Quién dijo sentir miedo, pánico o terror ante las andanadas de insultos, desorientaciones y mentiras de los que se creen dueños del país, a raíz de la consecutivas derrotas que vienen sufriendo sus candidatos oficiales durante el transcurso del tiempo en que sus movimientos y partidos se han venido desmoronando, ahora están deseosos que se imponga en las elecciones presidenciales del 19 de junio en Colombia el candidato que les pueda garantizar su impunidad y corrupción, bien conocidas por todos y debidas ambas a una tremenda indiferencia ciudadana bajo la cual se cimenta su manipulación ideológica, para por medio de ella lograr prolongar su influjo sobre los recursos del Estado, y sobre una sociedad bastante acostumbrada y resignada al manoseo y matoneo, los cuales, tanto el Estado como la sociedad, sádicamente han preferido hasta hoy lo viejo conocido, o sea la falta de aplicación de la ética en todo lo que tenga que ver con lo público, y ni que decir en lo privado, frente a que se termine instalando y se implemente un cambio, sea éste selectivo, parcial o definitivo en todas nuestras costumbres ciudadanas, ya que les han vendido a los indecisos y atemorizados la idea que todo tipo de cambio es un salto al vacío sin siquiera reconocer que ya se encuentran en él.
Las diferencias conceptuales, éticas y morales entre los dos candidatos son demasiado ostensibles, sin embargo, ante la desinformación vertida constantemente sobre la población, de manera masiva y recurrente a través de los medios de comunicación, como igual por las redes sociales, han logrado desdibujar a uno más que al otro candidato, al extremo que a aquel que se ha caracterizado por desenmascarar a los antisociales y corruptos lo han podido disfrazar de comunista y terrorista, en cambio al otro que se ha caracterizado por ser un truhan, avivato y corruptor lo vienen presentando como un ser sensato, una mansa paloma, incluso de ser capaz de acabar con las que han sido sus propias reglas, manejos y costumbres.
Solo queda esperar que los menos comunes de los sentidos, el sentido común y la racionalidad, logren al final primar sobre la mentira masiva que se desarrolla técnica y maquiavélicamente entre una sociedad confundida y atemorizada por todo tipo de falsas noticias, teorías conspirativas y postulados engañosos, necesitando cada individuo recurrir al conocimiento puntual y preciso, que no todo el mundo tiene a la mano, para conocer la verdad y a partir de ella poder desenmascarar a los tramposos y antisociales arropados tras unos halos de inocencia y santidad pero que en la realidad están endemoniados desde adentro de sus comportamientos políticos y sociales; como quien dice que venga el diablo y escoja, cuando tiene que ser el conocimiento racional el que determina y exige que el cambio y el pacto con nuestra historia son una necesidad inaplazable.