En Colombia falta enseñar a pensar

 
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La mayoría de colegios aseguran que forman en pensamiento crítico. Sin embargo, las normas internas de las escuelas demuestran que su alcance es limitado. ¿Por qué? Las instituciones educativas anuncian con carteles los méritos de su sistema de enseñanza. Dentro de las características, sostienen que el colegio es bilingüe, mixto y que forma a jóvenes con pensamiento crítico. (Pero distan mucho de la pedagogía de ‘enseñar a pensar’)

 En Colombia falta enseñar a pensar

En: semana.com, Educación, 4 de enero de 2017, 07:00

Abajo de las vallas informan que las inscripciones están abiertas y cuando los padres van a las inducciones para conocer el colegio en el que pagarán bonos y matrículas, les exponen sólidos argumentos para hacerlo.

Por ejemplo, les describen la importancia de un segundo idioma en un mundo global, enumeran las ventajas de convivir con personas del otro sexo, y además, les explican cómo formar las estructuras de pensamiento.

Cuando los colegios exponen con orgullo su pedagogía se precian de la enorme distancia que los separa de los métodos tradicionales. La influencia de las teorías modernas del aprendizaje los aleja de los dictados y la memorización para formar los procesos de pensamiento, según lo sostiene el investigador en educación Eleazar Narváez en un artículo.

La pedagogía se basa en la resolución de problemas y en el desarrollo del pensamiento, de acuerdo a los requerimientos nacionales e internacionales. Así funcionan las pruebas estandarizadas, como Pisa y Saber, y los sistemas más exitosos como Singapur, Shanghái, Finlandia o Nueva Zelanda: evalúan las competencias y habilidades, más no los conocimientos.

Discurso y práctica

“Decir que forman el pensamiento crítico hace parte de la enumeración de frases publicitarias, como por ejemplo, que educan niños felices y solidarios que desarrollan libremente su personalidad. Sin embargo, las instituciones no necesariamente cumplen los lemas del mercadeo. Por ejemplo, es común que impongan modelos de conducta e incluso de sexualidad”, aseguró un profesor de Literatura.

La situación que describe el maestro no se aleja de la verdad en algunas instituciones. En una investigación publicada en Semana Educación se encontraron casos en los que manuales de convivencia llamaban a la homosexualidad una práctica aberrante y la consideraban como una falta grave que era un motivo de expulsión.

La profesora de estudios curriculares y desarrollo docente de la Universidad de Toronto Kathy Bickmore le aseguró a Semana Educación que no se puede pretender cultivar la democracia y la cultura para la paz en ambientes autoritarios que imponen dogmas. Lo mismo puede plantearse en cuanto al pensamiento crítico, “¿cómo es posible desarrollarlo?”, se preguntó retóricamente, “si las instituciones educativas asignan cuáles son comportamientos correctos y en qué consisten las pautas preestablecidas; ¿cómo construir criterio cuando el discurso contradice a la práctica?”, se cuestionó.

Una cosa es lo que se dice y otra cosa es lo que se hace. Un maestro de Ética de Bogotá le aseguró a Semana Educación que cuando empezó a trabajar le dijeron que tenía que formar las estructuras de pensamiento, que ese era uno de los objetivos pedagógicos de la institución, no obstante, nunca explicaron a qué se referían exactamente; tampoco le dieron instrucciones sobre cómo enseñarlo, ni le suministraron materiales didácticos para hacerlo. Simplemente asumieron que se haría naturalmente.

Formar para pensar

Lo que hay que preguntarse es qué significa pensar críticamente. Según Rafael Silva, director de la maestría de estudios sociales de la Universidad Icesi, se trata de la capacidad que tiene un individuo para pensar los fenómenos sociales, políticos, geográficos y ambientales a los que se enfrenta, con criterio propio, informado y con una capacidad de análisis que le permita apreciar las diferentes formas de pensar. El pensamiento crítico implica una reflexión en su contexto, que lo pueden llevar a tomar distancia y que lo convierte en un sujeto pensante. Por otra parte, según la Fundación del Pensamiento Crítico es necesario desarrollar tres partes, la toma decisiones para resolver problemas; el ejercicio de análisis, argumentación e inferencia; y la capacidad de clasificar la información.

El pensamiento crítico está atado con la educación liberal, para que no solo se tengan conocimientos, sino que se sea un sujeto político, un ciudadano. “Pero lo que hemos visto en el plebiscito, por ejemplo, demuestra la gran falencia de la educación colombiana: poco se ha logrado. Los ciudadanos no decidieron racionalmente”, afirmó Silva. Muchas de las personas que votaron por el sí o por el no, aseguró, votaron por la propaganda.

“No se atrevieron a confirmar, a contrastar con sus propios prejuicios morales o políticos”, aseguró. Es necesario tomar distancia para analizar si uno está en lo cierto, contrastar la información de los medios, de las redes sociales.
¿Por qué es difícil enseñarlo?

La principal dificultad es que los profesores no pueden enseñar lo que no saben hacer o no hacen cotidianamente. Pensar sopesando los diferentes puntos de vista, analizar los argumentos del otro, contrastar información antes de asumir una posición, es un hábito que no todos los maestros tienen en su vida ni en las clases.

Según Jorge Bueno, director del Instituto de Astrobiología, en muchas instituciones los conocimientos no se aprenden con la exploración, sino con el dictado de fórmulas; los profesores enuncian verdades en las clases y esperan que los estudiantes las escriban en sus cuadernos. A pesar de que afirman que forman con métodos modernos, en las evaluaciones censuran los errores, es decir, castigan cuando no repiten la información correctamente.

Según un profesor de Filosofía, en especial los profesores de Ciencias y Matemáticas demuestran un ligero desprecio por las humanidades porque no son suficientemente rigurosas. “Muchos maestros entiende la seriedad disciplinar asociada con el número de estudiantes rajados y pocas veces proponen un acercamiento diferente, crítico, que analice desde la distancia su disciplina y su sociedad” según afirmó. Solo se esfuerzan por cubrir temas, evaluar, dictar más contenidos y volver examinar. No establecen un diálogo entre la disciplina y la sociedad, como por ejemplo, con los problemas que implica la energía nuclear, aseguró Bickmore.

“En mi experiencia como educador de profesores veo que hay mucha homogeneidad entre los estudiantes. Les cuesta hacer análisis y reflexiones profundas”. Así afirmó un profesor de Historia de la Universidad Pedagógica. Lo que está ocurriendo, aseguró, es que en las universidades que forman profesores se ha creado una cultura de adoctrinamiento ideológico. En la Distrital y en la Pedagógica se ha impuesto el ‘mamertismo’.

Expresan que hay unos personajes intrínsecamente malos”, sin embargo, “cuando uno les pregunta por qué son tan perversos simplemente lo desconocen”. Les cuesta establecer relaciones, argumentar, y pensar por sí mismos. Entonces, cuando enseñan suelen dar fechas, exponer datos, pero sin contexto, sin análisis y eso es lo que transmiten en el aula.

La situación ha llevado a un cuello de botella. La educación tiene que ver con inculcación de hábitos. Uno enseña si uno tiene esos hábitos, si esa disposición no está inculcada, es muy difícil enseñarlos. En el aula, los profesores deben ejercitar, aprender a tomar distancia: aprender argumentar, a sopesar las opiniones del otro. No es una cuestión cognitiva: debe ser un hábito en la vida diaria.

Publicado en:

http://www.semana.com/educacion/articulo/pensamiento-critico/511341


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'En Colombia no se enseña a pensar sino a ser sumisos': Juan R. Ortega

El hombre que desde la Dian le ha dado duro al contrabando, deja la entidad para vincularse al BID.

Por María Paulina Ortiz, en eltiempo.com, 7 de julio de 1914, 8:45 p.m.

Juan Ricardo Ortega caminaba por los pasillos de un castillo de Francia, junto a su familia y unos amigos, cuando empezó a hablar con acento español. Les explicaba en detalle la historia del lugar, citaba fechas, personajes, pormenores precisos. Varios de los turistas que pasaban a su lado se quedaron junto a él, convencidos de que quien hablaba era un guía experimentado. Entre risas disimuladas de su familia, Ortega siguió su disertación rodeado de un grupo cada vez más grande. Esta anécdota describe por lo menos tres de las características del actual director de la Dian: su memoria prodigiosa, su gusto por la historia y su humor fino.

Ortega tiene 47 años y este es un resumen de su hoja de vida: bachiller del Liceo de Cervantes, economista de la Universidad de los Andes, máster en Finanzas, Economía y Matemáticas de la Universidad de Yale y candidato a doctor en Desarrollo Económico de la misma universidad; consejero económico en la presidencia de Andrés Pastrana, viceministro de Hacienda en el periodo de Álvaro Uribe, asesor del Banco Interamericano de Desarrollo, director de Estudios Económicos en Planeación Nacional; secretario de Hacienda de Bogotá durante la alcaldía de Samuel Moreno, cargo que dejó cuando Juan Manuel Santos lo buscó para la dirección de la Dian, donde está hace cuatro años.

Varios analistas definen a Ortega como el mejor timonel que ha llegado a esa entidad. Afirman que la despolitizó, que entabló una lucha efectiva contra la corrupción y el contrabando, que logró implantar medidas –muchas de ellas controvertidas, como suele ser su estilo– que aumentaron el recaudo tributario. Algunos se arriesgan y opinan que es el mejor funcionario del gobierno Santos. No obstante, Juan Ricardo Ortega ya anunció que se va.

Es jueves, diez de la mañana, y el director llega a su despacho después de haber cumplido dos compromisos previos. Traje de paño, sin corbata. Aparenta más estatura que sus 1,94 metros. Saluda cordial, pero se queda mirando una puerta:
–En el diseño de las próximas oficinas, tengan en cuenta la conexión visual entre la gente. Es bueno que las personas se vean –les dice a los asistentes que lo rodean. La Dian está en remodelación y él se apura a dejar los últimos consejos.

Las noticias recientes han dicho que Ortega renuncia porque las amenazas en su contra, derivadas de los callos que ha pisado en las mafias del contrabando, han aumentado al punto de tener su vida en alto riesgo. Permanece custodiado por escoltas y ambas situaciones –el pesado esquema de seguridad, las amenazas– genera tensión en su familia. De manera que él prefirió darles a su esposa, la periodista económica Paola Ochoa, y a sus tres hijos un ritmo de vida diferente. Sin embargo, Ortega tiene una forma diferente de ver su realidad: “Si uno está amenazado o no, es un misterio. Siempre trato de aplicar el método científico. Si no veo las cosas o no tengo la fuente, no creo. Mi papá decía que no hay que creer en las palabras, sino mirar la evidencia empírica. Miro y no veo nada”.

Nombra a su papá con frecuencia. Es hijo de Francisco Ortega Acosta, el prestigioso economista que durante tres décadas fue gerente del Banco de la República. La ética férrea que le reconocen al actual director de la Dian, él la explica como una de las claras herencias de su padre. “En otros temas, mi relación con él fue más compleja.

Se desesperaba con mi torpeza”, cuenta. Con torpeza quiere decir, por ejemplo, que no jugaba fútbol con las virtudes que su papá (gran aficionado a este deporte) quería ver en él. “Me mandaba un balón y yo, flaco, débil, no era capaz de agarrarlo. Eso lo estresaba”. La infancia del director de la Dian estuvo marcada por una sinovitis en la cadera generada por una infección bacteriana. Pasó meses enteros en cama con unos tubos pegados a las piernas y unas pesas colgando de ellos.

Su mamá lo llevaba cargado al colegio los días de exámenes y el tratamiento duró más de lo habitual por un error en el primer diagnóstico médico. “No tenía musculatura. Imagínese pasar dos años así amarrado. Duré mucho en volver a caminar y cuando empecé a hacerlo era muy torpemente”. Se volvió la burla de los compañeros. Le pegaban, lo empujaban. El típico matoneo que hoy él recuerda como cosas de niños, sin darle ya mucha importancia.

Lo marcó más su dislexia. Empezó a notarse porque escribía mal, confundía las letras, los números. Entendía lo que le decían de forma oral, pero al escribirlo o decirlo venía el desorden. Ortega estuvo en tratamiento casi todos los años de colegio. Día tras día, desde segundo de primaria hasta cuarto de bachillerato, fue a terapia con una experta en este trastorno de lectoescritura.

Allá le hacían ejercicios que eran como juegos para él, aprender versos, repetirlos. “Se superaba muy rápido”, recuerda su mamá, Beatriz López, que lo llevaba a sus citas. Ella misma se encargaba de entrenarlo en casa y de pedirles a los profesores que le permitieran presentar sus exámenes de forma oral. (Incluso en Estados Unidos, durante su maestría, también pedía que los exámenes no fueran escritos). “Se equivocaba hablando, pero el contenido de sus respuestas eran perfectas –dice su mamá–.

Nunca lo vi estudiando, pero todo lo absorbía. Como si tuviera algo especial en el cerebro para comprender las cosas”. Esa es otra de las características que le observan quienes han trabajado a su lado: su inteligencia para captar el meollo de los asuntos y, en cualquier situación, poseer una mirada original de las cosas.

* * *

Algunos lo describen como arrogante. Ortega ha sido profesor durante años y muchos de sus alumnos no lo recuerdan con demasiado aprecio. Él lo tiene claro: “Mi objetivo nunca ha sido ser popular. Y no creo que ser popular refleje hacer bien una labor”. En realidad, no es de muchos amigos ni es de los que se excede en elogios a otros si no los considera precisos. Tampoco es de muchas palabras.

Puede permanecer callada durante una larga reunión si no encuentra algo importante qué decir y, si las conversaciones que lo rodean le parecen tontas, puede salir con “una pesadez”, cuenta un amigo cercano. “Cuando digan algo interesante, participo”, es una frase que se le oye con frecuencia. Se siente mejor hablando con gente del común. “Las personas que se consideran refinadas hablan basura muchas veces, y yo soy intolerante a la basura. Entonces les caigo mal porque los refuto de manera rápida”.

En una ocasión se hizo una de esas pruebas que miden la inteligencia y el resultado fue alto. Pero él no lo tuvo en cuenta. “Le cogí miedo a esas cosas porque uno puede cometer muchos errores si piensa que es muy inteligente”. Por eso prefiere partir de la base de que está equivocado.

De ahí viene la manera en que elige a su equipo de trabajo: personas que piensen diferente a él, de fuerte autoestima y que sean capaces de decirle que no. “El día que uno cree que sabe más de la cuenta, se equivoca de manera crasa. Las buenas ideas son aterradoras. Las palabras seducen y no necesariamente reflejan la realidad. Me preocupa más la realidad que las palabras. Esa es otra de las herencias de mi padre”, dice el director de la Dian.

Fue su papá quien lo condujo a estudiar la carrera de economía, por encima del deseo de Juan Ricardo de elegir la física y las matemáticas. “Me dijo que estudiar eso ni por el …”, cuenta. La verdad es que la estrella (y a veces el fantasma) de su padre lo ha marcado de forma definitiva. “Su papá era muy exigente con él, le pedía un rendimiento muy alto”, recuerda Beatriz. Ortega es el único varón en un hogar de tres hijos. El listón por superar no solo venía de sus padres, sino de él mismo.

En Los Andes, matriculado en economía, decidió tomar clases de matemáticas. Ahí se encontró con un profesor que moldeó su carácter: Sergio Fajardo. “Me dijo: usted es un mediocre. No da lo que puede dar”, cuenta Ortega. Fajardo recibió a Juan Ricardo en sus cursos de matemáticas. Aunque llegó con entusiasmo, venía sin el conocimiento que ya tenían sus otros alumnos. “Desconocía mucho el rigor del tema. Por eso lo primero que pensé era que no iba a aguantar –recuerda Fajardo–. Pero él no se amilanó. Mostró un tesón impresionante”.

Juan Ricardo Ortega ha sido un hombre de metas cumplidas. Sin embargo, una todavía está pendiente: su tesis de doctorado en Yale. Durante sus años de estudio, Ortega sacó las notas más altas. Lo becaron. Los profesores le decían que su tesis iba a ser de las mejores, que con seguridad sería algo extraordinario. Pero, al final de los estudios, Ortega se deprimió. “Un día empaqué mis cosas y me fui –dice–. Me avergoncé profundamente de no haber terminado la tesis. Sentía que les había fallado. Algún día voy a poder hacer la tesis que les debo. Es una deuda que tengo con ellos y conmigo”.

–¿Qué pasó con la tesis, por qué no la hizo?

–Muchas cosas pasaron. A uno lo educan en Colombia para repetir. Hay un filósofo francés, probablemente el tipo más inteligente hoy en día, Philip Pettit, que dice que las sociedades exitosas están donde a nadie se le domina, donde la gente pueda decir no. Cuando a uno lo educan en Colombia como a mí me educaron, lo preparan para repetir, para decir lo que el profesor dice. Aquí se sanciona estar en desacuerdo, hay un énfasis enorme a la obediencia. Es un país donde no se puede decir no, donde buscan personas sumisas. Entonces, cuando llegan y le dicen “usted, piense”, uno no siente que sea capaz intelectualmente. Uno no tiene la autoestima, y pensar es un acto de autoestima. Fue un shock duro en su momento.

En los próximos días Juan Ricardo Ortega viajará a Estados Unidos con su familia. Será asesor del BID, desde donde se sentará a pensar, a escribir, a investigar los temas económicos que lo trasnochan. Y a digerir en su mente lo que será muy pronto la tesis de su doctorado.

María Paulina Ortiz, Redacción El Tiempo

Publicado en:

http://www.eltiempo.com/economia/empresas/en-colombia-no-se-ensena-a-pensar-sino-a-ser-sumisos-juan-ricardo-ortega/14218298


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'Hay que enseñarle a la gente a pensar': Rodolfo Llinás

En el El Tiempo, género periodístico: entrevista, sección debes saber, martes, 22 de Febrero de 2011,

Se inaugura en Maloka la sala interactiva 'Movimiento: la energía del pensamiento'.

Desde hoy se abre la posibilidad de comprender los procesos del pensamiento y las funciones del cerebro, de la mano de los neurólogos e investigadores Rodolfo Llinás y Roberto Amador.

Sus aportes científicos sobre la forma como opera este órgano se concentran en la nueva sala interactiva de Maloka 'Movimiento: la energía del pensamiento', abierta al público desde hoy.

El objetivo, según el científico Llinás, es explicarles a los visitantes, de forma amena y clara, la evolución y las funciones del cerebro. "El cerebrario es una estructuración basada en mi libro 'El cerebro y el mito del yo'; mis colegas lo introdujeron en una realidad física", explica este humanista y genio de la neurociencia y la neurofisiología.

"La gente no solo va a saber qué es el cerebro, también va a poder decir 'soy mi cerebro', pues la mayoría no lo sabe", agrega Llinás, director del Departamento de Fisiología y Neurociencia de la Universidad de Nueva York.

Precisamente, en 'El cerebro y el mito del yo' Llinás defiende la teoría de que los seres humanos son su cerebro, pues en él se generan su autoconciencia y el yo de cada uno. Los pensamientos, las emociones, la conciencia de sí mismos o el 'yo' son estados funcionales del cerebro.

Y esto se refleja en la sala inaugurada ayer, donde, a través de experiencias interactivas, audiovisuales, cómics y personajes virtuales y reales, los visitantes podrán entender conceptos simples, como el desarrollo cerebral a partir de la necesidad de movimiento de los seres vivos para alimentarse, huir o defenderse.

"Lo que hemos dado en llamar pensamiento es la interiorización evolutiva del movimiento. El control cerebral del movimiento organizado dio origen a la generación y naturaleza de la mente", indica Rodolfo Llinás.

¿Cómo se potencia el desarrollo del cerebro en los primeros años?

Al niño hay que explicarle las cosas, no decírselas simplemente. Es necesario ayudarlo para que no le dé pena preguntar y cuando pregunte, responderle. Ya con esto está el 90 por ciento hecho.

¿Por qué es importante este estímulo cerebral y cómo se refleja esto en la educación y el aprendizaje?

Si los padres responden bien, los niños empiezan a entender que se puede confiar en ellos y que se pueden comunicar. Los maestros son la continuación de la educación de la casa y si los maestros y los padres van en este mismo propósito, se hace un tránsito indoloro y muy productivo a la educación.

¿Cómo califica hoy la educación en Colombia?

Podría ser mejor... Imagínese que los profesores no fueran los dueños del conocimiento sino los guías, se mejoraría el 50 por ciento de la educación solo con esta posición.

¿En qué estamos fallando, entonces?

Están fallando en que los profesores tienen un conocimiento y se lo transmiten a los niños, pero no deben actuar como dueños del conocimiento. Deben ser guías. Deben dejar que sus alumnos piensen, creen, inventen...

¿Para usted qué es una educación con calidad?

Esa en la cual la persona no se llena de conocimientos, pues el conocimiento son detalles; es esa que enriquece intelectualmente, que le permite adquirir una concepción general de lo que es el universo y de lo que quiere, es decir, la educación ante todo es contexto y luego contenido.

¿Y aquí no hacemos contexto?

Sólo contenido y pocos conceptos...

¿Y cómo se logra este contexto?

Pensándolo muy bien y teniendo una buena educación como educador.

¿Cómo ligar la buena educación con una la producción científica del país?

Aquí se producen menos de tres patentes por millón de habitantes... Para poder hacer patentes hay que tener no solo conocimientos y equipos, también gente a la que se le deje inventar, a la que se le deje pensar, y que no generen patentes que no valen la pena, porque cuestan plata y si no sirven; así se pierden la plata y el tiempo. Hay que enseñarle a la gente a pensar y que invente sus propias soluciones. Si eso se hace, entonces hay patentes.

¿Qué tiene la sala?

A través de experiencias interactivas, audiovisuales, cómics y personajes virtuales y reales, los visitantes podrán entender conceptos simples como el desarrollo cerebral a partir de la necesidad de movimiento de los seres vivos para alimentarse, huir o defenderse.

La parte central del recorrido es un salón en forma de domo para 40 personas en donde la gente se encuentra con Leonardo, un ingeniero curioso, que tiene la intención de fabricar un aparato que simule el cerebro, y que es interpretado por un actor. Él está acompañado de dos personajes virtuales que explican todo el proceso de funcionamiento cerebral.

El cuarto personaje es el mismo público, que comienza a sorprenderse con su propio cerebro. La gente puede encontrar una rayuela que se distorsiona (no es una proyección fija) y despista a los patrones de comportamiento del cerebro, unas gafas que hacen que todo lo que está del lado derecho se vea al lado izquierdo, las neuronas en espejo, mecanismo que permite ponerse en el lugar del otro e imitarlo y videos de personas que bostezan o ríen a carcajadas para causar el mismo efecto en los visitantes.

"La información publicada en este boletín es de autoría exclusiva de los medios de comunicación aquí referenciados. En consecuencia el Ministerio de Educación Nacional no se hace responsable por la veracidad o el contenido de la información. La persona interesada en conocer sobre los contenidos y sus autores, puede comunicarse con el medio que originó la información".

Publicado en:

http://www.mineducacion.gov.co/observatorio/1722/article-265510.html






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