realizarse dentro del marco de nuestra Constitución.