Con los caramelos media hora en el bolsillo, la bicicleta en una mano, iba caminando por la calle Alberdi al lado de alguien que había elegido mi corazón , una chica que me había encandilado, que logró que tenga cosquillas en la panza, que yo las asocié con el amor, bueno, creí que eso era el amor, y como en el poema de Nervo, “…Todo en ella gustaba, todo en ella encantaba…”, no creo en este caso hablar de quien era esa chica, pero sí de que era lo más importante que yo sentía, y de otra manera, era tan importante como mi mamá, como el equipo de Boca, como el saxo de Fausto Papetti o como lo mejor de mis sensaciones, con el tiempo comprendí, que mi mamá sería hasta hoy siempre importante como en ese momento, también Boca y Papetti, y congelando el tiempo, ella también lo es, hay un lugar en ese tiempo y en la historia donde se detienen nuestras emociones, y un hecho, un acto, una situación un ambiente un aroma, hacen que uno vuelva a ser quien ha sido, por lo que ser es seguir siendo, y cada vez que me remontó a ese lugar donde saqué el caramelo media hora para dárselo, que fue justo en la puerta de la sociedad de Fomento, al lado del mástil, justo en ese lugar fue el momento donde mi mano buscó el caramelo para ella, rara sensación la de un chico emocionado ante una chica distraída y simpática.
Ella no sentía nada, el que sentía era yo, pero que importante que fue!!!, tan importante que lo estoy recordando para escribirlo, parece algo simple y hasta tonto, pero el corazón, el pecho, la ansiedad, no eran cosas tontas, me pasaba a mí, y al recordarlo me está pasando ahora, le pregunto con la mano en el media hora … , “…Quieres un caramelo…”, y ella aceptándolo me dice “…Gracias…”, nada más, un simple gracias, que sonaron como las campanas de la Catedral de Notre Dame repiqueteando en mi corazón, como en esa Catedral del amor donde el feo Cuasimodo tocaba las campanas con toda su fuerza para la hermosa Estrella, yo era Cuasimodo sin duda y tocaba mis campanas que eran campanas de alegría, de felicidad, de ansiedad, de escalofríos, de la vida misma para ella…, éste diálogo del caramelo seguro no pertenecería a la pluma de Shakespeare ni a la de Goethe, pero pertenece a la mía porque me la dictó mi corazón en un momento de la vida, vida que siempre me sorprende, porque no es racional que uno escriba esto, si de racionalidades hablamos, porque esa chica, estrictamente no salió conmigo, no la tomé de la mano, no la bese, nunca bailé con ella, ni arme una familia, ni tuve hijos con ella, tal es así que no pasó mucho tiempo del diálogo del caramelo, que se casó con otro muchacho a quien yo no conocía, pero me fijé quien era el afortunado que caminaba abrazado con esa chica elegida por el caramelo, es decir por mí mismo, pero no estamos hablando de racionalidades, estamos hablando de emocionalidades, y el mundo de las emociones tiene justamente estas particularidades, no necesita de hechos tan profundos para ser feliz sino de emociones, todo lo sentía yo, ella no sentía nada, claro, tonta no era y se debe haber dado cuenta que yo la pretendía o algo así, pero ella con toda la gracia y con toda la amabilidad que tienen quienes pueden habitar el corazón de las personas por años, sin tener nada que ver, me demostró una indiferencia que no ofendía, que es como decir, “…Mirá, no me interesas como novio, o romance, pero aprecio tu galantería…”, y eso yo lo interpreté claramente y seguro debo haber sufrido algo por ello, pero no es lo que mi emoción recuerda, mi emoción sólo recuerda que yo la quería, luego si ella sentía lo mismo o no, parecería irrelevante, en verdad pensándolo bien es rarísimo, pero el amor nunca es racional, el amor muchas veces no responde a esos preceptos clásicos de “sos el amor de mi vida” “hasta que la muerte nos separe”, “es el padre de mis hijos”, y todas esas frases grandilocuentes cuasi materialistas y voluntaristas, no, nada de eso, y no haber construido nada con esa chica del caramelo no me impide emocionarme al escribir esto, pues al contrario también puedo interpretar que puedo hacerlo porque el mundo de los sueños, el de los “castillos de arena” o el de los Reyes Magos es mucho más fuerte que el mundo real, nunca pude resolver bien eso del mundo real en mis sentimientos, en mis emociones, porque siempre mis emociones fueron por el lado del sentir, no por el lado del deber, es decir, no fueron por el lado de la voluntad,
Y yo por esa chica eternizada, en la puerta de la Fomento, al lado del mástil cuando me aceptó el caramelo, sentía y siento, sin duda el amor más grande, siempre recuerdo que me preocupaba cuando llovía porque sabía que ese día no podría verla, hoy parece ingenuo, y es posible que sean ingenuos los sentimientos del corazón que sólo responden a las sensaciones, no a las obligaciones, no se puede decir, tengo que amar, como se dice, tengo que trabajar o tengo que estudiar, no, sencillamente se ama y se ama tan fuerte como yo amé ese instante .
Estoy por decir que el amor es una sensación del instante, sensaciones del instante que nosotros las rodeamos con racionalidades como “Es el amor de mi vida” y todo eso que queda bien, como quedaba en la parte de atrás de los carritos antiguos, “Lo mejor que hizo mi vieja, es el pibe que maneja”, pero no, el amor es un instante de felicidad sin ningún cartelito, el amor es un instante y la suma de esos instantes, porque siempre que el corazón se conmueve uno puede meter la mano en el bolsillo para sacar un caramelo y ofrecerlo como prueba de ese amor…
Quieres un caramelo?
® 2018 Julio Casati
Fuente: WWW.radiolashorascontadas.blogspot.com.ar