Por qué los niños necesitan jugar al aire libre, según la neurociencia

 
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El tiempo de juego en libertad desciende en las últimas décadas, mientras que aumentan los pequeños con ansiedad y depresión.

 Por qué los niños necesitan jugar al aire libre, según la neurociencia

Mario Fernández Sánchez, 30 de marzo de 2018 - 15:15, CEST, Tiempo Libre, en: elpais.com

Por paradójico que parezca, los presos pasan más tiempo al aire libre que muchos niños de nuestras ciudades. Casi el doble. En concreto, el tiempo al aire libre en contacto con la naturaleza se ha reducido considerablemente, pasando más del 90% de su tiempo en espacios cerrados. El correcto desarrollo del niño necesita movimiento desde que nace y la forma más fácil e interesante de moverse, es jugando y si puede ser, al aire libre.

El sistema nervioso sirve para moverse, el resto de las miles de páginas de un manual de neurociencia están subordinadas a este hecho de la naturaleza tan relevante. Y es algo extraordinario, tan bello como complejo. La función última de un ser vivo es reproducirse, para lo que necesita acercarse a ciertos estímulos, como la posible pareja, y alejarse de otros, como los depredadores.

Los subsistemas sensoriales y emocionales están al servicio del subsistema motor, que a su vez está relacionado con una conducta de acercamiento o alejamiento. Lo podemos comprobar en la vida diaria. Si en la piscina pisamos algo cortante, levantamos el pie instintivamente. Si nos atrae alguien o algo, nos acercamos poco a poco. Asimismo, si no nos gusta una situación o detectamos un peligro, nos alejamos. Todo es moverse, pues. Y nuestro cerebro dedica muchas neuronas para llevar a cabo esa función.

Una gran superficie de nuestros hemisferios en nuestro cerebro, en concreto, la corteza motora primaria y secundaria, se halla dedicada al control motor. Existen núcleos neuronales -un complejo llamado estriado, situado en las profundidades cerebrales-, dedicados, entre otras cosas, al movimiento planificado. Asimismo, el cerebelo, que se encuentra en la parte posterior del encéfalo, es otra estructura fundamental para el movimiento. También existe un subsistema completo -llamado vestibular- para garantizar el equilibrio en todos nuestros movimientos. Son muchísimos recursos, pero en ellos nos va la vida.

Durante el desarrollo temprano, nuestra especie aprende paulatinamente a moverse de manera cada vez más sofisticada, lo que significa que aprende a manejar los subsistemas implicados en ese movimiento: el sensorial, el vestibular, el cognitivo y, por supuesto, el emocional. Y ese aprendizaje se realiza en la infancia mediante el juego.

Muchas funciones del sistema nervioso tienen ventanas temporales de neuroplasticidad, donde la sensibilidad es crítica y su formación óptima. Por ejemplo, andar y hablar en los tres primeros años. La alteración de la plasticidad durante períodos críticos de desarrollo está implicada en muchos trastornos neurológicos pediátricos.

Estas ventanas tienen como fundamento de aprendizaje el juego en todas sus variantes. Algunas funciones son fisiológicas, como el sistema nervioso vestibular, que, como hemos explicado, realiza dentro del cerebro la función del equilibrio y que necesita de estímulos para su desarrollo, ya que de lo contrario la movilidad del niño no estará optimizada y tendrá miedo ante cualquier desafío que conlleve desplazamientos en altura, velocidad, giros o cambio de postura bruscos. Los moratones, heridas y rasguños son, pues, un derecho de los niños a la hora de aprender. Es más, pretender evitarlos a toda costa puede producir déficits cognitivos y emocionales para toda la vida.

Modular la agresividad y la empatía

El juego debe ser la principal actividad de un niño. Es lo que su cerebro espera: juegos y más juegos, sobre todo relacionados con la actividad física y preferiblemente al aire libre. Se puede jugar solo –además, el cerebro también necesita aprender a aburrirse- y, sobre todo, en compañía. Cuanto más heterogéneas sean las edades de los niños que juegan, mejor será para el desarrollo de las relaciones personales, la modulación de la agresividad o la empatía.

Cualquier persona que haya tratado con niños, habrá observado cuáles son sus preferencias y cómo disfrutan cuando van a los columpios, no digamos ya a los parques de atracciones. La velocidad, las vueltas, la sensación de peligro que causan las alturas, los desafíos del equilibrio...

Todo eso es muy atractivo para el niño, porque lo que estamos haciendo es llevar su cerebro al entorno donde hemos evolucionado durante millones de años y al que estamos adaptados. Vivimos en ciudades desde hace unos pocos cientos de años y la evolución no ha podido adaptar nuestro organismo a vivir en ellas. Cuando un niño juega al aire libre preferiblemente en un entorno natural , el cerebro lo agradece con una inyección de felicidad. ¿Hay riesgos? Por supuesto, eso es vivir.

Por naturaleza, los niños, no tienen excesiva conciencia del pasado y tampoco del futuro, viven el momento. Su actividad principal es jugar. Y el juego promoverá que nuestro hijo aprenda a moverse con habilidad, a no herirse, a valorar las situaciones de manera adecuada y, cuando no haya otro remedio, a ser agresivo y sobre todo a serlo con la medida adecuada, respetando en lo posible los valores aprendidos. Ahí, el entorno familiar tiene un papel fundamental.

Puesto a pedir, mejor la naturaleza que el jardín del barrio porque el cerebro necesita la novedad, la curiosidad y la investigación. El juego permite a los niños, después de haber muestreado sus entornos, generar, de manera bastante eficaz, un repertorio de comportamientos innovadores que pueden adaptarse a un nicho específico. La exploración de lo desconocido, por fortuna, va en nuestros genes.

Niños con ansiedad y depresión

Durante las últimas décadas, en las sociedades modernas –sobre todo las occidentales- se ha dado un declive en la libertad de los niños para jugar, especialmente en juegos sociales y en grupos mixtos de edad que se hallen lejos de las miradas vigilantes de los adultos. Al mismo tiempo, se ha producido correlativamente en los niños un incremento considerable de trastornos de ansiedad, depresión, sentimientos de tristeza, impulsividad o narcisismo.

Todos hemos sido pequeños y hemos disfrutando con el cosquilleo que produce asomarse a lo alto de un tobogán o subir por las estructuras de hierros de los columpios. Dar vueltas en los tiovivos o colgarse de cualquier lado como un mono -al fin y al cabo, lo que somos- es una fuente de evidente placer. Cualquier conducta que ponga a prueba nuestro sentido del equilibrio nos atrae como un reto desafiante. Tanto es así que, durante su desarrollo, los niños sondean los límites para superarse a sí mismos poco a poco. Un paso más, un escalón más, una vuelta más... El peligro les atrae, pues les marca sus límites

Así la teoría de la regulación emocional a través del juego, propone que uno de las principales funciones del juego en jóvenes mamíferos es para el aprendizaje de cómo regular el miedo y la ira. En un juego con cierto riesgo los más pequeños aprenden a enfrentarse a pequeñas dosis de miedo que son manejables sin caer en emociones negativas por mucho tiempo. Así aprenden que se puede superar la situación y recuperar después un estado emocional normal de alegría.

Los análisis revelan que, al mismo tiempo que se coarta la libertad en el juego, entre cinco y ocho veces más jóvenes sufren niveles clínicamente significativos de ansiedad y depresión, según los estándares actuales, mucho mayores que en los años cincuenta.

Así como la disminución en la libertad de los niños para jugar con cierto riesgo ha sido continua y gradual, también lo ha sido el aumento de la psicopatología infantil Hacen falta más estudios para corroborar esto. Por ejemplo, Peter Schober, de la Universidad de Medicina de Graz, afirma que los niños sedentarios –los que no asumen riesgo alguno- enferman cinco veces más de depresión que los que se mantienen activos.

Ellos saben cuándo asumir riesgos

Tenemos una tendencia innata a subestimar las capacidades cognitivas de los niños, pero lo cierto es que ellos saben mejor que nosotros cuando están preparados para asumir cierto riesgo. En la playa, mi hija pequeña sabe perfectamente hasta qué altura pueden llegar las olas antes de salir corriendo hacia la arena. Hay muy pocas posibilidades de que una ola la coja desprevenida, pues su cerebro activa los mecanismos para saber dónde están los límites.

Es cierto que los niños pueden equivocarse –y lo hacen y así aprenden-, pero no suele ser lo frecuente. Si no, no habríamos sobrevivido como especie. Cómo los niños asumen retos y riesgos que son manejables, un resultado negativo leve es aceptable. Y si no, los padres podemos echarles un ojo, como por lo demás debemos siempre hacer en las playas o piscinas.

Porque es muy importante saber que todos los niños no son iguales. Lo que para uno puede ser estimulante para otro puede ser traumático. En esta diferencia los padres desempeñamos un papel fundamental. Los niños deben elegir el riesgo que pueden manejar. No debemos forzarlos a tratar con riesgos mayores, aunque sepamos que no son perjudiciales. El punto de vista del niño es diferente. Si le da miedo que una ola, le tape la cara no hay que forzarle, por mucho que sepamos que no pasa nada. La mejor forma superar retos es que el niño los elija. Y el juego es la vía que dirige estas conductas.

Merece la pena echar un vistazo a este documental de cómo algunas comunidades promueven el juego al aire libre, basado en la aventura, para fomentar el correcto desarrollo físico y cognitivo del niño.

Publicado en:

https://elpais.com/elpais/2018/03/15/mamas_papas/1521111527_411316.html


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Importancia del juego en el desarrollo del niño

Jugar para el niño es vivir. Los juguetes son instrumentos para su desarrollo y felicidad. Jugar es un derecho de la infancia reconocido por la ONU desde 1959 (Resolución nº 1386 de la Asamblea de Naciones Unidas). Mirar cómo juegan los niños es observar cómo es el desarrollo integral del niño. Investigaciones en el campo de la Pediatría y Psicología Infantil avalan la importancia del juego para los niños.

Mientras el niño juega explora la realidad. Prueba estrategias distintas para operar sobre dicha realidad. Prueba alternativas para cualquier dilema que se le plantee en el juego. Desarrolla diferentes modos y estilos de pensamiento. Jugar es para el niño un espacio para lo espontáneo y la autenticidad, para la imaginación creativa y la fantasía con reglas propias. Le permite curiosear.

¿Cómo incide el juego en el desarrollo del niño?

El juego es motor de actividad física del niño. Es también un medio de socialización primario. A través de los juguetes se establecen las primeras interacciones con el adulto, primero, y con sus iguales, después. Un poco más tarde, a través del juego, el niño puede exteriorizar e interiorizar sus emociones, sentimientos y creatividad.

Es desde el juego donde el habla pública del niño comienza a hacerse lenguaje interno para auto-dirigir su conducta y planificarse, y lenguaje externo para tomar iniciativas, discutir, negociar, llegar a acuerdos. A través de los juguetes a veces representan la realidad y a veces procesos de abstracción.

Por ello, el juego simbólico es usado como herramienta para la evaluación del desarrollo madurativo. Y, por último, el juguete proporciona momentos de felicidad y ocio, lo que incide directamente en su autoestima y bienestar.

Las canciones también forman parte del juego. Éstas les entretienen. Sin duda, forman parte del bagaje cultural de cualquier niño y nos recuerdan nuestra propia infancia. Además, sirven para iniciar a los más pequeños en el fascinante mundo de la música. Cantar y escuchar una canción pasa a ser uno de sus juegos favoritos, y son un instrumento educativo muy útil.

Jugar cantando refuerza la atención y la memoria. Amplía el vocabulario y trabaja la rima (desarrollo de la conciencia fonológica, necesaria en el inicio del aprendizaje de la lectoescritura).

Se aprende a discriminar sonidos, tonos, timbres y ritmos. Ayuda a coordinar el cuerpo cuando la canción se acompaña de baile, gestos o mímica.

Desarrolla su imaginación, capacidad creativa y habilidades artísticas. Mejora la socialización cuando cantan en grupo. Se aprenden a exteriorizar emociones. Puede ayudar a crear hábitos, por ejemplo, la canción del baño, la de la hora de dormir, etc.

En las primeras edades sirven para aprender cosas de la vida diaria, por ejemplo, los días de la semana, los números, las estaciones del año, las partes del cuerpo, etc. Y, por fin, pueden servir para aprender otros idiomas desde muy pequeños.

El uso del juguete también debe servir como elemento de aprendizaje. Jugar es divertido, y aprender también debe serlo. Desde muy pequeños, los niños pasan mucho tiempo entre juguetes. Si esos momentos se emplean no solo para el ocio, sino también para aprender, se puede estimular su desarrollo según el momento evolutivo en que el que esté.

El juguete puede llegar a ser uno de los mejores recursos educativos. Que aprendan jugando.

Lo importante es que el juguete sea un medio para canalizar diversión, fantasías, estímulos e inquietudes, de forma compartida y dentro de su desarrollo óptimo y aprendizaje.

¿Qué juego tendremos en cuenta según la edad? (Lee en la sección CRECEMOS de Familia y Salud los artículos sobre el Juego en cada tramo de edad)

- De los 0 a 3 años juego y movimiento están muy relacionados. En estas primeras edades, el desarrollo psicomotor grueso (desplazarse, saltar, correr, etc.) y fino (manipulación) cobran mucha importancia.

- Alrededor de los 3 años, el hito más importante en el desarrollo del niño es el surgimiento de la capacidad de simbolización (hacer que una cosa sea otra diferente a lo que es en la realidad; por ejemplo, hacer que un simple palo sea un peine, o un avión que vuela, un micrófono para cantar, una cucharita para darle de comer a la muñeca, etc.). Junto al juego simbólico aparece una poderosa herramienta de expresión de los propios intereses y de la forma personal de interpretar las cosas: el lenguaje oral.

Las acciones del juego en estas edades son repetitivas. Es un juego sin finalidad determinada que se repite de una forma monótona una y otra vez.

- De los 3 a los 6 años el juego sigue siendo movimiento sin perjuicio de la comunicación y la representación. Es en este momento en el que los juegos de casitas, papás y mamás, de médicos, etc., sirven para que los niños/as puedan entender el mundo adulto y sus relaciones entre ellos, con los niños/as y con el medio.

En este momento las acciones del juego son un reflejo de las acciones que el niño observa en su vida cotidiana y real.

- A partir de los 6 años, el juego como actividad física pasa a ser la práctica de algún deporte en el que tendrá que cumplir unas normas y reglas. Aparecen en estas edades los aspectos morales dentro del juego, que tendrán un papel muy importante en esta etapa del desarrollo (los juegos de mesa colectivos son un claro ejemplo de ello). Es aquí y ahora cuando se aprende a competir y a cooperar, a sentir el éxito y el fracaso. El juego es más social que nunca.

Las acciones en el juego se hacen más sofisticadas. Se asumen papeles no reales, no vividos por el niño en primera persona. También papeles imposibles, imaginarios y fantásticos. Las acciones cobran una variedad infinita.

A esta edad, de los 6 a los 12 años, es muy importante iniciar al niño en el amor por la lectura. Un buen libro puede ser un excelente juguete. Desde hace unos años también a esta edad, los niños se inician en el manejo de las nuevas tecnologías.

En la actualidad la oferta de juegos electrónicos es infinita. Ofrece todo tipo de posibilidades positivas para el buen desarrollo cognitivo-conceptual de los niños (juegos de memoria, de atención, de percepción, de lenguaje, etc.). Es esencial el buen uso de ellas.

Por último, no olvides como padre/madre, regalarte con el juego. Compartir parte de tu tiempo de ocio con tu hijo a través del juego es una experiencia grata y enriquecedora para toda la familia.
Lecturas y enlaces recomendados

Barajas, C. (coord.). Perspectivas sobre el desarrollo psicológico. Ediciones Pirámide. Madrid, 2007.

González Cuenca, A. M. (coord.). Psicología del desarrollo: teoría y prácticas. Ediciones Aljibe. Málaga, 2006.

Trianes Torres M.V. (coord.). Psicología de la educación y del desarrollo en contextos escolares. Ediciones Pirámides. Madrid, 2004.

Fundación Crecer Jugando (link is external)

CREENA. Centro de Recursos de Educación Especial de Navarra (link is external)

Fecha de publicación: 28-09-2011

Autor/es: María Jesús Díaz Aguilar. Profesora de Pedagogía Terapéutica. CEIP Pintor Denis Belgrano. Málaga
Alfonsa Lora Espinosa. Pediatra. Centro de Salud “Puerta Blanca”. Málaga

Publicado en:

http://www.familiaysalud.es/vivimos-sanos/salud-emocional/emociones-y-familia/educando-nuestros-hijos/importancia-del-juego-en


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La importancia del juego para el aprendizaje del niño

Por Marisa Alonso Santamaría, poetisa, 5 de abril de 2017

Jugar es hacer algo con alegría con el fin de entretenerse, divertirse o desarrollar determinadas capacidades. El niño que juega es feliz y, cuando un niño es feliz con toda seguridad aprenderá antes. El primer acto creativo del ser humano es jugar y, jugar significa indagar, conocer, descubrir todo lo que se necesita para hacerse adultos.

En Guiainfantil.com te contamos por qué es tan importante el juego en el aprendizaje del niño.

El juego como parte del aprendizaje del niño

Comenzamos a jugar cuando somos bebés y, lo hacemos espontáneamente, porque es una necesidad que tenemos desde niños para poder comprender todo lo que sucede a nuestro alrededor. Los niños se sienten atraídos por el juego y, está en las manos de los adultos saber aprovechar esta situación para que aprendan sin esfuerzo de manera natural y pasando un buen rato.

Los beneficios del juego son indiscutibles:

- Participar en los juegos de los niños desde que son pequeñitos es hacer que se sientan muy queridos, por eso, si jugamos con ellos tendremos niños seguros y con una autoestima alta.


- A través del juego los niños exteriorizan su personalidad, es decir, nos muestran cómo son.

- Cuando saltan o corren están desarrollando sus capacidades motoras.

- Si juegan en grupo adquieren habilidades sociales, aprenden a cooperar y a saber respetar a los otros y, por si fuera poco, a través de los juegos perfeccionan el lenguaje y aumentan su desarrollo intelectual.

- También aprenden a memorizar y, lo que es más importante, a razonar pues se crean situaciones en las que los niños tendrán que buscar soluciones.

Está claro que el juego da muchas posibilidades educativas y, aunque el niño no juega para aprender, acabará por aprender jugando porque, sin duda, los juegos son aprendizaje y nuevas experiencias.

Los tiempos han cambiado y, es evidente, que nuestros hijos no se divierten con los mismos juegos que nosotros lo hacíamos, actualmente se juega de otra manera. Jugar es una necesidad del ser humano y, de un modo u otro, siempre formará parte de nuestra vida, por eso, es necesario que vayan cambiando según la edad de los niños ya que necesitan motivación y estímulos constantes para aprender y, por supuesto, deben ser juegos que sean de su interés.

Así mientras juegan y se divierten van adquiriendo una serie de conocimientos y capacidades sin tener que esforzarse porque de eso se trata. Para los niños el juego es una parte fundamental en su aprendizaje.

Para terminar os dejo esta frase de Fred Rogers: «El juego realmente es el trabajo de la infancia»

Publicado en:

https://www.guiainfantil.com/articulos/educacion/juegos/la-importancia-del-juego-para-el-aprendizaje-del-nino/



Fuente: elpais.com
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