27 agosto 2021
- Me crucé con él hace ya muchos años frente a la oficina de Gran Vía. Tocaba una especie de violín, parecía rumano por su extraño acento y desde luego tenía pinta de no haber comido caliente en varios días, quizás semanas. "Una moneda, señor" - me dijo. Me paré frente a él, a escucharle, tocaba con enorme sentimiento. El mismísimo Rieu hubiera certificado esa forma de tocar como suya ... él insistió ... "Una moneda, señor" y yo, como si algo hubiera roto el pragmatismo habitual en el que yo vivía entonces, saqué la cartera y le dejé en su cajita un billete de 20 € y me di la vuelta rumbo a mi agitada vida . El violinista paró al instante su lindo caminar por su música y me dijo ... "Señor, disculpe, me ha dejado un billete de 20 €" - me volví, me lo miré y le mostré cara de sorpresa y de pregunta y entonces él me dijo ... "Pensé que se había equivocado, nadie hace eso, nadie deja billetes y menos de 20 €". Lo miré, estuve unos segundos sin habla y ojalá hubiera sido capaz de decirle todo lo que en el aquel momento me pasó por la cabeza; no sabía siquiera si se había formado en la Orquesta Sinfónica de Bucarest y que quizás hubiera sido apartado de ella por no defender algún rito social ineludible; tampoco sabía si era un exalcohólico regenerado o un padre viudo que había abandonado a sus cinco hijos en algún barrio del Fedentari: quizás fuera un militar del antiguo régimen que acabó emborrachándose en los bajos fondos de la capital tras haber sido encarcelado varias veces por haber robado gallinas o reventado algún escaparate lleno de libros para ser robados; no podía imaginarme que quizás ese hombre saliera de una familia noble que cayó en desgracia por las infidelidades de sus padre y ante las que él, luego, también sucumbió; no sabía tampoco si jamás hubiera leído a Ion Luca Caragiale o alguna de aquellas viejas obras de Dimitrie Cantemir, no sabía nada de él pero me parecía una persona tan honrada que pensé que jamás tendría tanta suerte en toda mi vida de encontrar una persona como él aunque al segundo siguiente, cuando le dijera adiós, era probable que jamás volviera a saber de él ...
- Leí en el periódico que un indigente de origen rumano, fue encontrado muerto junto a un contenedor de basuras en uno de esos oscuros callejones que hay junto a la Catedral. Se desconocían las causas de su muerte - rezaba el instructor de la noticia - solo se decía que cuando llegó el 112 se lo encontraron tumbado con la cabeza apoyada en la caja-estuche de su violín, pero lo más probable es que lo mató la soledad, la pena y su especial forma de ser y de vivir su enigmática vida. Todo un desconocido que un día se cruzó en mi vida y nunca pude saber todo aquello que me perdí al no conocer nada de él, ni de su vida.
Fuente: etarragof.blogspot.com