19 mayo 2022
– Decidí echarle valor y me fui a la farmacia.
– Lo más sorprendente es que había una gran multitud de chicos y chicas con bata blanca que jamás había visto allí, de tal forma que apenas entré me empezaron a ofrecer servicios, lo cual, sin que sea nada malo, ni malicioso, me encantó. Es como cuando íbamos, (en otros tiempos más felices), a un gran centro comercial como El Corte Inglés y los empleados se pegaban a tu espalda y no paraban de ofrecerte esto o aquello.
– Pregunto a la farmacéutica si ha cambiado de negocio o es que, simplemente, le va a dar otro aire al lugar, es decir, va a montar una especie de “Singles Love” o una sala de “SBK”, (salsa, bachata, kizomba), para así mejorar las ventas.
– “No, Enrique, no, son estudiantes de farmacia en prácticas y están que se salen pues tengo yo que informar de su actitud y aptitud a la hora de atender el servicio y ahora mismo hay exceso de oferta de farmacéuticos”.
– Ah, qué pena, pensé. Ya me veía yo todas las mañanas en la Farmacia.
– Lo curioso es que, volviendo a casa, al llegar a la esquina, hay justo ahí dos negocios de hostelería, un restaurante y un bar. En los dos había enganchado al cristal un llamativo y parecido cartel: “Se buscan camareros/as”.
– Es decir, sobran farmacéuticos y faltan camareros, lo cual unido a eso de “no encuentro un fontanero o un electricista que me haga tal o cual reparación”, nos dice clara y nuevamente que en el enfoque de los cursos de orientación profesional y universitaria, se olvidaron durante décadas de incentivar la formación profesional. Sobran abogados, arquitectos, ingenieros y economistas, pero no hay personal que ponga un ladrillo, sirva un café o arregle una tubería de agua o de gas.
– Ya no tengo edad, pero me gustaría ser, hoy por hoy, fontanero. El que atiende los problemas de mi familia, viaja en Mercedes y en agosto se va a Sanxenxo, como el mismo Emérito.
Fuente: enriquetarragofreixes.wordpress.com