Las soledades postmodernas y los mitos del amor

 
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Las soledades postmodernas son el resultado de un largo proceso en el que se ha impuesto de forma progresiva el concepto de individualismo. Lentamente se han ido imponiendo dos ideas contradictorias en la cultura. Una, que cada quien debe crear su propio nicho. La otra, que la soledad es algo terrible.

Las soledades postmodernas y los mitos del amor

Por Edith Sánchez, 17 de mayo de 2018 en: lamenteesmaravillosa.com

De la misma manera, las soledades postmodernas se derivan de un hecho que cada vez resulta más palpable: tenemos miedo al otro. El concepto de prójimo ha desaparecido casi por completo. En nuestro mundo hay gente de nuestro entorno y extraños. Y de estos últimos no queremos saber nada. Hay algo amenazante en los desconocidos.

“Jamás hallé compañera más sociable que la soledad” -Henry David Thoreau-

El resultado es una sociedad en la que la gente está cada vez más sola, pero lucha contra la soledad. Hemos creado un mundo en el que no somos capaces de vivir en comunidad, pero tampoco solos. Tanto la soledad como la compañía se han convertido en un problema.

La soledad, un concepto que se volvió problemático

El tema de la soledad no tuvo mayor trascendencia hasta el romanticismo. Antes de esto, la soledad no era fuente de grandes reflexiones, ni de profundos problemas existenciales. Se aceptaba como un hecho que naciéramos solos y muriéramos solos.

Tampoco el individualismo tenía un lugar tan preponderante. La gente, básicamente, vivía en comunidad. Era usual que en una casa viviera toda la familia. Abuelos, hijos, nietos y, muchas veces, también parientes cercanos. Las relaciones vecinales también eran muy fuertes. La gente se conocía entre sí cuando habitaba un sitio próximo.

De la misma manera, existían rituales colectivos, que involucraban a prácticamente toda una población. La misa o el servicio dominical, las fiestas del lugar, etc. En suma, existía un concepto claro de que cada quien formaba parte de una comunidad.

Con el romanticismo esto cambió. La pareja se convirtió en la respuesta a todo. Una pareja aislada, privada, sumergida en su propio mundo. La sociedad comenzó paulatinamente a organizarse alrededor de la pareja y del núcleo familiar mínimo al que daba lugar. Paralelamente, la soledad comenzó a tomar una connotación dramática y se convirtió en algo indeseable.

Las soledades postmodernas

Tras ese paso de la gran familia y la gran comunidad a la sociedad de parejas, una nueva realidad comenzó a surgir con la introducción de las nuevas tecnologías. Así se inauguraron oficialmente las soledades postmodernas. Estas se mueven dentro de una contradicción fundamental: estamos conectados con todo el mundo y nos sentimos más solos que nunca.

Tan solas se sienten algunas personas que se sienten mal cuando no conquistan un like al publicar en las redes sociales. De hecho, hay tanta soledad que ya existen adictos a las redes sociales. Los captura el hecho de estar recibiendo y enviando mensajes, aunque estos no digan nada.

A su vez, en el marco de las soledades postmodernas, la pareja adquirió un significado totalmente desproporcionado. Se asume que no tener pareja es estar solo. Como si el mundo estuviera compuesto únicamente por la pareja. Y una ruptura amorosa nos arroja al abismo de la desdicha total. Como si solo la pareja fuera fuente de gratificaciones.

Cuestionar los mitos del amor y la soledad

Quizás haya llegado el tiempo de cuestionar esos mitos alrededor de la soledad y el amor. Las soledades postmodernas prueban que en algo nos estamos equivocando. La cultura, tal y como está, no nos está conduciendo a un sentimiento de paz, plenitud o felicidad. Más bien ocurre todo lo contrario. Cada vez son más frecuentes las dificultades emocionales o los problemas psicológicos.

Comencemos por recordar algo que la mayoría sabemos: todos necesitamos amor. Sin embargo, el amor de pareja es solo una de las múltiples manifestaciones de ese sentimiento. También hay amor en la familia, con los amigos, a las ideas y las causas, a la humanidad y por supuesto, a nosotros mismos. Reducir nuestras preocupaciones y expectativas solo al amor de pareja nos empobrece enormemente y nos hace más vulnerables.

Así mismo, vale la pena cuestionar el contenido de esas soledades postmodernas. ¿Cuándo comenzamos a negar la soledad? Es una realidad frente a la cual no hay antídoto. Nacimos solos y moriremos solos. Los demás siempre están en nuestra vida en calidad de préstamo. Cuanto más y mejor nos entendamos con nuestras soledades, más capacitados estaremos para vivir y también para morir.

Edith Sánchez, escritora y periodista colombiana. Ganadora de varios premios de crónica y de gestión cultural. Algunas de sus publicaciones son "Inventario de asombros", "Humor Cautivo" y "Un duro, aproximaciones a la vida".

Publicado en:

https://lamenteesmaravillosa.com/las-soledades-postmodernas-y-los-mitos-del-amor/


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(2)

La soledad, enfermedad del siglo XXI

A Lourdes le llamó la atención la carta de una lectora de edad similar a la suya que, al igual que ella, vivía en una residencia de ancianos...

Por Mari Pau Domínguez, actualizado, 16 de abril de 2018 18:49h

Miró la pequeña planta que sobrevivía en su ventana a pesar de los rigores del invierno. La primavera se resistía, «será por el cambio climático ese del que hablan», intentó explicar con mucho poso y poco conocimiento académico Pepa, compañera de habitación de Lourdes.

Ésta era mucho más reservada. Verse en una residencia cuando aún quedaban años por delante para sentirse viva, para recorrer el último trayecto en el que creemos que las raíces que echamos al formar una familia serán nuestro cobijo, el abrigo que nos protegerá de la soledad, estaba siendo un trago demasiado duro.

Para Lourdes, que tenía tres hijos, las raíces de la vida se habían secado. Tal vez por eso cada mañana al despertar necesitaba acercarse a la pequeña ventana de su habitación compartida para comprobar que la planta seguía creciendo. Al menos había algo de savia a su alrededor.

El domingo era el peor día; un túnel negro que conectaba una semana con la otra. Recordaba las reuniones familiares en casa cuando todavía era una madre y abuela que tenía un cometido y su marido vivía. Ahora, en cambio, se sentía un estorbo aparcado en un centro para ancianos.

El trato no era malo pero el vacío, inmenso. Aquel domingo del inicio de una primavera inundada por el frío y la lluvia, un periódico cayó en sus manos mientras se disponía a pasar un rato en un sofá del salón comunitario. Le llamó la atención la carta de una lectora, una tal Pilar, de edad similar a la suya, que, al igual que ella, vivía en una residencia de ancianos.

–Siempre apartada de todos. ¡Lourdes, acércate aquí con nosotros! –le gritó Pepa desde el otro lado de la sala.

Lourdes declinó con un gesto educado, se puso las gafas y comenzó a leer…

«Lo que tengo y lo que no tengo»

«Esta carta representa el balance de mi vida. Tengo 82 años, 4 hijos, 11 nietos, 2 bisnietos y una habitación de 12 m². Ya no tengo mi casa ni mis cosas queridas, pero sí quien me arregla la habitación, me hace la comida y la cama, me toma la tensión y me pesa. Ya no tengo las risas de mis nietos, el verlos crecer, abrazarse y pelearse; algunos vienen a verme cada 15 días; otros, cada tres o cuatro meses; otros, nunca. Ya no hago croquetas, ni huevos rellenos, ni rulos de carne picada, ni punto, ni crochet.

Aún tengo pasatiempos para hacer y sudokus que entretienen algo. No sé cuánto me quedará, pero debo acostumbrarme a esta soledad; voy a terapia ocupacional y ayudo en lo que puedo a quienes están peor que yo, aunque no quiero intimar demasiado. Desaparecen con frecuencia. Dicen que la vida se alarga cada vez más. ¿Para qué? Cuando estoy sola, puedo mirar las fotos de mi familia y algunos recuerdos de casa que me he traído. Y eso es todo. Espero que las próximas generaciones vean que la familia se forma para tener un mañana (con los hijos) y pagar a nuestros padres por el tiempo que nos regalaron al criarnos».

La última frase cabalgó sobre las lágrimas de Lourdes. Cerró el periódico bruscamente y salió corriendo hacia el patio (la residencia no tenía jardín), tirando algunos objetos en su carrera. La vio una celadora y fue tras ella, rescatándola de la tormenta. En tan sólo unos segundos se había empapado: «¿Está loca o qué la pasa?, así va a coger una pulmonía».

–No, no estoy loca. Estoy sola –respondió Lourdes y se abrazó a la celadora.

El incidente generó un pequeño revuelo en el centro, siempre tan falto de emociones o de novedades que rompieran la monótona rutina del abandono.

–Esto es como la prostitución –sentenció uno de los compañeros de Lourdes–. Alguien habrá que esté aquí por propia voluntad, pero la mayoría estamos por imposición de nuestras familias o porque no nos queda otro remedio.

–Lourdes no acaba de adaptarse –añadió Pepa con pena, y fue a recoger el periódico caído en el suelo y abierto por la página que estaba leyendo su amiga–. No me extraña que se haya ido llorando.

Pepa leyó la carta ante el imponente silencio del grupo reunido en el salón, sobre el que planeó la sombra de la cruda realidad que tantas veces intentaban eludir al cabo del día. Ese domingo, a través de la reacción de Lourdes, se había cernido con crueldad sobre todos ellos. Fue a verla pero ella no quería compañía. Estuvo varios días sin apenas comer ni relacionarse con nadie en la residencia, compartiendo consigo misma el abismo hondo y negro de la soledad.

Las llamadas de sus hijos, cada vez más insistentes debido a que se aproximaba el día en el que irían a visitarla, no eran atendidas en el teléfono móvil. Por eso acabaron llamando a través de centralita y entonces habló con su hija, convencida de que si respondía dejaría de insistir.

–Vale, mamá, entonces nos vemos el sábado –apenas habían iniciado la conversación-. Lo siento, te dejo que tengo trabajo. Ah, mamá, una cosa…

–Dime.

–¿Quieres que te llevemos algo?

–Ya lo hablamos el sábado. No hace falta que traigas nada.

Repasó la carta una y otra vez deseando con todas sus fuerzas poder hablar con Pilar, su autora. En todas y cada una de sus palabras se veía reflejada. Hacía incluso las mismas recetas y no solía relacionarse demasiado con sus compañeros del centro porque ya le había pasado en varias ocasiones, que cuando se encariñaba con alguien fallecía porque a esas edades es lo normal. A esas edades…

Negar lo inevitable

Los nietos habían crecido mucho, claro, había transcurrido tanto tiempo desde la última vez que los vio. Ya era sábado. Ya estaban allí. Dos hijos y cuatro nietos. Los primeros con cara de tener prisa por irse y los segundos, distraídos con sus juegos. A la pregunta de si necesitaba algo, Lourdes respondió:

–Sí. Necesito el tiempo que os regalé cuando erais pequeños. Ese tiempo que ya no pasáis conmigo ni dejáis que pase con mis nietos. ¿Qué ha ocurrido con ese tiempo? ¿Lo tenéis vosotros?

En lugar de respuestas hubo un absurdo cruce de reproches entre los hijos, que a ella le sonaron a ruido distante y lejano. Se despidió antes de lo habitual y fue a su habitación con el ánimo encogido, dedicándose a quitarle las hojas secas a la pequeña planta de la ventana. Pensar la conducía solo a una triste melancolía, aunque no podía evitarlo. Se hacen campañas en medios de comunicación contra el abandono animal pero ninguna para que no abandonemos a nuestros mayores. ¿Adónde va ese tiempo que regalaron a los hijos al criarlos de pequeños? Es un tiempo que parece evaporarse para quienes deciden dejar a sus padres o abuelos en un centro en contra de su voluntad.

Pepa intentó animarla:

–Vamos, Lourdes, no lo pienses más, mañana será otro día…

Eso sí, idéntico al anterior. Idéntico al de mañana.

Publicado en:

http://www.abc.es/sociedad/abci-tiempo-regalado-201804151054_noticia.


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Entendiendo la soledad

Por Okairy Zuñiga, 10 de septiembre de 2014, Psicología, en: lamente esmaravillosa.com

Aprender a vivir en soledad con uno mismo es un verdadero arte, ya que social y culturalmente hemos sido educados para estar acompañados. El ideal es tener muchos amigos, ser sociable, tener fuertes conexiones con otros y ser parte de nuestro entorno. Esto lleva a muchos de nosotros a sentir miedo y ansiedad cuando sentimos que no encajamos.

Cuando somos niños no tenemos ningún problema en jugar solos con nuestros juguetes o sentarnos en el parque. Comer nuestro almuerzo solos en la cocina no era el fin del mundo y nadie se sentía raro por hacerlo. Pero al crecer, comenzamos a escatimar el tiempo que pasamos a solas y de hecho, lo evitamos a toda costa.

“La soledad, cuando es aceptada, se convierte en un regalo que nos lleva a encontrar nuestro propósito en la vida” -Paulo Coelho-

Si eres solitario, estás solo

Este es uno de las ideas más antiguas a combatir. Hemos aprendido que si no tenemos demasiados amigos o no estamos rodeados de gente, estamos solos y seremos infelices. El miedo a la soledad nos puede llevar a buscar compañía, incluso si son personas que realmente no aportan nada a nuestra vida y nos hacen sentir infelices.

¿Te ha pasado que en algún momento te das cuenta que tus amigos en realidad no te aportan nada positivo? ¿Te has sentido obligado a ir a un lugar y evento donde te sientes a disgusto solo para no sentirte excluido? Es tu deber entender que no porque seas solitario, estás solo.

Estar en un sitio en el que no quieres estar o tener una pareja que te hace sentir igualmente solo no es positivo para ti. Tan solo acrecentará tu malestar y todo fruto de una creencia errónea. Ser solitario no implica estar solo. Pero sí indica que sabes disfrutar del tiempo que pasas contigo mismo porque te sientes bien y así lo quieres.

Solo cuando dejamos de pensar en las necesidades y opiniones de los demás, seremos capaces de tomar decisiones que nos hagan plenamente felices y orgullosos de nosotros.

No estás atado a nadie

Es cierto que biológicamente pasamos por etapas en las que nuestra supervivencia depende de otros y que con el paso del tiempo, tratemos de crear nuevos lazos para protegernos en el futuro. Además, hoy en día la información circula a una gran velocidad y estamos más interconectados que nunca.

Todos estos elementos nos pueden dar la sensación de que estamos atados a otras personas y que si nos alejamos, perderemos parte importante de nuestra esencia. Esto quiere decir que el miedo a la soledad también se deriva de nuestra propia conveniencia y nos hace quedarnos con quienes ya no queremos estar porque no sabemos si en el futuro encontraremos a alguien que nos complemente de igual forma.

Para muchos el miedo a los conflictos internos y externos que se pueden presentar al tratar de alejarse de la familia y amigos más cercanos es más fuerte. Tener miedo a la soledad en ocasiones se traduce en un temor a conectar con la parte más íntima de nosotros, no solo con nuestras luces sino también con nuestras sombras.

La riqueza de la soledad

La soledad no es negativa, siempre y cuando no la llevemos al extremo. Al contrario, tener momentos para estar con nosotros mismos de vez en cuando es necesario. Así, podemos chequearnos y ver cómo nos encontramos y sentimos, en lugar de pasar de lado.

Si el miedo a la soledad te paraliza o evita que vivas feliz puedes comenzar por cualquiera de este ejercicio:

- Lleva un cuaderno, libro o periódico contigo a un café y pasa un rato a solas.

- No hagas caso a tu necesidad de revisar el celular o cualquier otro dispositivo cada minuto.

- Concéntrate en disfrutar el momento y relajarte.

- Cuando regreses del café, da un paseo, ve a la gente y deja que el tiempo avance.

“La mejor manera de ser feliz con alguien es aprender a ser feliz solo. Así la compañía es una cuestión de elección y no de necesidad” -Mario Benedetti-

Recuerda que la soledad puede ser un buen momento para entrar en contacto contigo y enfrentarte a tus miedos e inseguridades. La soledad te permitirá gestionar tus pensamientos y sentimientos. Tan solo tienes que tener el valor de hacerlos frente.

Okairy Zuñiga, Mis pasiones son leer, escribir, viajar y aprender todo lo posible. Siempre me verás con un cuaderno o un libro en la mano.

Publicado en:

https://lamenteesmaravillosa.com/entendiendo-la-soledad/


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El crecimiento en soledad

Por Okairy Zuñiga, 10 de marzo de 2014, Desarrollo personal, en: la mente es maravillosa.com

Mucha gente le tiene un gran miedo a la soledad por lo que no alcanzan a ver los beneficios que esta trae. Cuando hacemos a un lado nuestros temores podemos aprovecharla para conocer gente nueva, vivir otras experiencias o aprender más sobre nosotros. Porque solo en soledad podemos crecer y madurar de una manera nunca antes experimentada.

Creemos que cuando estamos en soledad tenemos que sentirnos desgraciados. De esta manera, nos rodeamos siempre de otras personas, aún teniendo la necesidad de disfrutar de nuestro propio espacio. ¿De qué tenemos realmente miedo? ¿De la soledad o de lo que nos han hecho creer que implica? Hoy descubriremos las ventajas de brindarnos un tiempo a solas.

Si te sientes en soledad cuando estás solo, estás en mala compañía”
-Jean Paul Sartre-

1. Conocemos las ventajas de una vida simple

El ritmo del mundo actual es caótico, ruidoso y rápido por lo que nos podemos encontrar haciendo cosas que en realidad no nos gustan o preferiríamos no hacer. Aunque estar con amigos o pasar tiempo con la familia puede ser agradable, estar solos nos permite simplificar nuestros intereses.

2. Puedes clarificar tu mente

Estoy segura de que no soy la única persona que está mentalmente saturada. Nuestras mentes tienen la capacidad de almacenar una gran cantidad de información que no siempre nos es útil. Por ello, tener tiempo a solas nos ayuda a poner en orden nuestras ideas, analizar los problemas que creemos tener y eliminar aquello que nos está causando caos mental.

3. Puedes aprender cosas de ti que ni te imaginabas

Cuando pasamos tiempo a solas nos damos la oportunidad de conocer lo que realmente pensamos sobre lo que pasa a nuestro alrededor. Este proceso no lo podemos llevar a cabo cuando estamos rodeados de mucha gente debido a que nuestras percepciones o emociones son alteradas por los demás.

Aunque nunca dejamos de pensar y generar nuevas ideas, al estar solos tenemos la capacidad de diferenciar entre nuestras ideas y las del resto del grupo con el que convivimos.

4. Te obliga a ser menos dependiente

Mucha gente evita estar sola porque sienten una gran necesidad por mantener el contacto con los demás. Esto es natural, las personas somos seres sociales. Sin embargo, también necesitamos un cierto grado de independencia en nuestra vida diaria para mantenernos mentalmente sano. De hecho, la cantidad de interacción social y de soledad que necesitamos en nuestra vida diaria es similar.

5. Te darás cuenta que no necesitas tanto para ser feliz

Cuando nos damos el tiempo para estar a solas aprendemos que muchas de esas necesidades que creemos tener están basadas en el deseo de mantenernos en grupo. En ocasiones confundimos la necesidad de poseer bienes materiales con la posibilidad de estar a gusto dentro de nuestro entorno.

6. Aprendes sobre tu lado negativo
Todos tenemos aspectos negativos que no nos gusta enfrentar y por ello evitamos estar en soledad. Pero si nos permitimos entrar en este estado, no solo aprenderemos de las cosas negativas que tenemos, también podremos tomar las acciones necesarias para combatirlas o cambiarlas. Aunque esto es complicado, también es liberador.

“Nacemos solos, vivimos solos, morimos solos. Solo a través de nuestro amor y amistad podemos crear la ilusión por el momento que no estamos solos” -Orson Welles-

La soledad no es algo a lo que debamos temer ya que no es necesariamente negativa. De hecho, pasar tiempo solos nos puede ayudar a mejorar la relación más importante de nuestra vida: la relación con nosotros mismos. Esto nos ayudará a entender mejor quienes somos y nos hará personas más independientes y seguras.

¿Disfrutas de tus momentos en soledad? ¿Te gusta tener tu espacio para hacer cosas solo? Estar en soledad nos enriquece sobremanera y nos permite reconciliarnos con nosotros mismos. Algo que puede venirnos muy bien cuando depositamos la llave de nuestra felicidad en manos de los demás. Este tan solo debe estar en las nuestras.

Okairy Zuñiga, Mis pasiones son leer, escribir, viajar y aprender todo lo posible. Siempre me verás con un cuaderno o un libro en la mano. En:

Publicado:

https://lamenteesmaravillosa.com/razones-por-las-que-deberias-pasar-tiempo-a-solas/













Fuente: lamenteesmaravillosa.com
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