Cuando el infortunio de todos está sometido a la suerte de unos pocos
es porque estamos ante una locura colectiva,
construida, impuesta y permitida a través de una desventura masiva,
que nace, se incuba y se produce sobre la suerte general,
en cuanto, con ella, se da inicio al conteo de las muertes
de los más tontos, ilusos e inocentes,
quienes, amparados en su código personal, de creer para existir,
incrustado de antemano, se abandonan a rezar,
arguyendo y juzgando ilusamente que vendrá una ayuda celestial,
la cual los dioses brindan a aquellos que se someten a su dominio y reino,
ignorantes, conscientemente, que esta indolencia los castigará,
pues hace parte de la semilla que se han dejado sembrar en sus cabezas,
viviendo como dóciles rebaños, esperando órdenes para poder pensar,
actuando luego sin un orden personal, porque ya se han entregado sin luchar.
Aquellos que no quieran entender lo oculto que trae esta manipuladora verdad,
se deben doblegar a la idea de hacer parte de la sangre que brota sin cesar
en cada sociedad humana, pues, al declinar entenderla,
se han supeditado a acatarla, sin poder entonces reclamar,
ni tampoco protestar la suerte que les han dado,
ya que están controlados por su propia mente,
y a la vez sujetados por la idea de la muerte que les provoca esta suerte.
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