No hay nada más perverso, y a la vez desastroso,
que esgrimir una supuesta buena razón cuando no lo es,
exhibiéndose con ella una falsa cordura cual la cura de las imposturas,
mientras se argumenta ser los únicos dueños de la verdad,
usando a la mentira como el traje con que cubren su desnudez intelectual.
Y es precisamente lo que sucede en Colombia,
una región de la Tierra donde el engaño se naturalizó,
institucionalizando al delito como la fuente del desarrollo personal,
progresando con la maldad ante una indiferencia general,
entre peligrosos antisociales fungiendo de dirigentes sociales,
con políticos inescrupulosos haciéndose pasar de conductores de masas,
invadida de religiosos esparciendo el odio como la base del amor al prójimo,
validando universidades en las que se enseñan todo tipo de barbaridades,
y sumiendo en la oscuridad a quienes han asumido su nacionalidad,
sin embargo, reconociendo que hay algunas pocas excepciones,
quienes se tratan de apartar de entre tantas anormalidades.