O “lenguaje DE trabajo”. Más allá del trabajo/área de uso, este es un bien de dominio altamente necesario para todo LEGO, circunstancial o no, de roce directo o no, es un bien que los que llegamos a dichas áreas tenemos que TIRAR a dominar en sus aspectos básicos, por todas las implicaciones prácticas que se derivan.
Para los técnicos en sus áreas —igual nos pasa a nosotros. A Ud., a mí. A cualquiera— el uso de tales lenguajes es una regla sinecuanon: imposible de darle la patada como “ALGO ESTÚPIDO”, porque no existirían los sitios de trabajo; estaríamos como en la torre de Babel. No, para ellos es absolutamente necesario su uso. Pero para los que nos hallamos por fuera de dichas áreas es una necesidad absoluta si tenemos que entrar en roce con ellos. Si alguien quiere reparar algún haber, ya sea para ir a comprar los elementos necesarios o preguntar por ellos, el uso del lenguaje técnico es imprescindible; para poder hablar correctamente de lo que necesita y no termine comprando cosas totalmente ajenas a las necesidades; y eso es válido en todas las áreas.
Punto aparte.
Hace muchos años en la casa tuvieron un perro, mezcla de chihuahua y callejero, que, por razón de mi trabajo que me obligaba a llegar a dormir a alrededor de las 11 de la noche, al tener que pasar por el patio en penumbra y caminando quedo para no molestar el miserable quiltro desde el escondido en las sombras me asaltaba de improviso ladrando y gruñendo como loco.
Viendo que eso era la regla, que el sinvergüenza era feliz sobresaltándome, decidí no temarle en cuenta haciendo el tránsito con tranquilidad. Pero el miserable traidor también pensaba —eso fue evidente— , y una noche, cuando llegué al huerto me sorprendió no escuchar el consabido alboroto del pequeño tuso. Extrañado, mire por todos lados extrañándolo, en realidad. Al final no le di importancia y me dirigí presto con la llave a abrir mi habitación, acción que estaba realizando, cuando sentí una violenta dentellada en el talón de mi pie derecho. Me volví, y vi con sorpresa que era el cretino, que me mostraba los dientes y gruñía queditamente.
Le decía después a la Sra. dueña del braquito, que aquel había resultado ser un consumado traidor, a lo que todos soltamos la carcajada.
Del condenado ese, después, tuve mucho cuidado de vigilarle con más atención.