Queda una sensación de impotencia, de zozobra, de incertidumbre. Y reviven las palabras de Jorge Eliecer Gaitán cuando expresaba que en Colombia la conciencia se ha convertido en una moneda de estanco para todos los trágicos más bajos; palabras que cada día toman mayor fuerza en la forma en que hacemos y concebimos la política en nuestro país. ¿Acaso no podemos declarar trágico y bajo el debate contra un ministro que se enriquece de unas normas que él mismo diseña y a su propia medida para posteriormente obtener beneficios personales? ¿O tampoco es plausible considerar que 117 municipios de sexta categoría de Colombia estén condenados a no tener un acueducto, un saneamiento básico y agua potable? Miles de colombianos padeciendo la tragedia de un ministro que se pavonea en el Congreso mientras sus aúlicos intentan ejercer su papel de escuderos del diablo.
Ya son conocidas ampliamente por la opinión publica las trapisondas realizadas por este ministro para entregar a grandes multinacionales el control y manejo del agua, la venta y entrega de empresas a grandes consorcios que obtienen extraordinarias ganancias del bolsillo de los colombianos. Expresaba este ministro que en nuestro país el salario mínimo es muy alto y se requiere un nuevo esquema en el cual se considere las condiciones especificas de las regiones, como si el hambre de Bogotá fuera diferente a la de cualquier provincia colombiana. El mismo ministro que dio gabelas y prebendas a congresistas y altos funcionarios con primas y bonos que superan con creces el ingreso medio de un colombiano. El mismo que propone IVA para los productos de la canasta familiar. El mismo que acabó con empresas rentables y dejó en la calle a cientos de compatriotas. El que hizo del agua un gran negocio y luego se lucró de sus mismas iniciativas.
La verdad es que sus argumentos fueron flojos, fofos y fatuos. No abordó los cuestionamientos y no aclaró las dudas planteadas. Quedó en el aire la sensación de que no le interesaba aclarar nada y que su papel se limitaba a echar nuevas cortinas de humo sobre sus actuaciones como ministro y luego socio de unas empresas que se lucraron de empréstitos a municipios pobres de Colombia que a pesar de los usureros intereses no cumplieron con su cometido y los pueblos siguen muriéndose de sed.
Todo indica que en nuestra patria lo importante no ser honesto sino saber ser un corrupto legal; saber acomodar las normas y las leyes a las necesidades de los corruptos que nos expropian cincuenta billones de pesos al año y regalan otros 72 billones de pesos a las grandes multinacionales y consorcios por excepciones tributarias y de renta. Y que sea el pueblo raso, el de a pie, el de ruana y alpargata el que se sacrifique en toda reforma tributaria.
Poco faltó, como lo confirma un medio periodístico en Colombia, para que el ministro salga en andas. De nada sirvieron argumentos sólidos y fruto de una investigación en los cuales se sustentaba la relación y el nexo entre la desgracia de estos municipios, la empresa panameña con socios de dudosa reputación y la quiebra por una deuda impagable y claramente agiotista de estos municipios. Queda ver la responsabilidad de los alcaldes y los concejos municipales que aprobaron un endeudamiento con este esquema perverso y maquiavélico, que atentó contra el bienestar de los pueblos. Contra ellos también se debe iniciar un juicio público y un veto ciudadano.
Nos queda la dignidad y el valor civil para frenar estos abusos de nuestros gobernantes y funcionarios. Rescatamos el pronunciamiento del empresario, líder cívico y comunicador social Harold Hernández, colombiano, residente en Nueva York desde hace dos décadas y que cansado de escuchar noticias trágicas y dolorosas de Colombia decide emprender una cruzada en contra de la corrupción, Su voz se escucha en el mundo entero a través de su emisora virtual Encantocolombia.com promoviendo valores democráticos que permitan la concreción de una Colombia nueva y renovada, ajena a los hedores trágicos de la corrupción y sus terribles secuelas sociales.
Harold Hernández convoca a los colombianos que se encuentran en una diáspora por muchas naciones del mundo y por distintas razones. Diez millones de colombianos se encuentran fuera de nuestra patria buscando bienestar y tranquilidad para los suyos, huyendo de la violencia, asustados de la corrupción, cansados de la falta de oportunidades, vencidos y exhaustos de clamar por el cese de un conflicto que a ratos parece renacer de sus cenizas, humillados de la indiferencia laboral y hastiados de la politiquería que nos carcome. La labor de Harold Hernández trasciende fronteras y sus mensajes que se emiten desde muchos países pretenden aglutinar las desesperanzas de nuestros compatriotas en su diáspora personal y familiar.
Hacen falta voces como la de Harold Hernández que nos pinten un nuevo país, que nos aglutinen en nuestras pretensiones de idear una nueva patria, exenta de mermelada y que le apunte a un estado social de derecho efectivo y real. Los carrasquilla jamás nos sacarán del atolladero social y económico en el que nos encontramos, menos los áulicos de tantos desmadres y hechos punibles. Ya es hora de pensar en una nueva Colombia, de mirar hacia nuevos líderes que forjen y diseñen a la Colombia de nuestros Encantos, de nuestros sueños…