Existen regiones, en muchas partes de este desvencijado planeta,
donde la muerte del adversario, del enemigo o el contrario es apenas un juego,
y ésta, se ha convertido en un juguete en manos de algunas personas,
quienes terminan haciendo uso indiscriminado de ella,
ya sea para adquirir importancia social, económica, religiosa o incluso intelectual,
sin importarles que en estos juegos se involucre a buenas personas,
las que han terminado sucumbiendo a su vileza,
hasta un punto donde no hay retorno ético ni moral,
en cuanto consideran utilizar a la violencia como una herramienta necesaria y vital,
formando y educando, a generaciones enteras, como profesionales de su artero uso,
al extremo que sacar los ojos de sus víctimas, con un punzón, por ejemplo,
son en sí mismo un arte su manejo, igual sucede con el golpe del martillo,
sobre un dedo o una cabeza, ni que decir de un puñal, del taladro o la motosierra,
para partir, con ellos, en dos a un cuerpo o a un miembro,
o para rebanar en pedazos una parte de una víscera, una nalga o de una lengua,
porque comer del muerto se ha vuelto una muestra de saber y de poder.
Desgraciadamente para mí, porque vivo aquí, Colombia es una de estas regiones,
donde el miedo y el terror social los ha transformado en una alegre fiesta,
siendo ambos más fuertes que la suerte de tener una buena sociedad.
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