12 mayo 2021
Tropecé con Lola, una vieja compañera de universidad, y tras mirarla sin querer hacerlo, mientras el primer impacto fue no saber o querer, reconocerla, al momento, con su … “eh, muchachito enamorado ¿no me conoces?”, algo de la deteriorada neurona que domina mi memoria me advirtió de que era ella, mi alta, delgada y otrora muy rubia amiga. Lola era la vida y el alma de ese curso del 66, todos se peleaban por llevarla en coche a casa pero ella prefería venirse conmigo en el autobús. Hace unos años, allá por el 99, en mi más álgida actividad profesional, coincidimos en algunos proyectos próximos en Ibiza ... ah … nos lo pasamos bomba, hablando y hablando de los viejos tiempos, de la envidia de unos y del arrebato de otras cuando, en una de esas escenas, recordábamos como en una lluviosa tarde de abril decidimos escaparnos de la clase de Estabilidad para tomarnos un café suizo en las proximidades de la Plaza San Jaime y todo el mundo creyó lo peor.
Ahora, hoy, Lola parecía una arrogante modelo vintage, su cara cruelmente arrugada de tanto y tanto tumbarse al sol, sus inconfundibles gafas de sol Evasión de Louis Vuitton, su larga melena, su muy esbelta figura y su especial encanto de mujer segura … hacen de ella una sesentañera de extraordinario buen ver. Se lo digo y se ríe, pero no puedo dejar de preguntarle por él, su amor, su Manuel, aquel joven que conoció en la Barcelona universitaria del 66 y que tantos problemas le daba y que a punto estuvo de dejarla en aquel 99 ibicenco en que nos reencontramos. Lola dejo de reír, se puso muy seria, sus ojos azules se tornaron como el cristal de las ventanas en lluvia, su gesto se volvió agrio mientras clavaba su mirada en el suelo, pero de inmediato los fijó en los míos y con tono suave, tierna mirada, voz imperceptible y una forzada sonrisa, como suspirando, me ha dicho: “Se fue, Enrique, sí, se fue. Me lo advertiste, una noche que pensaba viajar a Palma, cambié el rumbo por motivos profesionales y cuando llegué a casa, él estaba en la cama con una de mis mejores amigas y no estaban, precisamente, contando cuentos. Ahora vivo entre Barcelona, Palma, Ibiza, Valencia y Murcia, según me reclaman los proyectos. No quiero dejar de trabajar nunca …”. Estuvimos más de dos horas hablando y hablando de casi todo y de casi nada.
Lola ha terminado contándome que estaba en Benidorm porque tenía la esperanza de encontrarlo a él allí, en el lugar donde solían venir de vacaciones pues sabía que él nunca estuvo ni quiso a otra más que a ella … Lola, lloraba mientras me lo contaba … y yo le di dos besos porque encontrar personas así que amen como nadie lo ha hecho jamás, no es una cuestión de suerte, es un milagro. Nos hemos dado un largo abrazo … muy largo y nos hemos despedido cruzando nuevos teléfonos, direcciones-e y otro par de largos besos. Al verla marchar me he dado cuenta de que me encanta ser así, como soy … me encanta tener o haber tenido, amigos como Lola, gente con alma, gente que siente … gente.
Fuente: etarragof.blogspot.com