Se ha vuelto muy fácil acertar en Colombia, cuando decimos que los funcionarios oficiales, entre las diferentes instituciones que conforman a nuestro Estado, son todos unos individuos o personas corruptas, indecentes e inmorales, pues los canceres de la corrupción pública, y de la descomposición moral, están tan naturalizados, arraigados, oficializados y descontrolados, que lanzar al aire cualquiera de este tipo de epítetos, para que alcancen a caer sobre cualesquiera de ellos, fácilmente terminan dando en el blanco, ya que la metástasis por los efectos de esta enfermedad social han hecho mella y afectan a todos los empleados públicos, desde los que hicieron parte de las instituciones, en los anteriores gobiernos, y de aquellos que están hoy en turno, ya que entre los partidos políticos existentes simplemente se rotan para hacer de las suyas, alcanzando a afectar a la gran mayoría de funcionarios, por la omisión que aplican cuando están ejerciendo, al utilizar un silencio cómplice, el cual sencillamente guardan para conservar sus empleos; y contra los demás, o sea el resto, por lo general compuestos por una clase dirigente y administrativa dentro de esas importantes instituciones públicas, por las consuetudinarias acciones que practican y realizan, convirtiendo en una letrina al Estado mientras se están apropiando del erario, en cuanto que todos los ciudadanos confiamos ciegamente en ellos y sus actividades, cuando ingenuamente todos estamos aspirando en tener, al Estado, como el principal rector y protector de la justicia y de la equidad social.
Apareciendo entonces la pregunta de si somos los colombianos unas sociedades conformadas y acostumbradas con ser ineptas, indolentes, indiferentes, sumisas e incapaces para encontrar soluciones, vías, canales, motivos o herramientas que nos permitan dar con las soluciones que nos conduzcan a detener, modificar y cambiar las circunstancias de modo, tiempo y lugar con las que procuremos detener las crisis que afectan nuestras instituciones, al mismo tiempo la ética y la moral común, en la que nos desenvolvemos de manera natural, ante la convicción individual y personal, que tenemos todos y cada cual, que aquí nada nunca va a cambiar; necesitando paralelamente urgentemente encontrar las soluciones a esta crisis social, que puedan ser los remedios definitivos, sin saber si sea una terrible desgracia, otra más para sumar a la larga lista de ellas, o una esperanza, el que esa solución esté, o se encuentre, en las elecciones que vienen, obligándonos a todos, no puede haber ninguna excepción, a tener que seleccionar entre el abanico de candidatos que se han venido postulando, encontrar y elegir entre aquellos a los que ofrezcan alternativas de buen gobierno, limpieza de costumbres sociales y políticas, equilibrios económicos y la suficiente confianza ética y moral, porque si continuamos en la podredumbre en la que venimos, desde hace tiempo, revolcándonos, el futuro de las próximas generaciones jamás será aclarado ni mucho menos asegurado, igualmente seguiremos siendo aquel Estado fallido que tanto se predice y se menciona.