Quienes cardan la lana que cobija al mundo,
tienen sus dedos encallecidos, sus espaldas encorvadas, sus cuerpos deformados
pero sus ideas enmohecidas,
sosteniendo, tras su trabajo diario, unas condiciones naturales inestables,
logrando que los que los dirigen crean que mantener el ritmo de vida que tienen,
es la única y mejor opción, sin preocuparse por cambiar las injusticias establecidas
porque consideran que ya son normales.
En este escenario, donde desde hace tiempo se desarrollan los acontecimientos humanos,
pareciera suceder un espectáculo, que aunque casi parece circense es siniestro,
en cuanto que en él se producen todo tipo de aberraciones, las conocidas y posibles,
por aquellos pocos que siguen convencidos que su proceder es la mejor función para actuar
sobre un planeta a punto de colapsar, y contra unas especies que, facilitando el show,
padeciendo el espectáculo, les permiten su actuación mortal.
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