- Recuerdo que eran aquellos tiempos en que se hablaba de Twiggy, era nuestra modelo de referencia. Yo nací dos meses antes que ella y ella lo sabía, sí, pero daba igual, todos me llamaban viejo, ya, entonces.
- Pasó el tiempo y yo, como fiel practicante que era, me iba a Misa todos los domingos y hasta me confesaba aún y a sabiendas de lo que el párroco iba a sentenciarme al final de mi exposición de chico vicioso, mujeriego y bitelmaníaco, como se suponía éramos todos los adolescentes en aquella época: "Tres padrenuestros y seis avemarías, Enrique. No peques más".
- Pero en un momento determinado de nuestra era juvenil más perversa, aprendimos algo muy importante cuando en la revuelta estudiantil de febrero del 67 en la Universidad de Barcelona, se cerraron las clases y nos catearon casi todas las asignaturas por eso, por ser rebeldes, cosa que en la época, el Movimiento Nacional de la Dictadura no lo permitía.
- La consecuencia fue que mi Padre me dijo: "Suspendes, pues ya no estudias, ahora te pones a trabajar, Enrique".
- Rebelde siempre, (y con la ayuda de mis hermanos que sabían que era un buen estudiante), tuve un arreglo muy duro. "Bien, Enrique, si tanto prometes estudiar y aprobar, trabajarás por la mañana y estudiarás por la tarde".
- Y así fue, trabajaba de ocho a tres en Cahyspa, (compañía de Seguros y Capitalización), y por la tarde, de tres a diez, me iba a la universidad a estudiar a mi EAyATB.
- La cosa tenía su INRI pues, además, jugaba al fútbol en los juveniles del RCD Espanyol de Barcelona, (cuando Scopelli entrenaba al primer equipo), y para mayor proeza, sí, aún había más, tenía novia incipiente la cual, ADG aún vive conmigo hoy, cincuenta y seis años después.
- Desde entonces nunca suspendí, acabé la carrera con veinte años y todo me fue bien. Dejé claro a mi Padre y a mí mismo, que lo del 67 fue un tropiezo ajeno a mi voluntad y que con esfuerzo se consigue casi todo lo que te puedas proponer. El premio a esa dedicación, empeño, sacrificio y esfuerzo, fue aprender precisamente eso, sin ello no hay premio.
- Desde entonces, tanto en mi profesión, como en mis charlas universitarias de postgrado, en conferencias y en cualquier lugar que alguien quisiera escucharme, ese era mi mensaje: "Si hay esfuerzo, hay premio".
-Y aún más, aprendí algo hoy muy olvidado: "Todo lo que ganas sin esfuerzo, no se aprecia".
- Y ahora, como no, dejaré aquí una de mis canciones favoritas, me presento con las manos abiertas: (arriba)
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