Creemos, como especie humana, estar protegiendo,
y a la vez estar conviviendo con el resto de seres vivos,
aquellos mismos que componen la maravillosa diversidad
que habita sobre, bajo, entre y dentro del planeta Tierra,
cuando la realidad es otra muy distinta,
en cuanto que venimos provocando la masiva extinción, a diestra y siniestra,
de todos los seres que se reconocen como integrantes
del único árbol de la vida.
Paralelamente estamos inmersos en otra falsa y perversa convicción,
la cual consiste en que los dioses, que alguna vez nos inventamos,
para tratar de explicar lo que no entendíamos, son quienes nos van a venir a ayudar,
incluso también a salvar, ante los millones de problemas que estamos generando,
al ser como somos, cuando es precisamente en estas mismas creencias
en donde se encuentra el meollo de nuestros mayores dilemas prácticos,
como igualmente éticos, ya que en ellas están concentradas
las causas principales que nos están castrando la capacidad de reaccionar,
atando e inmovilizando nuestra propia libertad y nuestro accionar,
al basar sobre una fe ciega cualquier otra posibilidad de creer
que en nuestras manos está la capacidad para desarrollar
los métodos y las herramientas que salven toda existencia del planeta.