20 octubre 2021
– Cuando era niño, tendría yo unos seis o siete años, recuerdo que, en cierta ocasión, yendo con mi abuelo, en la Plaza de Santa María del Mar, (La Catedral), había un vallado que no permitía el paso a través de la plaza.
– En el Centro de ese vallado había mil cámaras de cine, gente corriendo de un lado para otro, pero en el centro mismo de todo ese extraño espectáculo estaba Ella…
– Me enamoré de Ella, se parecía a mi Madre, no, no se parecía, era Ella, y se lo dije a Papá en cuanto llegué a casa: ¡Papá, Papá, Mamá estaba haciendo una película esta mañana frente a la Iglesia de Santa María!
– Mi Madre que estaba despidiendo a mi abuelo, también Enrique, vino corriendo y me dijo con cara muy sonriente: ¿Qué has dicho Enrique? …
– Mi Madre me miró, sonrió y me abrazó. Fue un largo abrazo, ese abrazo quedará en mí para siempre. Unos segundos de felicidad como los que siempre vivía cuando Ella me abrazaba.
– ¿Y cómo es que me has visto entre tanta gente, Enrique? – me dijo.
– Es que no hay Mamá más guapa en el mundo entero que tú, te hubiera reconocido entre mil – le dije.
– Con los años he aprendido algo que para mí es, ahora, muy importante: Mis vivencias. Me doy cuenta que llevo casi dos crueles años alimentándome de ellas y eso me resulta sorprendente y maravilloso. Tengo una suerte enorme. Quizás algunas personas no han tenido ese privilegio.
Fuente: etfreixes.blogspot.com