¿Cómo evitar 12 neurotóxinas que están cerca de ti y dañan tu salud?

 
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Desde sus primeros pasos como ciencia, la química ha vivido en un eterno dilema: sus creaciones son beneficiosas para el ser humano, ya que posibilitan numerosos avances tecnológicos, pero a la vez pueden ser peligrosas, pues amenazan nuestra salud.

¿Cómo evitar 12 neurotóxinas que están cerca de ti y dañan tu salud?

El uso de nuevas sustancias químicas se ha ceñido siempre a la famosa máxima de Paracelso, “solo la dosis hace el veneno”. Pero la premisa básica de la toxicología tiene un problema: no es nada sencillo calcular a partir de qué dosis una sustancia pasa a ser peligrosa.

La historia de la industria química está repleta de productos que pensábamos seguros y hemos ido retirando tras comprobar su enorme peligrosidad. Y no hay ninguna razón para pensar que los compuestos a los que seguimos expuestos hoy en día no entrañan ningún riesgo.

Hace poco más de un año, los científicos Philippe Grandjean, de la Universidad de Harvard, y Philip Landrigan de la Escuela de Medicina del Hospital Monte Sinaí, publicaron una polémica revisión en The Lancet Neurology que acaparó la atención de la prensa del todo el mundo. En ella aseguraban que la humanidad se enfrenta a una “pandemia silenciosa”, causada por un conjunto de neurotoxinas, capaces de alterar el correcto desarrollo del cerebro humano.

En concreto, los autores identificaron en su artículo 12 compuestos químicos cuya neurotoxicidad está comprobada –el doble de los que registraron en una revisión similar en 2006– pero aseguran que podría haber muchos más, pues seguimos sin comprobar con exactitud los problemas que pueden causar las sustancias químicas antes de que lleguen al mercado.

“El número total de sustancias neurotóxicas reconocidas actualmente representan, casi con total seguridad, una subestimación del verdadero número de neurotóxicos que han sido esparcidos en el medio ambiente”, aseguraban los autores en el estudio. “Nos preocupa enormemente que los niños de todo el mundo se estén exponiendo a unas sustancias químicas desconocidas que erosionan silenciosamente su inteligencia, están alterando su comportamiento, truncando sus logros futuros y dañando a la sociedad en su conjunto, quizás de forma más preocupante en los países en desarrollo”.

En 1962 se publicó Primavera silenciosa, el libro de la bióloga marina Rachel Carson, considerado el primer texto divulgativo que trata el impacto ambiental. El volumen advertía por primera vez de los efectos perjudiciales que los pesticidas tenían sobre el medio ambiente y causó tal alarma que el Gobierno estadounidense se vio obligado a prohibir el uso del popular DDT (Dicloro Difenil Tricloroetano).

Cuando se publicó Primavera silenciosa muchos científicos criticaron el alarmismo de la autora. Hoy sabemos que el libro de Carson contenía muchas imprecisiones pero también que, como ella denunciaba, el DDT es un peligroso neurotóxico, un cancerígeno y tiene efectos incontrolables una vez que se incorpora a la cadena trófica. Algo parecido ocurrió con el plomo, un metal pesado que hoy sabemos altamente tóxico pero que hasta hace no tanto estaba presente en pinturas, gasolinas e, incluso, juguetes.

A día de hoy sigue siendo difícil saber con exactitud los problemas que puede causar una sustancia química, pero contamos con herramientas mucho más avanzadas, y conocemos mejor la forma en que los neurotóxicos alteran nuestro desarrollo.

El cerebro se empieza a formar en las primeras semanas de gestación y finaliza su desarrollo en los dos primeros años de vida, cuando la mayoría de los millones de neuronas que forman nuestro sistema nervioso están donde tienen que estar. Pero hasta entonces, tiene lugar un complicado proceso: las neuronas deben moverse al lugar correcto y en el orden correcto. Y este proceso está dirigido por hormonas y transmisores químicos, cuya función puede ser alterada por otras sustancias.

En opinión de Grandjean y Landrigan, los trastornos del desarrollo neuroconductuales –como el autismo o el TDAH–, que actualmente afectan a más del 10% de los bebés, son causados sólo en un 30 o 40% por factores genéticos. El resto de casos, aseguran, provienen de la exposición del feto a los neurotóxicos presentes en el ambiente. Y es algo que cada vez están comprobando más estudios.

Desde los años 90, diversos centros de investigación han realizado estudios de cohorte que analizan la evolución de los niños desde la gestación en el vientre materno hasta que son adolescentes. En paralelo a estos análisis, los investigadores registran la exposición de la madre y el nacido a los neurotóxicos, cuya presencia es registrada en análisis de sangre y de orina e, incluso, en muestras de aire y polvo de sus casas. Son estudios caros y que tardan mucho tiempo en ofrecer resultados, pero están empezando a dar sus frutos y hoy sabemos con certeza que la exposición a ciertas sustancias químicas están vinculadas a la pérdida de atención y la disminución del rendimiento en exámenes de inteligencia.

“Este es el gran avance”, aseguró Landrigan en un completo reportaje publicado en The Atlantic. “La comunidad científica domina ya la técnica para hacer estos estudios, y se han estado realizando el tiempo suficiente como para arrojar resultados espectacularmente buenos”.

¿Quimiofobia o alarmismo justificado?
En la actualidad nadie niega que la exposición a ciertas sustancias químicas puede causar serios problemas de salud, pero en cuanto se publican estudios como el de Landrigan y Grandjean aparecen enseguida palabras como “quimiofobia” o “alarmismo”.

La postura de la industria química y de muchos científicos es que la toxicidad de las distintas sustancias puede controlarse en función de su exposición, y, siempre que esta no sea exagerada, su uso no entraña ningún peligro.

“Muchos de los químicos de los que hablan [Landrigan y Grandjean] son neurotóxicos del desarrollo bien conocidos, pero todo depende de cuál sea el nivel de exposición”, explicaba la doctora en toxicología Laura Plunkett en The Atlantic. “Es como todo. Si no le das a la gente lo suficiente, o no tomas bastante en tu agua, tu comida o el aire que respiras, no va a tener ningún efecto”. En su opinión, la mayoría de la población está en contacto con niveles demasiado pequeños de los neurotóxicos identificados por los autores como para que supongan un peligro.

Se trata de un tema complejo, pero en algo coincide todo el mundo: hay al menos 12 toxinas que pueden causar problemas en el desarrollo de nuestros hijos. Y no está de más saber cuáles son, dónde se encuentran, para qué están prohibidas y para qué no –la legislación europea, la reciente REACH, que Landrigan y Grandjean alaban en su artículo, es mucho más restrictiva que la americana– y cómo podemos evitar exponernos a ellas.


Los 12 neurotóxicos que pueden dañar nuestros cerebros

1. Manganeso
La mayoría de las latas de aluminio para bebidas contienen entre 0,8% y 1,5% de manganeso.

El elemento 25 de la tabla periódica es un metal que se ha utilizado como pigmento desde la prehistoria. Se trata de un elemento esencial en nuestra dieta y necesitamos ingerir entre 1 y 5 mg al día, pero su consumo en exceso, a partir de 11mg, resulta tóxico. Un estudio de 2010 mostró que la exposición continuada al manganeso presente en el agua está asociada a un descenso en los niveles de inteligencia de los niños en edad escolar. Actualmente sólo se considera peligrosa una concentración de manganeso en agua mayor de 50 µg Mn/L (hace menos de cinco años se consideraba segura una exposición de hasta 300 µg Mn/L).

2. Flúor

El más electronegativo y reactivo de todos los elementos de la tabla periódica es enormemente beneficioso para nuestra salud bucodental, y casi todos lo usamos a diario cuando nos cepillamos los dientes, pero eso no quita que sea también un neurotóxico. “Es una espada de doble filo”, reconoce Landrigan. No hay duda de que, en bajas dosis, es beneficioso, pero en grandes dosis provoca lesiones en huesos y dientes y, además, puede tener efectos negativos en el desarrollo cerebral.

Se ha comprobado que la presencia de flúor en el agua alcanza niveles peligrosos en algunas zonas de China, pero en España no debemos preocuparnos por esto y mucho menos por nuestra pasta de dientes.

3. Clorpirifós

El clorpirifós es un pesticida de uso agrícola ampliamente utilizado en cultivos como el algodón, el maíz las almendras o las frutas. Cuando se empezó a comercializar a mediados de los 60, su propietario, Dow Chemical Company, lo vendió como un plaguicida doméstico ideal. En 2001 la agencia de protección medioambiental de EEUU restringió su uso a las plantaciones agrícolas y se sigue utilizando ampliamente en éstas.

Aunque el clorpirifós no es bioacumulable en el medio y se degrada rápidamente en la atmósfera, puede acabar en nuestras frutas y verduras y, según Landrigan y Grandjean, sigue siendo uno de los neurotóxicos más peligrosos. “Recomiendo a las mujeres embarazadas que coman productos ecológicos porque reducen la exposición a los pesticidas en un 80 o 90%”, explicaba Landrigan en The Atlantic. “Estos son los químicos que realmente me preocupan”.

4. DDT

Este famoso insecticida vivió su momento de gloria en la primera mitad del siglo XX pero pronto se comprobó su enorme peligrosidad: afectaba a la glándula suprarrenal, al cerebro, al hígado, al nervio periférico, al sistema reproductivo y al feto, pudiendo provocar cáncer y tumores.

En 1972 el DDT se prohibió en EEUU y, poco después, en la mayoría de países del globo. En la actualidad hay científicos que piensan que se debería recuperar para acabar con el mosquito que causa la malaria, una opinión que respaldó la OMS. El debate, muy polémico, continúa.

5. Tetracloroetileno

Este disolvente, ampliamente utilizado en la industria textil y siderúrgica, es un peligroso tóxico cuya exposición, además de afectar al desarrollo cerebral de los niños, provoca numerosos problemas en los adultos que están en contacto con él en el trabajo. Diversos estudios epidemiológicos han comprobado además que la sustancia es capaz de provocar tumores en animales de laboratorio, por lo que está considerado un posible cancerígeno.

Por suerte se trata de una sustancia que se evapora fácilmente en el aire, así que su persistencia en el medio no es muy grande.

6. Bifenilos policlorados (PCB)
Los PCB se usaban en numerosos equipos eléctricos. Los PCB se usaban en numerosos equipos eléctricos.

Los PCB se usaron masivamente hasta mediados de la década de 1970 como aislantes para equipos eléctricos como transformadores, interruptores, condensadores y termostatos. Durante el tiempo que se utilizaron, los PCB, que son muy estables, se acumularon en el medio ambiente.

Su concentración en el feto afecta directamente al desarrollo del sistema nervioso y, como consecuencia, a la capacidad intelectual. En EEUU y Canadá se ha estimado que el conjunto de población posterior a la difusión masiva de PCB ha podido nacer con entre un 5% y un 7% de disminución intelectual respecto a las generaciones anteriores.

Su uso está actualmente prohibido en casi todo el mundo.

7. Polibromodifenil éteres (PBDE)

Estos compuestos bromados se usan como retardantes de llama en plásticos y espumas. Están presentes en numerosos equipos electrónicos pero, sobre todo, en los muebles, pues se aplica en las espumas de poliuretano presentes en estos. Su uso se popularizó para sustituir a los éteres bifenilos policlorados (PCB) que se prohibieron a finales de los 70. Pero el sustituto no fue mucho mejor.

Su degradación en la atmósfera es muy lenta, por lo que es un compuesto persistente, además de bioacumulativo en los animales. En 2006 el estado de California prohibió su uso después de que un estudio de la universidad de Columbia comprobara que la sustancia estaba presente en altas concentraciones en la leche materna, lo que se relacionó con un menor coeficiente intelectual y una pérdida de atención en los lactantes. En Europa su uso está permitido dentro de determinados umbrales considerados (de momento) seguros.

8. Arsénico

El arsénico es uno de los elementos más tóxicos que se encuentran en la naturaleza, pero los humanos han aumentado su presencia debido a que es un componente esencial en la industria. Su presencia en el aire, el agua y los alimentos es una preocupación constante de las autoridades medioambientales y sanitarias.

El pasado octubre un grupo de investigadores de la Universidad Miguel Hernández (UMH) publicó un estudio en el que alertaba del alto contenido de arsénico (orgánico e inorgánico) presente en el arroz, que puede resultar peligroso para las personas celiacas que no suelen comer otro tipo de cereales. Y no hay año que pase sin que la presencia de arsénico en los acuíferos obligue temporalmente a cortar el suministro de agua potable en determinadas poblaciones.

9. Plomo
El plomo estaba presente en numerosas pinturas.El plomo estaba presente en numerosas pinturas.

Este metal pesado tiene innumerables aplicaciones industriales y, aunque su toxicidad es conocida desde hace centurias, era un material tan útil que nos hemos resistido siempre a dejar de utilizarlo. En 1921 la General Motors empezó a elaborar gasolina con tetraetilo de plomo, lo que elevaba los octanos de ésta. El plomo acabó contaminando la atmosfera y solo se prohibió el uso de este combustible cuando los peligros para la salud que estaba causando fueron más que evidentes.

Ya en 1960 el microbiólogo y ganador del premio Pulitzer, René Dubos, aseguró que la exposición al plomo estaba “tan bien definida, con las causas y las curas conocidas, que si no eliminamos este crimen social, nuestra civilización se merece todos los desastres a los que está predestinada”. Tuvieron que pasar décadas para que el plomo se prohibiera en cacerolas, tuberías (que contaminaban el agua potable) y pinturas.

Entre 1970 y 2012, los niveles de plomo en sangre considerados tóxicos por las autoridades han pasado de 60 microgramos por decilitro a 5. No cabe duda de que la exposición al plomo se ha reducido considerablemente, pero es difícil saber si lo ha hecho lo suficiente.

10. Mercurio
Hasta 2006, cuando la Unión Europea aprobó prohibir los termómetros de mercurio, la mayoría de hogares españoles guardaba en un cajón una pequeña muestra de esta sustancia extremadamente tóxica.

El mercurio se acumula en el suelo o en las aguas superficiales, y los microorganismos son capaces de transformarlo en metilmercurio (CH3Hg), que es un compuesto mucho más tóxico, y que al absorberse provoca serios problemas en el sistema nervioso de todos los animales.

En la actualidad el manejo del mercurio en entornos laborales está muy controlado, pero es más difícil monitorizar su presencia en el ambiente. Los peces de la cúspide de la cadena trófica (como el pez espada, el atún o la caballa) tienen una tendencia natural a concentrar mercurio. Por ello se recomienda a las embarazadas (que, recordemos, son las que tienen que tener especial cuidado con todos estos neurotóxicos) no consumir estos animales.

11. Tolueno
Este hidrocarburo es una materia prima con muchísimas aplicaciones industriales, necesaria para la elaboración de poliuretano, medicamentos, colorantes, perfumes, dinamita y detergentes. También se utiliza como aditivo en los combustibles.

La exposición a grandes concentraciones puede provocar afecciones en el sistema nervioso de la persona. Por suerte, el tolueno es biodegradable, por lo que, aunque puede tiene cierta toxicidad sobre la vida acuática, no contamina tanto el medio ambiente como otros compuestos.

12. Etanol
El alcohol etílico –sí, ese que ingieres cada vez que tomas un vino o una cerveza– es una sustancia tóxica y es bien conocido su efecto pernicioso en el desarrollo del feto. Hoy todas las embarazadas saben que no pueden beber, pero el síndrome alcohólico fetal no fue identificado como tal hasta 1973 y no fue hasta los años 80 cuando las autoridades sanitarias empezaron a pedir a las mujeres embarazadas que evitaran el consumo de alcohol.


Fuente: www.elconfidencial.com
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