30 junio 2020
-Lo vi, me paré casi frente a él, le saludé y no me contestó.
-Me puse más cerca, le hice una fotografía y entonces me miró.
-Sonrió.
-Le volví a saludar y me contestó a su manera.
-Me hizo un gesto con el que entendí que estaba como yo, es decir, sordo de un oído.
-Encontramos la posición correcta para hablarnos enfrentando el oído bueno de cada uno.
-Le dije que me encantaba su máquina y que me había parado para verla.
-Se levantó y me dejó probarla.
-Me enamoré de ella y pensé, una linda máquina como esta, algún día no muy lejano, será mía.
-Al despedirme, con cara sonriente, me dijo: “Yo te conozco. Tú eres el que se sentaba en el banco de piedra junto al árbol ese que tú le llamas Cohonesto. Un día hablamos y me explicaste como te hacías entender con él. Pensé que estabas loco, luego Antonio el Jefe del quiosco de prensa, me lo corroboró”.
-Él siguió sonriendo y yo me fui Avenida abajo en busca de un nuevo y sencillo encuentro para seguir hablando de esas sencillas cosas de las que casi nadie sabe que existen.
Fuente: etfreixes.blogspot.com