Imagen: Tommy Ingberg
29 octubre 2020:
Mi vecino de rehabilitación estaba esta mañana más tieso y deprimido que de costumbre. No soporta la mascarilla, ni estar a más de dos metros del resto. Pero eso no era, ni es, importante.
Su mujer le dejó hace tres años por un albañil rumano de grandes músculos y sus dos hijos, (16 y 19 años), no lo soportan porque dicen que él tuvo la culpa, y además porque resulta que el rumano tiene bastante “pasta”. Vive solo con su enfermedad, una de las raras, la cual le produce fuertes dolores en espalda y brazos que le obligan a “Rehabilitarse”, tanto que, hasta en tiempo de pandemia se atreve a venir a la rehabilitación del Centro de Salud, en el que solo somos seis, sí, con un par.
Más rojo que el pimentón, mi compañero de sesión terapéutica, dice que todo está hecho una mierda y que la política es aborrecible, que solo faltaba lo de la COVID-19, ahora, para verse así.
Según él mismo cuenta, me refiero a mi deprimido vecino de barras paralelas, el formó parte de las bases de los “Cocos” de los 70 y ahora se pregunta de qué sirvió luchar tanto contra el Régimen y contra el empresariado de la época, si ahora acabamos así, es decir, mandando las izquierdas con los separatistas vascos y catalanes, más la extrema izquierda que no parará hasta que arruinen el País. Lo malo, es que, aunque en su estado es comprensible, se nos pone a llorar a menudo y él no sabe por qué. "Los demás, seguramente le comprendemos, pero nada podemos hacer", dice una de las de bata blanca que está como el pan, que nos atiende, siempre a más de dos metros.
Entonces me ha salido la parte sensible y “multiparlante” y le he contado un rollo sobre que nuestra democracia es la que es, que es joven y por tanto no tiene la culpa de todo, que los hombres la hacen mala, pero la política es un mal necesario. Que hay que luchar para que estas cosas no pasen, que nos hemos relajado, que hemos dejado de estar alertas y que por tanto los silenciosos tenemos mucha culpa de lo que pasa. Que tenemos que levantar cabeza y actuar de forma contundente con nuestro voto con nuestras ganas de hacerle ver a todo nuestro entorno que hay que mejorar, y renovar, toda nuestra clase política, pero que, en modo alguno, podemos prescindir de ella. Que tenemos que animarnos unos a otros y que no hay que dejar que nuestros descendientes aborrezcan la vida participativa y descubran que los problemas no se resuelven ni con un botellón en manada, ni saltándose todas las normas posibles que establezca la "autoridad sanitaria" y su "Sanchidad". (El Presidente Pedro Sánchez).
Se han callado todos y al poco me he dado cuenta que me estaban escuchando con la boca abierta, como intentándose explicar; ¿Pero qué coño le pasa a éste? Pero no, me estaban escuchando de modo receptivo, con ganas, no sé si de matarme, pero me escuchaban. Cuando he terminado, con una cita final, de la más notable de las citas retóricas, la cual no citaré aquí, mi vecino se me ha echado en brazos, seguramente ayudado por su cansancio, provocando el terror del resto al ver que se saltaba la llamada distancia social, y me ha dicho; “Tío, tú de donde sales”, y yo le he contestado; pues te lo diré, “Yo nací en la Barceloneta, justo al lado de la “Catedral” de Santa María del Mar”, qué es donde, por cierto, me bautizaron, y los que somos de allí, “Somos así”.
Quitándose la mascarilla, me ha dado un beso húmedo y cariñoso, no sé donde, ni en que parte de la cabeza, que me ha dejado la cara como para no utilizar jabón de afeitar en un mes, pero me ha parecido que hoy he hecho algo por alguien, algo que ha valido la pena.
Ya ves, a veces pasan las mejores cosas en los lugares mas inesperados.
Nota: La jefa de la sesión, horrorizada, me ha dicho: Enrique, está bien lo que has hecho, pero has cometido una temeridad. Toma el hidrogel y échatelo por la cara, las manos y los brazos a toda velocidad y más de una vez.
Fuente: etarragof.blogspot.com
