osquejos de bosques desérticos cubren hoy, como si fuesen obras de arte, las superficies de unos muros lustrosos, levantados a destajo por todo el planeta, para ejercer presión contra contritas sociedades encerradas en cárceles denominadas pomposamente urbes modernas, mentalmente erosionadas después de aceptar sumisamente aplicar dentro de sus fronteras invisibles unos mugrosos sistemas de explotación, que han sido impuestos sobre la base de mejorar un mundo en crisis, logrando estabilizar el caos permanente, intentándolo ocultar bajo la piel de escuálidos individuos, pertenecientes a especies diametralmente opuestas pero diariamente desolladas frente a las atónitas miradas de unos seres que así creen estar ante una creación natural, surgida espontáneamente a partir de una evolución que se está estrellando contra la raíz de una masiva extinción, producto del dominio intelectual de unos cuantos orates designados por la herencia y voluntad de unos dioses inexistentes al momento de clamar justicia divina sobre el espacio terrenal.